“Sombras de Justicia: El Camino Retorcido de la Venganza en Serpent’s Path”
Kiyoshi Kurosawa, nacido en 1955 en Kobe, Japón, es uno de los directores más influyentes del cine japonés contemporáneo, conocido por su dominio del thriller psicológico y el horror. Aunque su apellido podría sugerirlo, no está relacionado con el legendario Akira Kurosawa. Desde sus inicios en el cine en los años 80, Kurosawa ha desarrollado un estilo único que explora los miedos más profundos del ser humano, y no solo desde el horror explícito, sino a través de una atmósfera de tensión sutil y emociones reprimidas.
Su primer éxito internacional llegó con Cure (1997), una inquietante historia sobre un asesino en serie hipnótico, que consolidó a Kurosawa como un maestro del suspense psicológico. En Pulse (2001), una reflexión sobre la alienación y la soledad en la era digital, Kurosawa anticipó muchos de los temores y ansiedades que acompañarían el auge de Internet, lo que le valió el premio FIPRESCI en Cannes. Películas como Tokyo Sonata (2008), que ganó el Premio del Jurado en Un Certain Regard, demostraron su versatilidad y capacidad para explorar dramas familiares con la misma profundidad e intensidad que sus trabajos en el thriller y el horror.
La filmografía de Kurosawa se caracteriza por su enfoque introspectivo y su capacidad para crear atmósferas inquietantes sin recurrir al susto fácil. Su cine, influenciado tanto por el noir japonés como por el cine europeo, a menudo enfrenta a personajes comunes con situaciones sobrenaturales o de extrema tensión psicológica, revelando las fisuras de la sociedad moderna y las debilidades humanas. Kurosawa trabaja frecuentemente con temas de aislamiento, miedo al futuro y los límites de la moral, como se ve en Retribution (2006), Journey to the Shore (2015), y Before We Vanish (2017).
Con Hebi no Michi / Serpent’s Path, Kurosawa explora una vez más la oscuridad de la venganza y la naturaleza humana. Como en muchas de sus obras anteriores, Kurosawa desafía a su audiencia a confrontar lo más oscuro de la psiquis humana y cuestionar sus propias ideas de justicia y redención.
La narrativa se construye a través de un ritmo pausado, que mantiene una tensión constante y dosifica la revelación de información. Esto permite que el espectador no solo acompañe la búsqueda de Albert y Sayoko, sino que también se sumerja en el misterio que envuelve el asesinato de la hija de Albert. El ritmo, deliberadamente lento, recuerda a los thrillers psicológicos japoneses de los años 90, donde el suspenso no proviene tanto de la acción sino de las complejidades emocionales y las relaciones entre los personajes. Este enfoque hace que la película se aproxime más al cine noir contemporáneo europeo, distanciándose del estilo hollywoodense más rápido y directo.
La actuación de los protagonistas es, sin duda, uno de los pilares de la película. Albert es interpretado con una intensidad contenida, que refleja un dolor profundo y un sentido de justicia casi inhumano. Sayoko, por otro lado, proyecta una calma enigmática que esconde sus verdaderas intenciones. La dinámica entre ellos es un juego de sombras, donde cada palabra y mirada sugiere significados ocultos. Las interpretaciones recuerdan a las de Cure (1997) y Retribution (2006), otros trabajos de Kurosawa, en los que los personajes parecen siempre estar atrapados en sus propios traumas y obsesiones. Aquí, Kurosawa vuelve a explorar la figura del “vengador” con una maestría que hace que las motivaciones de cada personaje parezcan tan importantes como la resolución del misterio mismo.
Serpent’s Path evoca películas como Oldboy de Park Chan-wook en su obsesión por la venganza, pero donde el cine coreano utiliza la violencia explícita como catalizador, Kurosawa opta por un enfoque psicológico. La película también conecta con el estilo de Se7en de David Fincher en su oscura estética y su exploración de los aspectos más sombríos de la naturaleza humana. Sin embargo, la frialdad y precisión de Kurosawa permiten una reflexión más profunda y menos sensacionalista, logrando una atmósfera de tensión que pocas veces se alivia.
El atrezo y el vestuario son sobrios, casi minimalistas, lo que aumenta la sensación de realidad y le da un tono crudo. París aparece como un personaje en sí mismo: calles solitarias, luces neón que parpadean y espacios opresivos donde el silencio habla tanto como los diálogos. Sayoko viste siempre de manera elegante pero neutral, un guiño sutil a su capacidad de adaptarse y manipular su entorno. Albert, en cambio, parece haber renunciado a cualquier cuidado personal, reflejando su vida desmoronada.
La banda sonora es una mezcla de composiciones de tonos bajos y melancólicos, con intervalos de silencio inquietante que hacen eco de la ansiedad y la tristeza que persigue a los personajes. La fotografía es fría, con tonos apagados que complementan la crudeza de la historia. Hay una gran influencia del cine noir en la composición visual, con sombras y encuadres que parecen encerrarlos en un mundo donde la luz y la esperanza se desvanecen.
Kurosawa es conocido por su meticulosidad y atención al detalle, lo que se refleja en la atmósfera y estética de Serpent’s Path. Durante el rodaje, se reveló que Kurosawa trabajó estrechamente con los actores en ensayos intensivos, buscando que transmitieran una sensación de verdad en cada escena. El director incluso modificó algunos diálogos en función de las emociones que los actores lograban transmitir en cámara, logrando una mayor autenticidad en cada escena.
En conclusión, Serpent’s Path es una meditación sobre la venganza y sus efectos corrosivos en el alma humana. A través de su enfoque introspectivo, Kurosawa nos invita a reflexionar sobre los límites de la justicia personal y las consecuencias de la obsesión. Sayoko y Albert no solo buscan respuestas, sino que también se encuentran a sí mismos enfrentando las sombras de su propia moralidad. La película plantea una dura pregunta: ¿es posible saciar la sed de venganza sin perder nuestra humanidad? La respuesta que Kurosawa nos ofrece es inquietante y poderosa, en una obra que destaca por su complejidad emocional y su habilidad para desafiar nuestras nociones de justicia y redención.
Xabier Garzarain


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