“Perfect Days: Esta película te hará cuestionar si realmente sabemos lo que es perfecto.”

 Wim Wenders es un cineasta cuya carrera ha recorrido múltiples territorios estilísticos y temáticos, pero siempre con una constante: su fascinación por la soledad, la memoria y la búsqueda de sentido en la vida humana. Nacido en Düsseldorf, Alemania, en 1945, Wenders se formó como director de cine en la década de 1960, influenciado por el cine de autor europeo, pero también por la cultura estadounidense, algo que se refleja en gran parte de su obra. Su gran reconocimiento internacional llegó con Paris, Texas (1984), una película que exploraba la reconciliación con el pasado y la redención, temas recurrentes en su filmografía.


A lo largo de los años, Wenders ha desarrollado un cine profundamente lírico, en el que el paisaje y el entorno son tan importantes como los personajes. En películas como El cielo sobre Berlín (1987) y Hasta el fin del mundo (1991), el director abordó la idea de la conexión humana y el impacto del tiempo sobre nuestras vidas, creando una narración introspectiva que nunca ha abandonado. Perfect Days se presenta como una nueva faceta de este cine contemplativo, donde la rutina diaria de un hombre común se convierte en un campo fértil para reflexionar sobre la existencia. Este enfoque menos grandilocuente, pero igualmente profundo, muestra cómo Wenders sigue evolucionando como narrador, buscando cada vez más una conexión directa con el espectador a través de los momentos pequeños y significativos de la vida cotidiana.


El ritmo de Perfect Days es el que marca la pauta de toda la película: pausado, casi medido, con una atmósfera contemplativa que invita al espectador a respirar con el protagonista. Cada escena, aunque aparentemente sencilla, está impregnada de significados sutiles que se van revelando con el paso del tiempo. Este ritmo, algo característico de Wenders, es clave para que la película no se convierta en una simple observación de la vida diaria, sino que se transforme en una exploración del ser humano en su forma más pura y cotidiana. La película avanza sin prisa, sin la necesidad de grandes giros dramáticos o eventos trascendentales. En lugar de eso, nos muestra un hombre que parece encontrar plenitud en la simplicidad, algo que, por supuesto, no está exento de conflicto interior. La trama gira en torno a la vida de Hirayama, quien, a través de pequeños momentos y encuentros, comienza a desenterrar el peso de su pasado.



El guion, escrito por Wenders junto con Takayuki Takuma, tiene la misma austeridad que la historia que narra. Los diálogos son concisos, directos, pero cargados de resonancias. La trama no busca el conflicto directo, sino que se desliza por las fisuras de la vida de Hirayama, dejando entrever sus miedos, sus deseos insatisfechos y su historia. Los encuentros que tiene con personajes como Niko (Arisa Nakano) o su hermana, sugieren que algo más grande se esconde bajo su rutina, pero el director elige no desvelarlo completamente, invitando a la reflexión del espectador. Es una película que se resiste a la inmediatez y se nutre de los silencios y los gestos cotidianos, algo que refleja perfectamente el estilo de Wenders.


Al igual que en Paris, Texas o El cielo sobre BerlínPerfect Days trata temas recurrentes en el cine de Wenders: la soledad, la búsqueda del sentido de la vida, y la memoria. Sin embargo, aquí lo hace de una manera más contenida, sin la grandiosidad de las otras dos. Perfect Days podría considerarse como una especie de “hermana pequeña” de Paris, Texas, donde el personaje principal se encuentra en una encrucijada emocional, pero sin el gran viaje físico que caracteriza a aquella película. La trama está más centrada en el individuo y su relación consigo mismo, en lugar de las interacciones directas con el mundo exterior. Esto genera una atmósfera casi existencialista, en la que la introspección se convierte en el motor de la película. Aunque en términos de género podría etiquetarse como cine de autor, su tono y su ritmo tienen una cercanía con el cine contemplativo japonés, lo que otorga a la película una textura única.


Durante el rodaje, se destacan las decisiones de Wenders de trabajar con actores japoneses, lo que no solo refuerza el carácter global de la historia, sino que también permite una exploración de la cultura japonesa desde la mirada de un director extranjero. El hecho de que la película se haya rodado en las calles reales de Tokio, sin recurrir a decorados artificiales, dota al film de una autenticidad que se refleja en cada plano.


La interpretación de Koji Yakusho como Hirayama es uno de los puntos fuertes de la película. Yakusho logra transmitir una vulnerabilidad profunda, una tranquilidad aparente que esconde un mar de sentimientos. A través de su personaje, vemos cómo las cicatrices del pasado pueden moldear la vida de una persona, llevándola a buscar la paz en lo más mundano. La relación que mantiene con los personajes secundarios es un reflejo de su interior: distante, pero no desconectado. Cada encuentro es una pequeña grieta que deja ver algo más de su alma. Su relación con su hermana, aunque nunca completamente explicada, refleja un resentimiento tácito que parece venir de una diferencia de clases o de valores que Hirayama no puede reconciliar. La sutilidad con la que Yakusho juega con este conflicto emocional es impresionante.



Además, los personajes secundarios, como Niko o Aya, interpretados por Reina Ueda y Aoi Yamada, aportan una frescura y una humanidad que equilibran la sobriedad de Hirayama. La química entre ellos es discreta, pero palpable, y sirve para iluminar las partes más oscuras del protagonista.


La figura de la sobrina (interpretada por Aoi Yamada) es crucial, ya que actúa como un catalizador que, por un lado, pone a Hirayama frente a sus propios límites emocionales y, por otro, representa una especie de puente entre su pasado y su presente. Ella llega a su vida como un inesperado resquicio de afecto, un lazo sanguíneo que parece haber estado ausente durante años. El hecho de que se quede con él durante unos días, siendo su visita aparentemente breve y desinteresada, se convierte en una incógnita para el espectador. ¿Por qué no se revela más sobre su relación, o sobre lo que significa su presencia para Hirayama? Esta ambigüedad es deliberada. Wim Wenders no busca ofrecer explicaciones fáciles, sino que nos invita a reflexionar sobre las conexiones humanas, cómo estas pueden ser profundas y complejas incluso cuando no se expresan de manera explícita.


La sobrina parece ser un personaje que le ofrece a Hirayama la oportunidad de abrirse, pero en un contexto tan simple y desprovisto de grandes gestos que parece no alterar su vida diaria. Ella no le pide nada, no le exige que cambie, solo se presenta como un reflejo de lo que podría haber sido una relación más cercana, pero que ha sido olvidada o relegada. Su estancia con él, sin necesidad de grandes diálogos, es una forma de mostrar cómo las personas pueden afectarnos sin decir una palabra, y cómo un pequeño gesto de compañía puede alterar, aunque sea mínimamente, la rutina de una vida muy estructurada. Esta relación, que no llega a profundizarse del todo, nos habla de lo que podría ser una oportunidad de reconexión con su propio pasado y, tal vez, una apertura a algo más emocional y espontáneo, pero el propio Hirayama parece no estar preparado para ello.


Uno de los temas más poderosos en Perfect Days es la cotidianidad como refugio y cómo la repetición, que para muchos podría parecer monótona o incluso alienante, para el protagonista se convierte en una vía de conexión profunda consigo mismo y con su entorno. La película de Wenders tiene algo profundamente analógico en su forma de narrar, en la que la rutina diaria de Hirayama, como el acto de sacar fotos de los mismos árboles o leer libros, se presenta casi como una ritualización del presente. El hecho de que él se dedique a fotografiar el mismo paisaje durante años es un acto que podría parecer trivial o aburrido, pero para él es un proceso de anclaje, un recordatorio de la belleza escondida en la repetición. La rutina no es algo que deba superarse ni escaparse de ella; en lugar de eso, Perfect Daysparece sugerir que es en esos pequeños detalles donde se encuentra la verdadera esencia de la vida.



La fotografía, los libros, los momentos de tranquilidad en el baño, todo esto se presenta en su sencillez, pero también como un medio para vivir el presente sin aferrarse al pasado ni perderse en las expectativas del futuro. Este enfoque analógico de la vida se conecta con una filosofía de aceptación y contemplación del momento, como si el director quisiera que, al igual que Hirayama, el espectador también se detuviera a pensar en la belleza de lo cotidiano. Es como si Wenders nos estuviera diciendo: “No necesitamos más que lo que ya tenemos, y el verdadero sentido de la vida se encuentra en las pequeñas cosas que hacemos todos los días”. La película, a través de su ritmo pausado y sus escenas repetitivas, lleva esta idea a su máxima expresión. En su aparente monotonía, nos ofrece una visión mucho más profunda de lo que significa vivir en el aquí y el ahora.


En cuanto al conflicto con su hermana rica, que aparece en la película en un coche de lujo, lo que está claramente en juego es una especie de dualidad entre el éxito material y la paz interior. La hermana, con su vida de lujo, representa un mundo de confort y éxito, pero también un mundo que Hirayama ha rechazado. ¿Por qué? Es una pregunta que Wenders deja flotando en el aire, sin querer dar una respuesta definitiva. La película no se adentra profundamente en el conflicto familiar, pero sí insinúa que Hirayama se ha distanciado de su hermana y de lo que ella representa: el consumo, la ambición y una vida en la que la autenticidad parece haberse perdido.


La limusina, símbolo de riqueza y poder, se enfrenta a la sencillez de la vida de Hirayama, quien opta por un trabajo humilde y aparentemente sin importancia. ¿Es esta una renuncia al sistema o un acto de rebeldía personal? Hirayama podría haber tenido una vida diferente, una llena de comodidades materiales, pero ha decidido vivir de una manera más simple, más en contacto con su entorno y consigo mismo. Este rechazo al dinero y al éxito es una postura que podría considerarse filosófica. En lugar de perseguir la acumulación, Hirayama opta por algo mucho más inasible: la serenidad, la paz interna. Hay una especie de “sabiduría humilde” en su elección de ser un limpiador de baños. Él ha elegido un camino donde la satisfacción no depende de lo que tiene, sino de cómo se conecta con el mundo, en su forma más pura.


Desde un punto de vista filosófico, este rechazo al dinero puede estar relacionado con el pensamiento de los filósofos existencialistas, quienes abogan por la autenticidad en la vida y la importancia de hacer elecciones que nos acerquen a nuestra verdadera esencia. Perfect Days no necesariamente glorifica la pobreza o la simplicidad, pero sí sugiere que el valor de una vida no radica en lo que acumulamos, sino en cómo vivimos y lo que encontramos en nuestra rutina.



Desde un punto de vista cinematográfico, Perfect Days es una obra de refinada simplicidad. Wenders no necesita recurrir a grandes gestos visuales o narrativos para crear una atmósfera cargada de emociones. La película nos habla de la importancia de los momentos pequeños, de cómo la rutina diaria puede ser el escenario perfecto para una búsqueda profunda de sentido. A través de la figura de Hirayama, el director nos invita a cuestionarnos sobre nuestras propias vidas: ¿Qué es lo que realmente buscamos? ¿La felicidad se encuentra en la acumulación de logros o en la paz que podemos encontrar en la vida diaria, incluso cuando esta parece vacía?


Filosóficamente, la película plantea preguntas sobre el sentido de la vida y el deseo de conexión. La figura de la hermana que aparece en la película parece sugerir una fractura en el pasado que Hirayama no quiere sanar. El hecho de que ella venga a verlo en coche y de manera tan distante refuerza la sensación de que él ha elegido una vida humilde como respuesta a algo mucho más grande: una desconexión emocional que parece ser la raíz de su renuncia a una vida más “próspera”. Tal vez su elección de ser un humilde limpiador de retretes sea su forma de rechazar un sistema que no le proporciona lo que necesita: paz interior. El director nos deja elucubrar sobre esta historia no contada, pero la mirada de Hirayama hacia su hermana, y la forma en que la vida de ambos se ha bifurcado, invita a reflexionar sobre el costo de elegir la comodidad frente a la autenticidad.


El mensaje final de Wenders es claro: la vida, en su forma más cruda y sencilla, tiene tanto valor como cualquier otra. La felicidad no está en lo que conseguimos, sino en cómo vivimos cada momento y lo que encontramos en él.


Al final, Perfect Days es una llamada a la reflexión sobre el tiempo, las decisiones que tomamos y las vidas que dejamos atrás. Nos invita a mirar nuestra rutina con otros ojos, a encontrar en ella una belleza que muchas veces pasamos por alto. Y en este proceso, tal vez descubramos algo más de nosotros mismos.


¿La verdadera felicidad se encuentra en los logros o en la serenidad del presente? Esta es la pregunta que Wenders plantea con su habitual agudeza filosófica, invitándonos a mirar más allá de la superficie y a encontrar significado en lo que a menudo parece trivial. Como si nos susurrara: “Lo que buscas ya está aquí, en lo que haces todos los días”. Y mientras Perfect Days avanza sin prisa, uno se da cuenta de que, tal vez, la vida misma es una foto repetida, pero perfecta en su repetición.


Xabier Garzarain 

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