“Escape” la libertad y sus costos.

 Rodrigo Cortés regresa al cine con N., un thriller psicológico que continúa su exploración de personajes profundamente atormentados y situaciones límite. Conocido por su capacidad para retratar la angustia humana y las complejidades de la psique, como en Buried (2010), donde un hombre queda atrapado en un ataúd bajo tierra, o en El amor en su lugar (2021), donde aborda la resistencia emocional de artistas judíos durante la ocupación nazi, Cortés logra profundizar en dilemas existenciales en contextos asfixiantes. N. retoma esa obsesión de Cortés por los entornos cerrados y las decisiones extremas, planteando un contexto narrativo tan absorbente como desolador, en el que su protagonista, N., busca a toda costa ser encerrado.


La historia de N. se despliega con un ritmo cuidadosamente pausado que mantiene al espectador en tensión constante, subrayando la creciente desesperación del protagonista. N. (interpretado por Mario Casas) es un hombre cuya angustia interna le ha llevado a una postura radical: busca escapar de toda responsabilidad al ingresar en prisión. Este ritmo calculado permite que la trama fluya con un suspense contenido, generando una ansiedad palpable mientras el protagonista va escalando en su conducta delictiva. La estructura narrativa aprovecha de forma precisa cada pausa y cada aceleración, creando una experiencia inmersiva donde el espectador comparte la frustración y el desconcierto de los personajes que rodean a N., especialmente su hermana y su terapeuta.



Mario Casas da vida a N. con una intensidad introspectiva que sorprende y atrapa desde el primer momento. Su interpretación destaca por el control y la sutileza con que muestra la desesperación y el cansancio existencial de su personaje, reflejando un agotamiento profundo y genuino que parece consumirlo por completo. Anna Castillo, en el papel de la hermana, ofrece una actuación conmovedora y vulnerable, proyectando la desesperanza de una mujer que, sin saber cómo, intenta salvar a un hermano que parece haberse rendido. José Sacristán, como el terapeuta, y Blanca Portillo, en el papel de jueza, aportan gravedad a la trama con actuaciones que muestran las limitaciones de las instituciones frente a los dramas personales. Ambos personajes funcionan casi como reflejos de los dilemas éticos y emocionales que enfrenta la sociedad al tratar de ayudar a alguien que rechaza la ayuda.


N. evoca el tono de filmes como Taxi Driver (1976) de Scorsese, donde el protagonista también persigue una forma de autodestrucción en su intento de encontrar sentido en un mundo caótico. Sin embargo, a diferencia de Travis Bickle, que busca redención mediante la violencia, N. busca huir de su libertad misma. Cortés parece conectar este dilema con películas más actuales como Joker (2019) de Todd Phillips, donde el protagonista rechaza la empatía del mundo, sintiéndose alienado y con pocas opciones de salvación. La originalidad de N. radica en su enfoque hacia la autoprivación de libertad como última salida, explorando así una faceta menos tratada en los thrillers psicológicos contemporáneos.


El vestuario de N. refleja el desinterés y agotamiento del protagonista, con prendas sencillas, casi descuidadas, que transmiten su desconexión con el mundo. La austeridad y neutralidad de los trajes y el entorno transmiten ese deseo de eliminar cualquier tipo de elección o expresión personal, como si N. estuviera ya mentalmente en el aislamiento que busca. Cada personaje secundario, por el contrario, presenta un vestuario que representa su intento de mantener un orden frente al caos que personifica N., marcando así una clara contraposición visual entre la sociedad y su protagonista.


La banda sonora, compuesta por temas minimalistas y oscuros, realza la tensión que permea cada escena. Lejos de ser un acompañamiento melódico, la música funciona como un eco del estado mental de N., con pulsaciones y notas discordantes que subrayan la tensión y el desasosiego. A través de sus silencios y sonidos intermitentes, la banda sonora añade otra capa de intensidad al relato, haciendo que el silencio en ciertos momentos sea tan elocuente como los diálogos.


La fotografía de N. es sombría y opresiva, con un predominio de tonos grises y azules fríos que refuerzan la sensación de desesperanza. La cámara de Cortés se mantiene cercana a N., enfocando con precisión cada gesto y mirada, logrando una intimidad que llega a ser incómoda. Los planos cerrados y las tomas en sombras profundas reflejan visualmente la mente enclaustrada del protagonista, atrapada en un laberinto sin salida.


N. es una película que desafía al espectador a confrontar preguntas existenciales y dilemas éticos profundos. Con su atmósfera oscura y su exploración psicológica minuciosa, Rodrigo Cortés nos recuerda la vulnerabilidad humana frente a las expectativas sociales y la desesperación que puede brotar de una búsqueda infructuosa de paz. La historia de N. es una tragedia contemporánea, una reflexión sobre la libertad y sus costos, donde la cárcel se presenta paradójicamente como el único refugio.


Cortés, con esta obra, nos lanza una advertencia inquietante sobre el peso de la autonomía y el desgaste que puede provocar cuando la vida se convierte en una carga.


Xabier Garzarain 




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