“ Queer: Un Viaje al Corazón del Deseo y la Alienación”

 Luca Guadagnino es, sin duda, uno de los cineastas más audaces y evocadores de nuestro tiempo, un creador que ha forjado una filmografía donde la sensibilidad estética se combina con un profundo interés por las complejidades del deseo humano. Desde su debut con Melissa P. en 2005, Guadagnino ha desafiado las convenciones narrativas, centrándose en las emociones más profundas de sus personajes. Con Io sono l’amore (2009), marcó un hito en su carrera al explorar los matices del amor prohibido y la pasión en la alta sociedad italiana, mientras que en A Bigger Splash (2015), abordó las dinámicas del hedonismo, el poder y los celos en una película tan vibrante como sofocante. Sin embargo, fue con Call Me by Your Name (2017) cuando alcanzó la cima de su reconocimiento mundial, presentando una historia de amor juvenil que se convirtió en un referente del cine LGBTQ+ contemporáneo. Desde entonces, su interés por explorar los límites de las relaciones humanas se ha extendido hacia terrenos más oscuros, como en el remake de Suspiria (2018), donde combinó el horror y la danza con una densidad emocional y política que pocos esperaban. Con Queer, Guadagnino parece haber alcanzado una síntesis de sus obsesiones artísticas: un estudio minimalista pero profundo del deseo, la soledad y la incapacidad de redimirse por completo.


Adaptando la obra de William S. Burroughs, Queer nos traslada a la Ciudad de México de los años 50, un lugar tan decadente y contradictorio como su protagonista, William Lee. Daniel Craig, en el que probablemente sea uno de los papeles más introspectivos de su carrera, interpreta a este hombre desencantado, un expatriado estadounidense que deambula por los márgenes de la sociedad, atrapado entre los recuerdos de un pasado del que no puede escapar y una vida presente que carece de propósito. Cuando conoce a Eugene Allerton, un joven estudiante interpretado por Drew Starkey, la película cambia de tono, explorando cómo el deseo puede ser tanto una chispa de esperanza como una fuente de autodestrucción.



Guadagnino elige un ritmo pausado que refleja tanto la monotonía como la intensidad emocional de la vida de Lee. Este ritmo, lejos de ser lento, permite al espectador adentrarse en las capas emocionales de los personajes, mientras la cámara de Sayombhu Mukdeeprom captura una Ciudad de México llena de contrastes: calles empedradas bajo cielos brumosos, interiores desgastados que reflejan la decadencia de los expatriados que los habitan. Rodada en locaciones reales, como la Plaza Garibaldi o el Barrio de Coyoacán, la película tiene una autenticidad visual que se suma al carácter nostálgico y melancólico de la narrativa.


Daniel Craig, en una actuación completamente transformadora, nos muestra un lado suyo que rara vez hemos visto. Atrás quedan los días de James Bond; aquí interpreta a un hombre derrotado, cuya contención emocional es tan poderosa como los momentos en los que permite que el dolor y el deseo afloren. Drew Starkey, por su parte, es un descubrimiento impresionante. Eugene Allerton es un personaje ambiguo, que oscila entre la indiferencia y una atracción sutil hacia Lee, y Starkey lo interpreta con una naturalidad que evita los clichés. Los secundarios, como Jason Schwartzman en el papel de Joe Guidry, aportan un toque de ironía y dinamismo, mientras que Lesley Manville, en el rol de la Dra. Cotter, ofrece momentos de crudeza que equilibran la carga emocional del film.


Trent Reznor y Atticus Ross vuelven a demostrar por qué son dos de los compositores más respetados de la industria. Su partitura para Queer es un delicado equilibrio entre lo electrónico y lo melódico, con tonos que reflejan tanto la alienación como los momentos de conexión fugaz. Los sintetizadores minimalistas crean una atmósfera de tensión latente, mientras que los pianos suaves acompañan las escenas más introspectivas de Lee. La supervisión musical de Robin Urdang incluye temas de la época que se entrelazan con la banda sonora, situando al espectador en el contexto histórico sin distraer de la narrativa principal.



En su esencia, Queer dialoga con otras grandes obras del cine queer. Podría considerarse una continuación espiritual de Call Me by Your Name, pero en lugar de la luminosidad del amor juvenil, aquí encontramos la desesperación del deseo no correspondido y la autodestrucción. También comparte ecos con Happy Together de Wong Kar-wai, en su forma de explorar relaciones tóxicas en entornos urbanos, y con My Own Private Idaho de Gus Van Sant, en su representación de personajes marginales en busca de algo que ni ellos mismos pueden definir.


Queer no es una película de respuestas fáciles ni de conclusiones cerradas. Es un mosaico de contradicciones humanas, un lienzo donde Luca Guadagnino, fiel a su estilo, nos entrega una obra que no solo explora el deseo, sino que lo interroga. William Lee, como personaje, se mueve en el filo de la navaja entre la autocompasión y la autodestrucción, representando a una generación de expatriados y marginados que buscaban en la Ciudad de México un refugio que nunca fue del todo real. Su relación con Eugene Allerton no es la típica historia de amor ni una fantasía redentora; es un espejo donde el protagonista refleja sus propias inseguridades, su necesidad de ser amado y su incapacidad para conectar plenamente con otros.


La película nos recuerda que el amor y el deseo no son necesariamente fuerzas liberadoras; a menudo pueden atraparnos en ciclos de anhelo y frustración, llevándonos a enfrentar las partes más oscuras de nosotros mismos. William Lee vive en el exilio no solo geográfico, sino emocional, y la Ciudad de México, con su belleza decadente y sus rincones de soledad, es tanto un personaje como un escenario que intensifica su aislamiento. Guadagnino, con su característico ojo para la belleza melancólica, transforma esta narrativa en algo que trasciende la mera adaptación literaria para convertirse en una meditación sobre la naturaleza del ser humano.



Desde un punto de vista filosófico, Queer plantea preguntas fundamentales sobre la identidad y la otredad. William Lee es, como muchas de las figuras de la literatura de Burroughs, un hombre dividido: por un lado, busca la aceptación, pero por otro, teme exponerse por completo al mundo. Guadagnino utiliza esta dualidad para explorar conceptos existenciales como la autenticidad y la alienación. ¿Qué significa ser fiel a uno mismo en un mundo que constantemente nos obliga a disfrazarnos? ¿Es el deseo un puente hacia la conexión o una prisión que nos aísla aún más?


La película también podría entenderse como un comentario sobre la memoria y el tiempo. William Lee vive atrapado en el pasado, y su obsesión por Eugene parece menos una búsqueda de amor y más una forma de revivir algo que ya ha perdido. Guadagnino utiliza esta idea para recordarnos que, como dijo el filósofo Søren Kierkegaard, “la vida solo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante”. Sin embargo, Lee parece incapaz de avanzar, lo que lo condena a un presente vacío y a una lucha perpetua con sus propios fantasmas.


Luca Guadagnino nos ofrece, con Queer, no solo una película, sino un ejercicio de introspección que trasciende la pantalla. Su capacidad para dar voz a los matices más profundos de la condición humana es extraordinaria. Ha tomado una obra literaria densa y difícil, impregnada de los traumas y la sensibilidad de William S. Burroughs, y la ha convertido en un testimonio visual y emocional que se siente profundamente contemporáneo. La valentía de Guadagnino al no suavizar los aspectos más oscuros de los personajes, al no ceder a la tentación de romantizar la relación central, es digna de admiración. Aquí no hay finales felices ni grandes epifanías; hay, en cambio, una honestidad brutal que, aunque incómoda, resulta profundamente humana.



El director nos recuerda que las historias de amor, reales o platónicas, no siempre son cuentos de hadas, sino que a menudo son una confrontación con nuestras propias carencias y vulnerabilidades. Pero quizás ese sea el verdadero poder del cine: permitirnos enfrentarnos a esas emociones y encontrar, aunque sea brevemente, un sentido en el caos.


Como espectadores, estamos agradecidos por su sensibilidad y por su mirada que no solo embellece el mundo, sino que también lo desentraña. En Queer, Guadagnino nos invita a explorar la soledad, el deseo y la fragilidad humana con una honestidad que pocos directores se atreven a mostrar. Su obra nos desafía, nos conmueve y, sobre todo, nos invita a reflexionar sobre quiénes somos y qué buscamos, incluso cuando sabemos que la respuesta podría ser dolorosa o incompleta.


El filósofo Martin Heidegger habló sobre la “preocupación” como un aspecto esencial de la existencia humana: una búsqueda constante de significado, una lucha por superar la finitud. Queer resuena con esta idea, recordándonos que nuestra búsqueda de conexión, aunque imperfecta, es lo que nos define como seres humanos. En última instancia, Guadagnino nos entrega una película que no solo es visualmente hermosa, sino filosóficamente rica, un viaje emocional que nos deja con preguntas más que respuestas, pero quizás ese sea precisamente su propósito: mostrarnos que, en la vida, las preguntas son lo único verdaderamente eterno.


Xabier Garzarain 

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