“El baño del diablo: Un viaje perturbador a la oscuridad del alma humana”

 Severin Fiala y Veronika Franz son dos cineastas austríacos cuya colaboración en el mundo del cine ha dejado una marca profunda en el thriller psicológico contemporáneo. Ambos comparten una visión particular de la angustia humana, explorando los límites de la mente y las emociones de sus personajes a través de una atmósfera inquietante y perturbadora. Su trayectoria se define por la creación de filmes que combinan un enfoque psicológico con lo macabro, con la capacidad de captar las emociones más profundas de sus protagonistas y de los espectadores.


Antes de El baño del diablo, Fiala y Franz alcanzaron notoriedad internacional con su película Goodnight Mommy (2014), un thriller psicológico que rápidamente se convirtió en un referente dentro del género. La historia de dos niños que desconfían de la mujer que creen que es su madre, pero que se comporta de una forma extraña, mostró la destreza de los directores para manipular la tensión y crear una atmósfera de desconfianza y paranoia. La obra recibió elogios por su inquietante atmósfera, el giro narrativo impactante y, sobre todo, por cómo desveló las sombras del alma humana de una manera sutil y cautivadora. En El baño del diablo, Fiala y Franz parecen haber evolucionado hacia una narrativa más introspectiva, explorando la psicología de una mujer atrapada en las rígidas normas sociales y religiosas del siglo XVIII, mientras luchaba con su propia angustia interna.






El cambio en su estilo es evidente en la forma en que abordan el personaje central, Agnes, cuyo sufrimiento no es únicamente el resultado de fuerzas externas, sino también de su propio conflicto mental. Mientras que Goodnight Mommy se basaba en una atmósfera tensa, en El baño del diablo los cineastas logran crear una opresión aún mayor a través de la exploración profunda de la mente humana y su relación con el entorno, lo que marca una evolución interesante en su aproximación al thriller psicológico.







Severin Fiala y Veronika Franz continúan su exploración del mal psicológico, pero en esta ocasión, el enfoque es menos directo que en su anterior trabajo. En Goodnight Mommy, la tensión se construía a partir de una relación entre madre e hijo, marcada por la desconfianza y el misterio. En El baño del diablo, los directores abordan el tema de la opresión religiosa y social en una época de estrictas normas morales, creando una atmósfera aún más claustrofóbica y surrealista. El ritmo es mucho más pausado, lo que permite que la angustia interna de Agnes se desarrolle lentamente, mientras la película explora los límites entre la desesperación y la locura. Esta evolución en el ritmo y la estructura narrativa demuestra una madurez en su capacidad para generar suspense y mantener la tensión sin recurrir a soluciones fáciles.






El ritmo de El baño del diablo es deliberadamente lento, lo que intensifica la sensación de aislamiento y ansiedad. A medida que la protagonista, Agnes, lucha por adaptarse a las expectativas de su sociedad y su futuro matrimonio, la trama se va desenvolviendo como una espiral de angustia emocional que la lleva cada vez más hacia la desesperación. Fiala y Franz juegan con el contraste entre la vida externa tranquila, aparentemente perfecta, y el torbellino interior de Agnes, quien siente que está siendo atrapada por sus propios pensamientos oscuros. A lo largo de la película, los espectadores son testigos de la gradual destrucción de su psique, un tema recurrente en la obra de los directores. La narrativa avanza a través de momentos cargados de tensión psicológica, más que de acción directa, lo que genera una atmósfera opresiva que nunca abandona al espectador.






Anja Plaschg, quien interpreta a Agnes, realiza una actuación impresionante, destacándose por su capacidad para transmitir la fragilidad emocional y psicológica de su personaje. La película está profundamente centrada en ella, y Plaschg logra capturar la evolución interna de Agnes de una manera sutil pero poderosa. Su interpretación es desgarradora en su vulnerabilidad, mostrando una mujer atrapada por las expectativas sociales y religiosas, mientras su mente empieza a colapsar. David Scheid, quien interpreta a Wolf, ofrece una actuación sólida como el prometido de Agnes, un personaje que, aunque es una figura importante en su vida, no logra comprender la magnitud de sus tormentos internos.






Durante el rodaje, los realizadores optaron por rodar en paisajes austriacos rurales, donde la naturaleza juega un papel crucial en la atmósfera de la película. Se utilizó la ubicación para crear un sentimiento de aislamiento y la sensación de estar atrapado en un entorno oscuro y sin escapatoria, reflejando el estado emocional de Agnes. Según los directores, la película fue influenciada por las condiciones climáticas extremas del rodaje, especialmente los inviernos fríos y los bosques cubiertos de nieve, que proporcionaron una metáfora visual perfecta para la lucha interna del personaje.






En términos de género, El baño del diablo se inserta dentro del thriller psicológico de época, un subgénero que ha sido explorado en películas como La Cinta Blanca (2009) de Michael Haneke, que también se adentra en las tensiones sociales y las oscuras realidades de una comunidad. Al igual que en la película de Haneke, El baño del diablo aborda la represión y el conflicto interno de sus personajes, pero Fiala y Franz optan por centrarse en la protagonista femenina y su evolución mental. Esta película también guarda similitudes con We Need to Talk About Kevin (2011) de Lynne Ramsay, al explorar la desconexión emocional y la culpa en el contexto de una sociedad que impone normas rígidas sobre las mujeres.






La música de El baño del diablo, compuesta por Anja Plaschg, complementa perfectamente la atmósfera de la película. Con composiciones minimalistas que evocan una sensación de vacío y desesperación, la música contribuye a la tensión emocional que se va desarrollando a lo largo del filme. El diseño de vestuario, a cargo de Tanja Hausner, también es esencial para situar la película en su contexto histórico, reflejando la represión y la falta de libertad de las mujeres a través de los trajes de época. La dirección de arte, liderada por Renate Martin, se encarga de crear espacios claustrofóbicos, que, junto con la fotografía de Martin Gschlacht, intensifican la sensación de atrapamiento emocional y físico. El uso de la luz y la sombra en la película, con escenas oscuras y sombrías, refleja las luchas internas de los personajes, especialmente la de Agnes.







La fotografía de El baño del diablo es uno de sus puntos más fuertes, con imágenes que capturan la belleza inquietante de los paisajes austriacos y el claustro de los interiores. La combinación de paisajes nevados y oscuros con la iluminación tenue y calculada crea una atmósfera tensa y emocionalmente cargada. Los detalles del atrezo, desde los objetos cotidianos hasta los elementos que conforman el espacio, contribuyen a la creación de un mundo opresivo y asfixiante, que resalta el sufrimiento y la angustia de los personajes.





El baño del diablo no solo es una obra maestra en el ámbito del thriller psicológico, sino también una profunda reflexión sobre las dinámicas sociales y religiosas que han oprimido a las mujeres a lo largo de la historia. Los directores, Fiala y Franz, logran capturar la desesperación de Agnes de una manera que va más allá de los convencionalismos del género, convirtiendo la película en un estudio de carácter profundo sobre la lucha interna entre la conformidad social y la rebelión del individuo.





La interpretación de Anja Plaschg como Agnes es fundamental para esta exploración, y la dirección, la música y la fotografía trabajan en conjunto para crear una atmósfera que no solo es inquietante, sino también profundamente emotiva. La película nos habla de los efectos destructivos de una sociedad que impone normas rígidas sobre la identidad y la libertad personal, especialmente para las mujeres. A lo largo de sus escenas de desesperación y sufrimiento, El baño del diablo invita al espectador a reflexionar sobre las prisiones invisibles que aún existen en nuestra sociedad, tanto en el pasado como en el presente.


El mensaje que Fiala y Franz nos transmiten es claro: el mayor demonio no siempre es el que se encuentra en lo externo, sino el que habita en nuestra propia mente. La película no solo es un thriller psicológico de época, sino una pieza de arte profundamente humana que invita a la reflexión sobre la opresión, la culpa, y la lucha por la libertad, tanto personal como social. Sin duda, El baño del diablo es una obra que permanecerá en la memoria de quienes la vean, no solo por su impacto visual y narrativo, sino por las preguntas que deja sin respuesta, cuestionando las estructuras de poder y las creencias que aún nos definen hoy en día.


Xabier Garzarain 

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