“We Live in Time: Un retrato del amor que desafía las fronteras del tiempo y la adversidad”

We Live in Time (2024) es un testimonio cinematográfico profundo de la obra de John Crowley, un director cuya carrera ha sido una constante exploración de las emociones humanas y las complejidades del alma. A través de más de dos décadas en la industria del cine, Crowley ha demostrado ser un narrador versátil, capaz de adaptar su enfoque a una amplia gama de géneros. Su carrera comenzó con gran impacto en el mundo del cine documental, logrando con One Day in September (1999) el Oscar al Mejor Documental. Esta obra fue un reflejo de su capacidad para capturar lo humano a través de la tragedia y el dolor. A lo largo de los años, su filmografía ha abarcado géneros tan diversos como el thriller psicológico, el drama histórico y el cine de deportes, como se puede ver en títulos como The Last King of Scotland (2006), State of Play (2009), The Eagle (2011) o Locke (2013).



Con We Live in Time (2024), Crowley da un paso más hacia una introspección filosófica sobre la vida, el amor y la fugacidad del tiempo, un tema recurrente en su obra, pero tratado aquí con una delicadeza emocional singular. La película no solo marca un avance en su carrera, sino que también plantea preguntas existenciales fundamentales para cualquier ser humano.


El ritmo de We Live in Time es meticulosamente controlado, pero no en el sentido de que se ajuste a las expectativas comerciales de un drama convencional. En lugar de seguir una estructura rígida, Crowley opta por un enfoque mucho más fluido, donde el tiempo se siente tanto como una carga como una bendición. La historia se centra en una pareja que atraviesa los retos inherentes a la enfermedad, la reflexión sobre la mortalidad y la necesidad de encontrar propósito en un amor que parece estar perdiéndose poco a poco. Los momentos de silencio se alternan con los de profunda comunicación emocional, creando una atmósfera reflexiva y a menudo desgarradora.


La película no cae en los clichés del drama romántico. Más bien, se mueve a través de una complejidad que evita ser previsiblemente melancólica. Crowley maneja los vaivenes emocionales de los personajes de una manera sofisticada, sin recurrir al sentimentalismo barato. La relación de los protagonistas está tan bien escrita que el espectador se siente casi como un espectador pasivo de una historia real, algo que Crowley ha perfeccionado a lo largo de su carrera.


La interpretación de los actores principales es absolutamente brillante. La química entre los dos protagonistas es palpable, como si estuvieran destinados a compartir esta experiencia existencial en el mismo momento y lugar. Ambos actores logran transmitir la complejidad de sus personajes con una sutileza que refleja la escritura afilada y honesta de la película. A través de pequeños gestos y miradas, nos hacen comprender la tormenta interna de cada uno, sin necesidad de grandes exposiciones dramáticas.


El elenco secundario también juega un papel crucial, ofreciendo interpretaciones que enriquecen el relato principal. Aunque no tienen tanto tiempo en pantalla, sus personajes aportan las claves emocionales y filosóficas.


Xabier Garzarain 






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