“Infiltrada” en la sombra de ETA.

“La Infiltrada” es una película española dirigida por Arancha Echevarria, quien también la coescribió junto a Amélia Mora. 


Aranzazu Berradre Marín, protagonizada por Carolina Yuste , aborda un capítulo estremecedor de la historia reciente de España: la infiltración de una agente de la Policía Nacional en ETA durante los años 80 y 90. La película, basada en hechos reales, retrata la lucha entre la justicia y el terror, y plantea una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto fue legítima la lucha armada de ETA? Este film promete levantar ampollas, tanto entre las víctimas del terrorismo como entre quienes aún defienden una Euskadi independiente a cualquier precio. Su relevancia histórica, social y emocional convierte a esta película en un objeto de crítica necesario.



Arantxa Echevarría ha consolidado su carrera como una directora capaz de tratar temas de gran carga política y social. Su película Carmen y Lola (2018) fue aclamada por su tratamiento de temas tabú en el ámbito gitano, mostrando un estilo crudo y sin concesiones. En Aranzazu Berradre Marín, Echevarría continúa con su enfoque de cine comprometido, pero esta vez en un entorno aún más controvertido y delicado: la lucha armada de ETA. Con esta película, la directora se enfrenta a uno de los capítulos más oscuros de la historia vasca y española, buscando abrir un diálogo honesto sobre la complejidad del conflicto.


La historia sigue a Aranzazu Berradre Marín, interpretada de manera notable por Carolina Yuste, quien, a los 20 años, presentarse como militante del Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño,  se infiltra en ETA y pasa ocho años bajo una identidad falsa, conviviendo con los miembros del comando Donosti. La trama se despliega como un thriller psicológico donde la tensión es constante. Desde el primer momento, el espectador se siente atrapado en el conflicto interno de Aranzazu, dividida entre su deber como policía y el peso emocional de vivir entre los terroristas, fingiendo ser una de ellos.


El ritmo es sostenido, con momentos de calma que permiten desarrollar el trasfondo emocional de la protagonista, seguidos por escenas de alta tensión donde la vida de Aranzazu pende de un hilo. La película se mueve entre el drama y el thriller, con secuencias intensas que mantienen al espectador al borde del asiento. La dirección de Echevarría es precisa en su manejo del suspense, sin caer en el sensacionalismo, lo que refuerza la autenticidad del relato.


El vestuario juega un papel fundamental en la recreación de la Euskadi de los años 80 y 90. Los atuendos simples y urbanos de los personajes evocan la estética de la izquierda abertzale de la época, con chaquetas de cuero, camisetas desgastadas y el look característico de los activistas radicales. Esto contribuye a la sensación de realismo y ayuda a sumergir al espectador en un ambiente opresivo, casi claustrofóbico, en el que la violencia y el miedo están siempre presentes.


La ambientación es impecable. La recreación de los”zulos”( pisos de seguridad)de ETA, los mítines clandestinos, las manifestaciones y los encuentros en Etxeko-Tabernas( bares vascos ) ofrecen una imagen clara del clima político y social de la época. Las calles y los paisajes grises de una Euskadi bajo el peso del conflicto se muestran con crudeza, lo que refuerza la sensación de peligro constante en la que vive la protagonista.


La banda sonora, a cargo de Jorge Rueda, acompaña perfectamente el tono de la película. La música es sutil, casi minimalista, pero aparece en momentos clave para intensificar la tensión o subrayar la angustia interna de Aranzazu. Rueda utiliza notas de guitarra eléctrica y sintetizadores que evocan la época, pero con un toque oscuro, casi distópico, que refleja el caos emocional y moral en el que se encuentra la protagonista. El silencio también juega un papel importante, con largas pausas que permiten al espectador sentir la carga emocional de la trama.


Carolina Yuste ofrece una interpretación sobresaliente como Aranzazu. Su capacidad para transmitir la complejidad emocional de una joven que, a pesar de su valentía, está al borde de romperse por la presión constante, es una de las mayores fortalezas de la película. Diego Anidó, en su papel de Sergio Polo como uno de los cabecillas de ETA, es magnético y aterrador; su interpretación refleja la frialdad calculada de un hombre capaz de justificar la violencia en nombre de un ideal.


Luis Tosar, en su papel de Ángel como Jefe de Policía Nacional, el cual introduce a la infiltrada Carolina Juste en la banda terrorista ETA, ofrece una interpretación fría y calculadora, encarnando a un personaje tan distante y manipulador que es conocido como “El Inhumano”. Su trato con los subalternos, especialmente con ella, refleja su naturaleza despiadada y sin escrúpulos. Cada mirada y gesto transmite la intensidad de un hombre dispuesto a todo para lograr sus objetivos, sin importar el costo. La actuación de Tosar es esencial para el desarrollo de la historia, añadiendo una capa de tensión y amenaza en cada escena. Él es el hombre que maneja los hilos, es la persona que está detrás de la infiltrada, la que da sentido a la trama.


Los personajes secundarios, como el interpretado por Víctor Clavijo y Nausicaa Bonnín, ofrecen una rica gama de matices. Son terroristas con una humanidad visible, lo que provoca en el espectador una incomodidad profunda. La película no busca demonizarlos por completo, sino presentar las complejidades de personas atrapadas en la ideología y la violencia.


La película puede compararse con otros thrillers políticos como El topo (2011) o El enemigo íntimo (2008), pero Aranzazu Berradre Marín es mucho más visceral por su conexión con la realidad reciente de España. Mientras que otras películas sobre terrorismo se centran en el conflicto ideológico o los enfrentamientos armados, Echevarría ofrece una mirada más personal e íntima, profundizando en los efectos psicológicos de la infiltración y el sacrificio personal. El ambiente de constante desconfianza recuerda a otras obras sobre infiltraciones en organizaciones terroristas, como Donnie Brasco o Infiltrado en el KKKlan. Sin embargo se distingue por su enfoque en la infiltración desde la perspectiva de una mujer. Mientras que otras películas destacan más los aspectos operativos y políticos de la lucha antiterrorista, este filme profundiza en las consecuencias personales y psicológicas de vivir una mentira durante años.


La recreación de la Euskadi de los años 80 y 90 es uno de los mayores logros de la película. La dirección de arte y el diseño de producción logran capturar la atmósfera opresiva y violenta de aquellos años, marcada por la actividad de ETA, la represión policial y la lucha interna de la sociedad vasca. La película ofrece una visión cruda y realista de la vida en Euskadi durante el conflicto, sin idealizar ni demonizar a ninguno de los lados. Esta neutralidad permitirá a algunos espectadores interpretar la historia de maneras radicalmente diferentes.


A pesar de tratar un tema extremadamente duro y divisivo en la historia española, la película de Echevarria no busca posicionarse políticamente, sino que trata de explorar la humanidad detrás del conflicto. Nos recuerda que las guerras y las luchas armadas, en cualquier contexto, dejan cicatrices profundas no solo en las víctimas directas de la violencia, sino también en aquellos que luchan desde las sombras. El sacrificio de Aranzazu y la crudeza de su vida doble sirven como recordatorio de lo que significa enfrentarse a la violencia desde dentro.


A medida que la infiltrada se aleja de la sombra que proyectó su misión, el peso de sus decisiones y el impacto de su trabajo quedan claros: se evitó un futuro lleno de tragedias, y se desarticuló una célula que podría haber causado un sufrimiento incalculable. Sin embargo, más allá de la victoria de unos u otros, la película se cierra con una reflexión sobre los costos humanos de todo conflicto, recordándonos que tanto la lucha armada como el sacrificio de quienes se ven involucrados dejan cicatrices en todos los lados.


En resumen ,El mensaje final de la directora, Arantxa Echevarría, no busca señalar culpables ni héroes, sino subrayar la necesidad de que, como sociedad, aprendamos de nuestro pasado para no repetir los errores. A través de la historia de la infiltrada, la película transmite un deseo profundo de reconciliación y comprensión, alejándonos de las divisiones y recordándonos que el futuro solo puede construirse si miramos hacia adelante con empatía y respeto mutuo.


Xabier Garzarain 




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