“Fuego y Frontera: La Dura Realidad Tras los Fogones de La cocina”

 Alonso Ruizpalacios, uno de los nombres más prometedores del cine mexicano contemporáneo, sigue una trayectoria que comenzó con una marcada intención de cuestionar las normas narrativas y abordar temas sociales con una mirada fresca y audaz. Su primer largometraje, Güeros (2014), recibió elogios por su innovador estilo visual y su narrativa irónica, explorando la vida de estudiantes universitarios en Ciudad de México en un momento de lucha política. Desde entonces, Ruizpalacios ha ido afianzándose en el panorama cinematográfico, experimentando con diferentes géneros y estilos. Su segunda película, Museo (2018), una historia sobre el robo al Museo Nacional de Antropología, presentó una reflexión sobre el patrimonio cultural y la identidad mexicana, y consolidó su habilidad para narrar historias verídicas con una mezcla de humor, crítica y sensibilidad. A lo largo de su carrera, ha demostrado un talento particular para mezclar humor, crítica social y una cercanía casi documental con sus personajes, algo que vuelve a explorar en La cocina, aunque esta vez en un escenario muy distinto y con una estética mucho más contenida y claustrofóbica.


En La cocina, Ruizpalacios da un paso adelante en su evolución como director, dejando atrás la ligereza irónica que caracterizaba a Güeros y la estilización visual de Museo para adentrarse en un drama social crudo y directo. La película explora el mundo invisible de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, concretamente en Nueva York, a través de un microcosmos: una cocina abarrotada de un restaurante turístico. Inspirado en la obra teatral de Arnold Wesker, Ruizpalacios adapta esta historia con una mirada que refleja su madurez como cineasta. A diferencia de sus trabajos anteriores, aquí opta por un estilo más sobrio, recurriendo a una narrativa que es a la vez íntima y socialmente comprometida, demostrando una evolución en su enfoque hacia temas de gran resonancia humana y social.


El ritmo de La cocina es como el de una olla a presión: desde el primer momento, el espectador se ve envuelto en el caos de una cocina en plena hora punta, con platos, órdenes y tensiones cruzando el espacio sin descanso. El director nos sumerge en este frenesí con planos cerrados y un montaje casi coreográfico que refleja la repetición y el estrés diario de los trabajadores. La trama gira en torno a la desaparición de una suma de dinero de la caja, un conflicto aparentemente simple, que pronto se convierte en una metáfora de los abusos, las injusticias y los prejuicios que enfrentan los inmigrantes indocumentados. Pedro, el protagonista, encarna el anhelo de dignidad y estabilidad de quienes trabajan en condiciones extremas, sin derechos ni voz.


El reparto es uno de los grandes aciertos de la película.  Raúl Briones interpreta a Pedro con una intensidad y vulnerabilidad que conmueve. En su interpretación, cada gesto y cada mirada parecen gritar el deseo de una vida mejor, atrapado entre la realidad y el sueño. Rooney Mara, en el papel de Julia, añade una dimensión interesante y ambivalente a la historia, como una figura que representa a la vez apoyo y limitación para Pedro. Otros personajes, interpretados por Anna Diaz, Oded Fehr y un elenco multicultural, dotan a la película de autenticidad y crean un mosaico de vidas interconectadas, todas ellas atrapadas en un ciclo de explotación y anonimato. La química entre ellos es tangible, y Ruizpalacios logra captar la tensión y el compañerismo que surge en situaciones de trabajo extremo.


El rodaje de La cocina se llevó a cabo en un auténtico restaurante de Nueva York, permitiendo que tanto el reparto como el equipo técnico se sumergieran en el ambiente frenético de una cocina real. Este enfoque dio lugar a algunas anécdotas interesantes, como la dificultad de coordinar los movimientos de cámara en espacios reducidos y la necesidad de los actores de adaptarse a los gestos repetitivos y automatizados de los verdaderos trabajadores de cocina. Ruizpalacios quiso que el equipo viviera el estrés y el calor de una jornada de trabajo en una cocina abarrotada, un detalle que se refleja en la autenticidad de las escenas. El uso del blanco y negro, elegido por el director de fotografía Juan Pablo Ramírez, refuerza la atmósfera opresiva y resalta la dureza de un espacio donde no hay espacio para el descanso o la reflexión.


La música, compuesta por Tomás Barreiro, es otra pieza fundamental. Su composición mezcla acordes disonantes y notas tensas que subrayan la angustia de los personajes. Barreiro ha trabajado anteriormente con Ruizpalacios, y en esta ocasión crea una banda sonora que, sin imponerse, añade una capa de desesperación y urgencia a la narrativa. El vestuario y el atrezo, minimalistas y funcionales, subrayan el carácter trabajador de los personajes y el contexto de precariedad en el que viven, enfatizando que para ellos la cocina no es solo un lugar de trabajo, sino el único espacio que pueden reclamar como propio.


La fotografía es una obra maestra de contraste y sobriedad. Ramírez captura el calor y el estrés de la cocina con planos cerrados y detalles que casi pueden sentirse: el sudor de los cocineros, el vapor de las ollas, los platos amontonados. Esta estética en blanco y negro intensifica el dramatismo y refleja la falta de color, de vida, que sufren estos trabajadores, atrapados en un ciclo de agotamiento.


En conclusión, La cocina es una película de una intensidad emocional abrumadora, que va más allá de la denuncia social para presentarnos una historia humana y profundamente conmovedora. Ruizpalacios se supera a sí mismo, entregando una obra que, si bien es menos estilizada que sus anteriores proyectos, es mucho más introspectiva y crítica. A través de esta historia, el director lanza una mirada cruda a la realidad de quienes sostienen los engranajes de una sociedad que rara vez se detiene a reconocer su esfuerzo. Nos invita a reflexionar sobre el sacrificio y el olvido de quienes están al margen, los invisibles, los que trabajan en las sombras para que otros puedan disfrutar de una comida en un restaurante.


La cocina nos recuerda la importancia de la dignidad humana y el derecho a un lugar en el mundo, sin importar el estatus migratorio o las circunstancias. Es un relato de supervivencia y un homenaje a aquellos que luchan día a día, que sueñan con un futuro mejor y que, a pesar de todo, no dejan de ser personas llenas de esperanzas y temores. Alonso Ruizpalacios se consolida como uno de los directores más comprometidos de su generación, entregando una película que no solo es visual y narrativamente impactante, sino que deja una huella duradera en la conciencia del espectador.


Xabier Garzarain 






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