“Itoiz Udako Sesioak”es la banda sonora de una reconciliación.”
La película Itoiz Udako Sesioak es un viaje de memoria, redención y música. A través de la historia de Juan Carlos Pérez, líder de ITOIZ, nos sumergimos en la nostalgia de una banda que marcó una época en el País Vasco. Tras descubrir una serie de cintas inéditas, Juan Carlos se enfrenta a su propio pasado, a los cambios estilísticos que llevaron a la disolución del grupo y a una identidad artística con la que nunca terminó de reconciliarse. Lo que comienza como un hallazgo casual se convierte en una exploración catártica de la esencia del grupo, de su evolución del rock progresivo al pop y de las contradicciones de la creación musical.
Larraitz Zuazo, Zuri Goikoetxea y Ainhoa Andraka dirigen este filme con una sensibilidad que refleja su trayectoria en el cine vasco contemporáneo. Zuazo, en particular, ha mostrado en sus anteriores trabajos un interés por la identidad, la memoria y la cultura vasca, y en esta película lleva su exploración al terreno más personal. La relación entre el arte y la identidad ha sido un tema recurrente en sus obras, pero en Itoiz Udako (2024) adquiere un nuevo matiz: ya no se trata solo de preservar la memoria colectiva, sino de enfrentar el propio legado. Goikoetxea y Andraka, con experiencia en la narración documental, aportan una mirada cercana y realista, alejándose de la idealización del pasado para centrarse en el conflicto interno del protagonista.
El ritmo de la película oscila entre la melancolía y la introspección, con un montaje que combina imágenes de archivo con escenas de reconstrucción y momentos de contemplación. A diferencia de otros biopics musicales más convencionales, Itoiz Udako (2024) evita una estructura lineal y juega con la memoria de su protagonista, sumergiendo al espectador en una narrativa fragmentada que se va completando a medida que Juan Carlos avanza en su viaje emocional. La música de ITOIZ acompaña este proceso de manera orgánica, con sus composiciones progresivas envolviendo los recuerdos y dando textura a la evolución del relato.
La interpretación de Juan Carlos Pérez resulta esencial para la autenticidad del filme. Su presencia en pantalla, lejos de ser la de un actor, es la de un hombre enfrentándose a su propia historia, lo que dota a la película de una carga emocional inusual en este tipo de producciones. La naturalidad con la que revive los momentos clave de la banda, desde sus inicios en Mutriku en los años 70 hasta la transición al pop que marcó su separación, genera una sensación de intimidad que traspasa la pantalla. En cada gesto y cada palabra se percibe el peso del pasado y la necesidad de reconciliación, un proceso que no solo es musical, sino profundamente humano.
El rodaje estuvo marcado por la estrecha colaboración con los miembros de ITOIZ y por el acceso a material inédito, lo que permitió a los directores construir una narración que no se basa en la mitificación, sino en la reconstrucción emocional. Una de las anécdotas más significativas del rodaje fue la reacción de Juan Carlos al escuchar algunas de las grabaciones perdidas, un momento en el que la película trasciende la pantalla y se convierte en una experiencia viva.
Dentro del cine que explora la memoria musical y el impacto del éxito en la vida de los artistas, Itoiz Udako (2024) dialoga con películas como Control (2007) de Anton Corbijn, que aborda la tragedia de Ian Curtis desde una perspectiva introspectiva, y The Doors (1991) de Oliver Stone, que retrata la intensidad y la autodestrucción de Jim Morrison. Sin embargo, la película vasca se aleja de la visión del artista maldito para centrarse en la reconciliación y la evolución personal, lo que la acerca más a Searching for Sugar Man (2012) de Malik Bendjelloul, donde el redescubrimiento de un músico olvidado reescribe su historia y le otorga una nueva perspectiva sobre su propia obra.
El trabajo visual y sonoro refuerza la naturaleza evocadora del filme. La fotografía, con su mezcla de tonos cálidos y fríos, diferencia los recuerdos del presente sin caer en el artificio, mientras que el vestuario y el atrezo reconstruyen con precisión la época sin perder la sensación de cercanía. La música, como era de esperar, es el alma de la película, con las composiciones de ITOIZ marcando el pulso narrativo y funcionando como hilo conductor entre el pasado y el presente.
Por concluir, la memoria es un territorio incierto, moldeado tanto por lo que recordamos como por lo que elegimos olvidar. En Itoiz Udako (2024), la música no solo es el vehículo de una historia, sino el motor de una exploración personal y colectiva. A través del viaje emocional de Juan Carlos Pérez, la película nos invita a cuestionar la relación que los artistas tienen con su propia obra, la tensión entre la fidelidad a la identidad original y la necesidad de evolucionar, y el peso que la nostalgia puede llegar a tener en la manera en que interpretamos nuestro propio pasado.
El filme no trata únicamente sobre la trayectoria de una banda icónica del País Vasco; su alcance es mucho más amplio. Nos habla del vértigo del cambio, de las decisiones que marcan un punto de inflexión en la vida, de la manera en que los artistas se relacionan con su legado y, sobre todo, del acto de reconciliación con uno mismo. Juan Carlos se enfrenta a un dilema que es universal para cualquier creador: ¿hasta qué punto puede uno mantener la pureza de su visión artística sin verse condicionado por las expectativas del entorno? ¿Es legítima la renuncia a una parte de la identidad en pos de la supervivencia? Estas preguntas recorren toda la película, dando forma a un relato donde la música, el tiempo y la memoria se entrelazan en un juego de luces y sombras.
Pero hay algo aún más profundo en esta historia: la constatación de que el arte, una vez nacido, deja de ser propiedad de su creador. Lo que para un artista puede ser una traición a sus principios, para el público puede convertirse en una pieza fundamental de su vida. La evolución de ITOIZ, del rock progresivo a un sonido más cercano al pop, es vista por su líder como un punto de quiebre, una ruptura con la esencia de la banda. Sin embargo, esa misma música que él reniega sigue formando parte del imaginario de muchas personas, sigue emocionando, sigue contando historias. Aquí es donde radica la verdadera ironía de la creación artística: no siempre podemos controlar cómo será recibida, reinterpretada o recordada. La música, como cualquier expresión artística, tiene vida propia.
El documental nos muestra que todo artista, tarde o temprano, debe enfrentarse a su propia obra con una nueva mirada. Juan Carlos Pérez, en su viaje introspectivo, redescubre fragmentos de su historia que creía enterrados, escucha su música desde otra perspectiva y, poco a poco, comprende que no puede cambiar el pasado, pero sí reconciliarse con él. La clave no está en borrar lo que fue, sino en aceptar que cada etapa tuvo su razón de ser. Lo que alguna vez pareció una traición quizá no fue más que una evolución necesaria, un paso más en el camino.
Este es el mensaje más poderoso de Itoiz Udako Sesioak (2024): la vida, como la música, está en constante transformación. La rigidez nos condena al estancamiento, mientras que la aceptación nos permite seguir adelante sin la carga de la culpa o el arrepentimiento. Es una película sobre el tiempo y su efecto sobre la identidad, sobre cómo nos reconciliamos con lo que fuimos y cómo aprendemos a mirar nuestro propio pasado sin resentimiento. Los directores nos invitan a reflexionar sobre el legado de ITOIZ, sí, pero también sobre nuestra propia relación con los cambios, con las decisiones que en su momento nos pesaron y con la forma en que, con el paso de los años, podemos entenderlas desde una nueva perspectiva.
Así como Juan Carlos Pérez redescubre su música con nuevos oídos, Itoiz Udako Sesioak nos enseña que mirar atrás no siempre significa lamentarse, sino aprender a escuchar el eco de nuestra propia historia con una mirada más sabia, más serena y, sobre todo, más libre.
Xabier Garzarain



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