“The Penguin”:El crimen como destino, el poder como herencia.

 The Penguin es una miniserie que profundiza en el antihéroe Oz Cobb, interpretado por Colin Farrell, explorando su vertiginoso ascenso en el bajo mundo de Gotham. Lejos de ser un simple spin‑off de The Batman, construye su propio universo moral y narrativo.


Bajo la batuta de Lauren LeFranc, junto a directores como Craig Zobel, Helen Shaver, Kevin Bray y Jennifer Getzinger, la serie abandona el heroísmo clásico para descender a las tripas criminales de una ciudad corrupta. Farrell, convertido en protagonista completo de su propia saga, aporta una transformación física —gracias al extensivo trabajo con prótesis— y una densidad emocional inédita en el personaje. Es un Oz que se siente pequeño cuando observa la ambición que va despertando en él.


La narración juega con ocho episodios cargados de tensión creciente y violencia contenida. Desde la venganza contra los Falcone hasta la purga final, el ritmo no cede. Los capítulos funcionan tanto de manera independiente como parte de una escalada implacable. El apartado argumental profundiza en temas de traición, lealtad rota y consolidación del poder a través de métodos brutales, sin falsas redenciones.


Colin Farrell es el ancla indiscutible. Su capacidad para generar simultáneamente empatía y rechazo en cada gesto convierte a Oz en una presencia magnética. A su lado, Cristin Milioti compone una Sofia feroz y calculadora, equilibrada entre sensibilidad y astucia, mientras Rhenzy Feliz encarna a Victor, el complemento humano que Oz necesita para anclarse a alguna forma de vínculo, aunque temporal.


La transformación física de Farrell, lograda tras horas diarias de prótesis, no solo modifica su aspecto, sino también su cuerpo emocional: cada movimiento vibra con una mezcla de dolor interior y ambición orgánica. Esa entrega refleja un compromiso total con el personaje.


Visualmente, la serie escoge una estética oscura y realista. La fotografía de Darran Tiernan y Jonathan Freeman realza los ambientes sucios y opulentos por igual, con luces duras que delinean sombras y trazan contornos de violencia latente. El vestuario y el atrezo recrean un Gotham decadente, donde el lujo convive con el abandono, y donde cada objeto —desde un sombrero hasta un arma— parece apuntalar la lógica del poder.


La música, obra de Mick Giacchino, se centra en lo íntimo y psicológico, evitando la grandilocuencia. Su pulso acompasa las distintas facetas de Oz: el ruido interno, los silencios de tensión y los estallidos de violencia.


Narrativamente, la serie retoma elementos típicos del cine de gánsteres —la ambición, la traición, el ascenso imparable—, pero lo hace sin recurrir a la fascinación esteticista o al heroísmo moral. Es un descenso a lo profundo, un relato sin red donde el protagonista mata, manipula y se consolida sin redención.


El final no ofrece epílogos felices: Oz corona su poder dando pasos brutales y decisivos. No busca redención; busca su sitio. Y para lograrlo, debe desprenderse de cualquier vínculo humano que lo haga vulnerable. Su triunfo es inhumano, su victoria, tribal: la corona se alza sobre cadáveres, no sobre afecto.


The Penguin es una exploración sin concesiones del origen de un villano absoluto. Condensa el espíritu del cine de mafias y tragedia urbana, y lo articula con ambición narrativa, actuación intensa, estética sucia y ritmazo emocional. El resultado: una pieza de antihéroe moderna que no necesita capa, solo poder y voluntad para imponer su reinado.


Oscura, absorbente, impecable. The Penguin no es solo una serie. Es una absoluta obra maestra del crimen contemporáneo.


Xabier Garzarain 

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