“Orwell: 2+2=5:” la distopía hecha presente

 Raoul Peck nunca se ha limitado a hacer cine. Sus películas y documentales son más bien manifiestos, llamados a la conciencia que interpelan al espectador más allá de la sala oscura. Desde Lumumba hasta I Am Not Your Negro, Peck ha demostrado que no concibe el cine como un simple arte narrativo, sino como una herramienta de resistencia política, un espejo donde confrontar las heridas de la historia y las amenazas del presente. Con Orwell: 2+2=5, da un paso más allá: no se limita a retratar la figura de George Orwell, sino que la convoca desde la eternidad para cuestionar nuestra propia realidad contemporánea.

El documental, de dos horas de duración, no es un ejercicio biográfico al uso. Peck no busca el retrato intimista del hombre enfermo que escribió sus últimas páginas de 1984, sino el trazado cartográfico de unas ideas que se han convertido en brújula y advertencia universal. La voz de Damian Lewis, encarnando con sobriedad a Orwell, no es tanto un recurso actoral como un eco del pensamiento: firme, lúcido, inquietante. El espectador no asiste a un relato sobre el pasado, sino a una conversación con un presente que parece confirmar, día tras día, que las pesadillas orwellianas se han hecho carne.


El guion, escrito por el propio Peck, rehúye la tentación de ilustrar a Orwell como profeta. En lugar de eso, lo coloca como un hombre que supo escuchar las corrientes subterráneas de su tiempo y transformarlas en lenguaje. Y es precisamente el lenguaje, con su capacidad para moldear el pensamiento, lo que ocupa un lugar central en la narración: Newspeak, el doblepensar, el crimen de pensamiento… conceptos que parecían ficciones en 1949, pero que hoy resuenan en el léxico político, en las fake news, en la manipulación algorítmica de las redes sociales y en la banalización mediática de la mentira.


Visualmente, Orwell: 2+2=5 es un festín inquietante. Peck contrapone imágenes de archivo con secuencias contemporáneas: centros comerciales que repiten eslóganes idénticos a los del Gran Hermano, ejércitos de cámaras vigilando nuestras rutinas, titulares que deforman la realidad. La fotografía, a cargo de un equipo coral (Julian Schwanitz, Ben Bloodwell, Stuart Luck, Maung Nadi y Roman T), logra fundir lo cotidiano con lo distópico, hasta el punto de que ya no sabemos si lo que vemos pertenece al documental o a la ficción más oscura. Es ahí donde radica su poder: Peck nos obliga a reconocer que la distopía ya no es metáfora, sino atmósfera.


El montaje de Alexandra Strauss imprime un ritmo preciso, que oscila entre la calma reflexiva y la alarma súbita. No hay complacencia, sino un pulso que mantiene al espectador en un estado de alerta continua. La música de Alexeï Aïgui, a la vez minimalista y perturbadora, refuerza la idea de que estamos atrapados en un bucle donde la verdad se convierte en un territorio siempre en disputa.


En cuanto al atrezo, aunque no se trata de una ficción, el uso de objetos simbólicos —pantallas, eslóganes, fotografías de Orwell— construye un escenario que dialoga con la iconografía del poder: la omnipresencia de la mirada, el ojo que todo lo observa. Peck juega con el imaginario orwelliano, no como nostalgia literaria, sino como advertencia renovada.


Comparado con otros documentales del género, Orwell: 2+2=5 se sitúa en la línea de obras como The Fog of War de Errol Morris o The Act of Killing de Joshua Oppenheimer, donde el objetivo no es solo narrar hechos, sino desvelar mecanismos ocultos del poder. Pero mientras aquellos se centran en testimonios concretos, Peck articula un ensayo audiovisual: su película funciona como una clase magistral de historia, filosofía y cine político al mismo tiempo.


La interpretación de Damian Lewis, prestando voz y cuerpo a Orwell, evita el exceso dramático. Lewis se convierte en mediador, en instrumento para que las palabras del escritor británico resuenen con más fuerza. No es un Orwell de carne y hueso, sino de ideas, y en ese sentido la elección resulta magistral.


Raoul Peck firma aquí una obra que atraviesa el tiempo. Orwell dejó escrito que la libertad podía desaparecer sin necesidad de un golpe de Estado visible, sino con la lenta erosión de las palabras, con la aceptación pasiva de la mentira como verdad cotidiana. Peck retoma esa herencia y la proyecta hacia un presente donde las ficciones del escritor británico se confunden con la realidad de nuestros días: la vigilancia digital, la manipulación mediática, la fragilidad de la verdad frente a la propaganda. Su documental no se limita a recordarnos la vigencia de Orwell, sino que denuncia la normalización de lo intolerable, la obediencia disfrazada de consenso, el sometimiento en nombre de la comodidad.


En definitiva, Orwell: 2+2=5 no es solo un documental, sino un espejo implacable. Nos recuerda que la libertad no se pierde en un estallido, sino en un murmullo, en la resignación de aceptar que 2+2 pueda ser 5 porque así lo dicta el poder. Peck nos ofrece un cine que no concede respiro, que sacude y a la vez convoca. Un cine que devuelve a las palabras su fuerza original: no como dogma, sino como resistencia. Filosóficamente, su mensaje es que la verdad sigue siendo un territorio que debemos proteger, incluso cuando parece que todo está perdido. Poéticamente, nos invita a entender que la batalla por la libertad no se libra en los parlamentos ni en los ejércitos, sino en la intimidad de la conciencia: en la obstinación de seguir diciendo que dos y dos son cuatro, aunque el mundo entero afirme lo contrario.


Xabier Garzarain 

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