“Polvo serán: cuando el cine convierte el duelo en poesía visual”

 Carlos Marques-Marcet es uno de los directores más destacados del cine contemporáneo español por su capacidad para explorar las complejidades de las relaciones humanas a través de una narrativa íntima y honesta. Su carrera despegó con 10.000 km (2014), una obra aclamada internacionalmente que abordó los retos de una relación a distancia con un estilo innovador y minimalista. Esta ópera prima no solo le valió el Goya a Mejor Director Novel, sino que también cimentó su reputación como un cineasta que combina sensibilidad emocional con una mirada profundamente humana.


Posteriormente, Marques-Marcet continuó explorando los vínculos personales y los dilemas existenciales en películas como Los días que vendrán (2019), donde el tema de la maternidad fue tratado con una sinceridad desgarradora, utilizando la improvisación y la vida real de los actores protagonistas como herramientas narrativas. También se adentró en las transformaciones del amor en Tierra firme (2017), en la que reflexionó sobre las nuevas formas de familia y las decisiones que cambian nuestras vidas para siempre. Con cada película, Marques-Marcet ha demostrado un interés profundo por las emociones humanas en todas sus facetas, desarrollando un estilo que prioriza la autenticidad sobre el artificio.







Con El viaje de Claudia, el director amplía su paleta temática al abordar la cuestión del suicidio asistido, un tema cargado de implicaciones éticas, sociales y emocionales. Sin embargo, fiel a su estilo, Marques-Marcet no se detiene en el debate político, sino que pone el foco en la dimensión íntima y familiar de la experiencia, creando una película que, más que buscar respuestas, plantea preguntas sobre el amor, la pérdida y la dignidad.


La trama sigue a Claudia, interpretada por una magistral Ángela Molina, en su decisión de terminar su vida tras recibir un diagnóstico terminal. Este punto de partida, lejos de buscar el dramatismo convencional, se desarrolla a través de un ritmo pausado que refleja la importancia de cada momento en la vida de los personajes. El viaje a Suiza se convierte no solo en una despedida, sino también en un reencuentro: con su esposo Flavio, su hija Violeta y, de algún modo, consigo misma. Marques-Marcet estructura la película en pequeños episodios cargados de simbolismo, donde cada silencio, mirada y gesto tiene un peso emocional que trasciende las palabras.







Las interpretaciones son el corazón de la película. Ángela Molina está en uno de los momentos más brillantes de su carrera, componiendo a una Claudia serena, reflexiva, pero también llena de humanidad. Alfredo Castro, como Flavio, aporta una vulnerabilidad conmovedora, siendo el pilar silencioso que sostiene a Claudia en su decisión. Mònica Almirall completa este trío con una actuación contenida y matizada, que transmite la lucha interna de una hija que quiere ser fuerte para su madre mientras enfrenta su propio dolor.


El rodaje estuvo marcado por un fuerte compromiso emocional de todo el equipo. Se sabe que Marques-Marcet trabajó en estrecha colaboración con médicos y asociaciones que tratan temas de eutanasia y suicidio asistido para garantizar un enfoque respetuoso y realista. Además, las escenas filmadas en Suiza, especialmente en los momentos finales, aprovecharon la luz natural para reforzar la sensación de calma y aceptación que rodea la decisión de Claudia.


En cuanto a su relación con otras películas del género, El viaje de Claudia evoca la profundidad emocional de Amour de Michael Haneke y la intimidad de Mi vida sin mí de Isabel Coixet, pero sin el tono frío o sombrío de estas obras. Marques-Marcet encuentra un equilibrio entre la tristeza y la esperanza, entre la pérdida y la gratitud, convirtiendo la despedida en un acto de amor compartido.


La música, compuesta por Maria Arnal, es minimalista y profundamente emotiva, subrayando las escenas clave con una delicadeza que evita cualquier exceso melodramático. La fotografía, a cargo de Gabriel Beristain, utiliza tonos cálidos y una iluminación naturalista que refleja la calidez de los personajes y el entorno. El vestuario y el atrezo, cuidadosamente diseñados, aportan autenticidad a los personajes, desde los colores apagados de Claudia hasta los detalles cotidianos que refuerzan la sensación de realidad.


El viaje de Claudia no es una película fácil de ver, pero sí profundamente enriquecedora. Marques-Marcet utiliza esta historia para explorar temas universales como el derecho a decidir sobre la propia vida, el amor incondicional y el significado de la despedida. Más que una película sobre la muerte, es una obra sobre la vida: sobre cómo encontrar belleza y sentido incluso en los momentos más oscuros.


El mensaje del director es claro: amar es acompañar, incluso en los momentos más difíciles. A través de esta historia, Marques-Marcet nos invita a reflexionar sobre el poder del amor como un acto de respeto y generosidad, recordándonos que, al final, lo único que queda es el rastro que dejamos en los corazones de quienes nos acompañaron. El viaje de Claudia es, sin duda, una de las películas más personales y universales del cine español reciente, capaz de conmover y provocar una introspección profunda.


Xabier Garzarain 






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