“El lugar de la otra” imaginando otra vida.

El lugar de la otra, dirigida por Maite Alberdi, es una obra que, en muchos sentidos, profundiza en las inquietudes recurrentes de la cineasta en su filmografía: la opresión social, la feminidad, y el despertar de la conciencia en un contexto histórico de transformación. En esta película, Alberdi da un paso más en su evolución como directora, transitando desde el cine documental de La once (2014) hasta una ficción que no solo se apoya en una trama poderosa, sino también en una estructura psicológica compleja que habla tanto del individuo como de la sociedad.



La trama, ambientada en 1955 en Chile, centra su mirada en dos mujeres de distintas esferas sociales, Mercedes (Elisa Zulueta) y María Carolina Geel (Francisca Lewin), atrapadas en los rígidos cánones de una sociedad patriarcal. Mercedes es una secretaria sometida al convencionalismo, mientras que Geel es una escritora acusada de asesinar a su amante, un acto que la pone en el centro de un escándalo mediático. A pesar de que la trama parece un juicio clásico, Alberdi escoge un enfoque mucho más introspectivo, abordando las tensiones internas de los personajes en lugar de concentrarse únicamente en el proceso judicial.


En cuanto al ritmo de la película, Alberdi muestra una evolución notable. Si bien sus películas anteriores como La once eran más observacionales y pausadas, en El lugar de la otra logra equilibrar un ritmo más dinámico sin perder su estilo introspectivo. La película se desliza de manera casi imperceptible de un drama judicial a un drama psicológico, permitiendo que los conflictos internos de los personajes se desarrollen gradualmente, de una manera más orgánica. Esto contribuye a que la historia no sea solo sobre un juicio, sino sobre el despertar personal de Mercedes, quien se va desprendiendo poco a poco de las ataduras sociales.


La interpretación de las protagonistas es fundamental para el éxito de la película. Elisa Zulueta como Mercedes y Francisca Lewin como María Carolina Geel nos ofrecen una profunda representación de los conflictos internos de las mujeres atrapadas en una sociedad que las define. Zulueta transmite con sutileza las dudas existenciales de Mercedes, mientras que Lewin encarna a una mujer decidida y desafiante, cuya rebeldía se convierte en un espejo de las limitaciones que enfrentan todas las mujeres en su tiempo. La relación entre ambas, aunque indirecta, es el motor emocional que conecta la película con el espectador, pues muestra cómo las decisiones de una mujer pueden influir en la vida de otra.


Uno de los puntos más destacados de la película es su vestuario, que se convierte en un personaje más. Al principio, Mercedes se presenta con un estilo modesto y contenido, mientras que Geel luce vestimentas que exudan libertad y audacia. A medida que la trama avanza, el cambio en la vestimenta de Mercedes simboliza su propio despertar, lo que se convierte en un sutil pero eficaz recurso visual para mostrar su evolución personal. Este tratamiento visual está en sintonía con la dirección de arte, que logra recrear la época de manera efectiva sin caer en excesos decorativos.


La fotografía, a cargo de la talentosa Andrea Horta, es otro aspecto sobresaliente de la película. El uso de la luz y las sombras refleja el estado emocional de los personajes, creando un ambiente sombrío en las primeras secuencias para luego dar paso a una mayor luminosidad conforme los personajes empiezan a salir de su opresión. La dirección de arte, junto con la fotografía, ayuda a sumergirnos en una época donde las expectativas sociales eran tan rígidas que cualquier intento de desviarse del camino trazado era considerado una amenaza.


En cuanto a la música, el trabajo de la compositora Dario Nunez es sutil y eficaz, empleando melodías que refuerzan las emociones contenidas de los personajes sin sobrecargarlas. La música es casi un eco de las emociones no dichas, de la tensión que subyace en las interacciones de las mujeres, y acompaña perfectamente el ritmo lento pero constante de la película.


El rodaje de El lugar de la otra también estuvo marcado por anécdotas interesantes. Alberdi menciona que, en su proceso de creación, la adaptación del guion a la realidad histórica fue uno de los mayores retos. No solo tuvo que lidiar con el retrato de la época, sino también con la compleja psicología de las mujeres que protagonizan la historia. La directora enfatiza en sus entrevistas que la película también es un homenaje a todas las mujeres que, como Mercedes, se ven presionadas por las normas sociales a renunciar a su libertad.


En términos de género, la película puede ser vista como una continuación de la reflexión de Alberdi sobre el rol de la mujer, algo que ya había explorado en La once. Sin embargo, aquí, en lugar de centrarse en un retrato sociológico de un grupo de mujeres en particular, la directora da un paso hacia una narración más íntima y emocional, tocando temas universales sobre la identidad y la lucha por la libertad personal.


En conclusión, El lugar de la otra es una obra que refuerza el lugar de Maite Alberdi en el cine latinoamericano. Su capacidad para mezclar el drama judicial con la introspección psicológica, la fuerza de las interpretaciones y su sutil pero precisa dirección visual hacen de esta película una reflexión sobre la opresión y la lucha por la identidad femenina. El mensaje de la película es claro: en una sociedad que restringe y define a las mujeres, la verdadera libertad solo se logra cuando ellas se permiten ser ellas mismas, sin miedo al juicio.


Xabier Garzarain 




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