“ Harold y el lápiz morado”: el poder de crear tu propia realidad con un lápiz.

 Carlos Saldanha, conocido por su habilidad para traducir conceptos complejos en narrativas accesibles y visualmente impactantes, da un giro a su filmografía con Harold y el lápiz morado. Desde los vibrantes paisajes tropicales de Río hasta el entrañable mensaje de Ferdinand, Saldanha ha demostrado un talento especial para explorar temas universales a través de una mirada emocional. En esta ocasión, adapta el clásico de Crockett Johnson para reflexionar sobre la imaginación infantil y la ambigüedad de la realidad, presentando un relato que mezcla la inocencia de un cuento con preguntas filosóficas profundas.





En Harold y el lápiz morado, Saldanha abandona el enfoque dinámico de aventuras tradicionales para adentrarse en un terreno más introspectivo. La película representa una evolución en su carrera, destacando una narrativa más pausada y conceptual, en línea con obras como Where the Wild Things Are de Spike Jonze, aunque manteniendo su sello característico: una estética cautivadora y un equilibrio entre entretenimiento y profundidad.


El ritmo es fluido y poético, emulando la cadencia de un niño dibujando su mundo paso a paso. La película mantiene un balance entre momentos de calma y secuencias más dinámicas, como el enfrentamiento con el dragón o la travesía en globo. Sin embargo, hay puntos en los que el debate filosófico podría sentirse demasiado abstracto para los espectadores más jóvenes, aunque esto se compensa con escenas visualmente impresionantes.


Zachary Levi, como narrador, dota a Harold de una profundidad emocional que va más allá del personaje ilustrado del libro. Zooey Deschanel y Jemaine Clement aportan un toque excéntrico en sus roles secundarios, mientras que Alfred Molina, como narrador, eleva el tono de la película, otorgándole un aire onírico y reflexivo. Las voces secundarias, aunque menos destacadas, enriquecen el mundo imaginario de Harold.


El rodaje tuvo sus curiosidades, como la decisión de utilizar escenarios parcialmente físicos para las transiciones entre el mundo “dibujado” y el “real”, lo que otorgó una textura más artesanal al filme. Saldanha también trabajó estrechamente con ilustradores infantiles para garantizar que los diseños reflejaran la espontaneidad de un dibujo infantil.


La película comparte similitudes temáticas con Inside Out o Coraline, pero lo hace con un tono más optimista y menos sombrío. En el fondo, es un homenaje a la imaginación como herramienta de autodescubrimiento, similar a El principito, pero con un enfoque más visual.


Gabriel Beristain construye una atmósfera mágica con una paleta que oscila entre colores suaves y vivos, imitando la versatilidad del lápiz morado. El diseño de producción de Shepherd Frankel mezcla elementos minimalistas con trazos deliberadamente imperfectos que simulan los dibujos infantiles. El vestuario de Molly Maginnis, aunque sutil, refuerza la inocencia y universalidad de los personajes.


La banda sonora, aunque no excesivamente memorable, cumple con su función de ambientar y evocar nostalgia. Sin embargo, en ciertos momentos, podría haber subrayado mejor las emociones más intensas.


Harold y el lápiz morado es un ejercicio de imaginación y filosofía accesible, que invita a todas las edades a reflexionar sobre el poder creativo y la percepción de la realidad. Saldanha logra transformar una historia aparentemente simple en un debate accesible sobre la existencia, dejando a los espectadores con una enseñanza clara: nuestra capacidad de imaginar y dar forma al mundo es tan real como lo que sentimos.


Si bien algunos adultos podrían desear un desarrollo más profundo, el equilibrio entre entretenimiento y mensaje la convierte en una película para toda la familia, especialmente para aquellos que buscan explorar el mundo desde los ojos de un niño.


Xabier Garzarain 




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