Voz, vértigo y autenticidad: el viaje íntimo de Leiva en Hasta que me quede sin voz
La trayectoria cinematográfica del director. Lucas Nolla y Mario Forniés no filman un documental de encargo. filman una entrega personal. los dos vienen del mundo del videoclip y del retrato corto. entienden el pulso. entienden la respiración de un músico en tránsito. saben que el espectáculo se sostiene sobre algo invisible y eso es lo que buscan. filman lo que no se ve. lo que ocurre cuando el escenario se apaga y queda la voz desnuda. el proyecto nace con Movistar Plus y la complicidad de Sideral. se rueda durante dos años entre giras, ciudades, consultas médicas y refugios. se estrena en otoño de 2025 tras pasar por el Festival de San Sebastián y confirmar algo que ya se intuía: Leiva no solo es un músico de culto, es un personaje cinematográfico por derecho propio.
La interpretación de los personajes. Leiva no actúa. se deja ver. su cuerpo es un pentagrama. cada gesto, cada respiración, cada pausa contiene una emoción verdadera. cuando su voz se quiebra, la cámara no corta. cuando ríe, no se adorna. cuando calla, el silencio pesa más que una nota. frente a él, su entorno actúa sin saberlo: su madre, ama de casa que observa con ternura el vértigo de su hijo; su padre, poeta silencioso que mide el tiempo en versos; ambos conforman el hogar que lo sostuvo cuando no había giras, ni luces, ni contratos. son dos presencias que no juzgan, que respetan el misterio de la creación. su mirada hacia ellos es la de un hijo agradecido, consciente de que en ese equilibrio de cotidianidad y afecto está la raíz de su fuerza. su madre le ofrece la calma del origen, su padre la palabra que ordena el mundo. Leiva crece entre ambas corrientes. entre el tacto y la metáfora. entre la harina y la tinta.
El ritmo de la película. la narración pulsa como una canción que respira. hay días luminosos de ensayo y noches de duda. hay frenadas, idas y vueltas, repeticiones que marcan la vida del músico. Nolla y Forniés no buscan la épica del concierto perfecto, sino el compás humano de quien vive al borde del silencio. cada plano tiene una cadencia precisa. la secuencia de carretera suena a cansancio real, la secuencia de camerino a ritual necesario. el ritmo nace del propio pulso de la voz que lucha por mantenerse viva.
La trama. el documental parte de un conflicto físico: una lesión irreversible en una cuerda vocal amenaza su carrera y su identidad. a partir de ahí se abre una historia de resistencia. un músico en la cumbre que debe aprender a convivir con su fragilidad. el relato alterna el presente —giras, consultas, tratamientos, noches de hotel— con el pasado que lo explica. la infancia en el barrio de Alameda de Osuna, los primeros ensayos en garajes, la fundación de Pereza con Rubén Pozo, la ruptura y el nacimiento de una nueva etapa en solitario. entre ambas líneas temporales fluye un hilo emocional: la búsqueda de autenticidad. no hay morbo, no hay artificio, hay verdad.
El guion. Lucas Nolla y Sepia estructuran el documental como una carta en voz alta. no hay narrador omnisciente, hay confesión. Leiva cuenta, recuerda, duda. y la cámara escucha. el guion teje un viaje interior donde cada detalle cuenta: la garganta inflamada, el susurro en el micro, la risa con los técnicos, el reencuentro con Sabina. no hay manipulación sentimental. hay respeto por el proceso. el texto entiende que la emoción llega sola si se deja espacio para que respire.
El ritmo. la estructura imita la lógica de un concierto dividido en tres movimientos. apertura, caída, redención. la primera parte muestra la euforia de los escenarios; la segunda, el miedo al silencio; la tercera, la aceptación y el reencuentro con el sentido profundo de la música. es un ritmo que crece sin forzar. el montaje entiende que la emoción no se empuja, se acompasa.
Anécdotas del rodaje. la cámara viaja con él por España, México y Argentina. entra en los camerinos, en los pasillos, en los aeropuertos y en los hospitales. acompaña al músico en su rehabilitación vocal, en las jornadas sin poder hablar, cuando solo una pizarra blanca lo salva del mutismo. y lo hace sin morbo, sin victimismo. hay escenas de sobremesa en casa de sus padres, con platos sencillos y risas contenidas. hay instantes de campo abierto en su refugio del pueblo, donde compone, riega plantas, camina en silencio. ese lugar se vuelve personaje: su laboratorio emocional. ahí descarga la presión, reordena los pensamientos, escribe las letras nuevas que serán su modo de volver a empezar.
La relación con Joaquín Sabina. el documental la retrata con delicadeza y gratitud. Sabina aparece como maestro y cómplice, alguien que creyó en Leiva cuando las discográficas lo miraban con desconfianza. lo invitó a sus giras, lo arropó en los comienzos, lo trató como un igual cuando todavía era un aprendiz. esa amistad atraviesa los años sin desgaste. se nota en la forma en que se miran, en cómo Sabina lo llama “hermano chico”. es una relación de espejo y herencia. Sabina le enseñó que el escenario no es solo oficio, es ética, y que el talento no se mide por aplausos sino por la capacidad de escribir desde la herida. el respeto mutuo se siente en cada gesto. el documental lo muestra sin nostalgia, con la naturalidad de quienes saben que la verdadera admiración se demuestra en silencio.
La fotografía. la cámara busca la verdad de la luz. no hay filtros ni artificios. los planos de los conciertos vibran en tonos cálidos, las secuencias de casa usan la penumbra natural de las ventanas. hay un diálogo constante entre el brillo del escenario y la sombra del hogar. los directores de fotografía eligen lentes que abrazan el grano, que dejan ver el polvo en el aire, el sudor en la frente, la piel cansada y viva. es una estética que combina crudeza y ternura.
El atrezo. cada objeto cuenta una historia. las púas gastadas, los cuadernos con tachones, las tazas de café, los posters de bandas que lo inspiraron —los Rolling Stones, Dylan, los Beatles—, los libros de poesía que dejó su padre abiertos por la mitad, la pizarra con la que se comunica cuando no puede hablar. todo es testimonio de una vida en la que cada detalle forma parte de la música. su casa del pueblo, con guitarras apoyadas en las paredes, lámparas antiguas y perros durmiendo en el suelo, respira autenticidad. el atrezo no adorna, revela.
La música. es la médula de la película. las canciones de Leiva suenan desnudas, sin efectos. los temas inéditos nacen ante nuestros ojos, en la casa de campo, en un cuaderno de pentagramas manchado de café. la banda sonora de Inur Ategi y Guillermo Rojo añade capas de emoción, pero siempre cede el protagonismo al timbre real del artista. el sonido es rugoso, humano, imperfecto. la mezcla de estudio y directo produce una sensación física, como si el espectador sintiera la vibración en la garganta del músico.
Relación con otras películas de género. este documental dialoga con obras como Amy o Western Stars, pero se diferencia por su tono íntimo y sereno. no hay tragedia, hay vulnerabilidad. no hay idolatría, hay comprensión. pertenece a esa corriente de cine musical que entiende la creación como espejo del alma. el espectador no asiste a una biografía, asiste a una experiencia.
Conclusión final. lo que la película quiere transmitir es que la voz es solo una parte del cuerpo y que la música, cuando es auténtica, nace del corazón incluso antes de sonar. Leiva se enfrenta a su límite sin dramatismo, con la calma del que sabe que el arte es una forma de resistencia. el documental enseña que la creatividad no muere con la pérdida, se transforma. su madre representa la raíz, su padre el verbo, Sabina la inspiración fraterna, y su refugio del pueblo el regreso a lo esencial. allí, entre árboles y cuadernos, vuelve a escuchar lo que de verdad importa. escribir una canción nueva. conectar con la tierra. entender que la voz que se apaga es también la voz que renace en otra forma. la película termina, pero deja abierta una sensación de continuidad. la certeza de que, mientras exista el deseo de decir, la música seguirá encontrando su camino. hasta que se quede sin voz, y aun entonces, la música seguirá hablando por él.
Xabier Garzarain

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