“A Wake: Cuando el duelo despierta las verdades ocultas”

 Scott Boswell es un director cuyo nombre ha resonado principalmente en el circuito del cine independiente, conocido por abordar historias de una intensidad emocional casi visceral. Su debut con The Stranger in Us (2010) marcó el inicio de una carrera comprometida con dar voz a personajes marginados, explorando las complejidades de la identidad y las dinámicas humanas en entornos a menudo opresivos. A lo largo de los años, Boswell ha demostrado una sensibilidad única para capturar lo cotidiano con una mirada profundamente introspectiva, centrada en los conflictos internos y externos de sus personajes.


En A Wake, Boswell lleva su estilo característico a un nivel más ambicioso, tanto en términos narrativos como visuales. La película se aparta ligeramente de su enfoque inicial más minimalista, presentando una narrativa coral que equilibra el drama familiar con una capa espiritual que amplía su rango temático. Si en sus obras anteriores la tensión estaba centrada en la introspección individual, aquí despliega un mapa emocional colectivo que enfrenta a cada miembro de la familia con secretos, traumas y dilemas éticos. Este filme representa una evolución significativa en su carrera, consolidándolo como un narrador capaz de manejar historias íntimas sin perder de vista su resonancia universal.


La historia de A Wake está impregnada de una tensión latente que va ganando fuerza conforme avanza la trama. En el centro de todo está el duelo por la muerte de Mitchel, que sirve como catalizador para revelar las fracturas preexistentes en la familia. La estructura narrativa alterna momentos de introspección pausada con giros emocionales inesperados, un balance que, aunque poderoso, puede sentirse algo desigual en ocasiones. Las subtramas (como el regreso de Megan o la llegada del misterioso Jameson) contribuyen a la riqueza del relato, pero también amenazan con dispersar la atención del conflicto principal.




A pesar de estas irregularidades, la película logra mantener el interés gracias a sus personajes bien construidos y a un guion que, si bien es sutil en algunos puntos, se permite momentos de confrontación directa y desgarradora.


El elenco ofrece actuaciones sólidas, liderado por Noah Urrea como Mason. Su interpretación de un adolescente atrapado entre el dolor de la pérdida y la necesidad desesperada de encontrar respuestas es tan contenida como impactante. Sofia Rosinsky, como la meticulosa y precoz Molly, brinda un contraste necesario al caos emocional de sus hermanos mayores, mientras que Megan Trout aporta una vulnerabilidad palpable como Megan, la hermana distante que regresa a un hogar lleno de heridas abiertas.


El reparto adulto también brilla: Bettina Devin como la abuela proporciona una presencia serena pero cargada de sabiduría, y Emilie Talbot y Kevin Karrick como los padres representan de manera convincente la fachada de normalidad que lentamente se desmorona.



Boswell aprovecha al máximo los recursos limitados de su producción. La fotografía, a cargo de Scott Cox, utiliza planos cerrados y un juego de luces sombrías para reflejar el aislamiento emocional de los personajes. Las escenas del velorio están especialmente bien logradas, con un diseño de producción que captura tanto la solemnidad del evento como la carga emocional que lo rodea.


La música de Marc Scruggs complementa a la perfección el tono de la película, oscilando entre lo melancólico y lo inquietante. Su uso minimalista de cuerdas y sintetizadores ayuda a subrayar las tensiones internas de los personajes sin saturar la atmósfera. El vestuario y el atrezo, aunque discretos, son cuidadosamente seleccionados para reflejar tanto la religiosidad de la familia como las personalidades individuales de cada miembro.


El rodaje de A Wake estuvo marcado por retos logísticos, entre ellos la necesidad de filmar en una sola locación principal debido a limitaciones presupuestarias. A pesar de ello, el equipo logró convertir esta restricción en una ventaja, usando el espacio reducido como un símbolo de la claustrofobia emocional que sienten los personajes. Una anécdota interesante es que Noah Urrea y Kolton Stewart, quienes interpretan a los hermanos gemelos, trabajaron estrechamente con un coach de actuación para desarrollar un lenguaje corporal similar, lo que añade un nivel de autenticidad a sus interacciones.



A Wake no es solo una película sobre el duelo, sino una exploración compleja de las tensiones invisibles que sostienen o rompen a una familia. A través de un relato cargado de simbolismo y honestidad emocional, Boswell nos invita a reflexionar sobre las verdades que ocultamos a quienes más amamos y sobre el impacto de esas verdades cuando finalmente salen a la luz.


El mensaje central del director parece ser que el dolor, aunque desgarrador, puede ser transformador. La familia en A Wake aprende que enfrentar los secretos y las mentiras no solo revela el verdadero rostro de quienes los rodean, sino también fortalezas y vulnerabilidades que desconocían de sí mismos. Es un recordatorio de que la redención no siempre llega en forma de reconciliación, sino en la aceptación de que incluso las relaciones más rotas tienen espacio para la sanación.


En última instancia, A Wake trasciende su premisa inicial para ofrecer una meditación profunda sobre el amor, la pérdida y el camino hacia la verdad. Es una obra que, aunque no es perfecta, se queda con el espectador mucho después de que los créditos finales hayan terminado. Scott Boswell demuestra que, incluso con recursos limitados, puede crear un cine que no solo conmueve, sino que también inspira empatía y reflexión.


Lo mejor: Las interpretaciones, en especial las de Noah Urrea y Sofia Rosinsky, y la capacidad de Boswell para transmitir emociones complejas en un entorno íntimo. La música y la fotografía, que potencian la carga emocional sin ser invasivas.


Lo peor: Un ritmo algo irregular que puede desviar la atención del conflicto principal y subtramas que, aunque interesantes, podrían haberse explorado con mayor profundidad.


Xabier Garzarain 


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