“ Los Caminos del Olvido: Huellas de un pasado perdido”
Jaime Puertas Castillo es un director cuya filmografía ha estado marcada por una constante búsqueda de la verdad sobre las huellas del pasado y los paisajes que custodian las historias no contadas. Su carrera, aunque relativamente reciente, ha conseguido destacar por su enfoque contemplativo y profundo en la exploración de la memoria colectiva y personal. En sus primeros trabajos, Puertas Castillo demostró una notable habilidad para conectar la narrativa visual con el peso emocional del entorno, una característica que se ha mantenido constante en su evolución como cineasta.
Antes de lanzarse al terreno de la ficción con Los Caminos del Olvido, Puertas Castillo se dio a conocer en el mundo del documental, un género en el que encontró un espacio para su estilo pausado y reflexivo. Su documental Raíces de un Olvido (2020), que exploraba la vida y las tradiciones de los pueblos perdidos en las montañas de la Sierra Nevada, compartía muchos de los temas que serán fundamentales en su último trabajo. En esta obra, al igual que en Los Caminos del Olvido, la historia de un paisaje abandonado servía como vehículo para profundizar en la memoria personal y colectiva, abordando la relación entre las generaciones pasadas y las futuras a través de los vestigios de lo que quedó atrás.
Si bien Raíces de un Olvido tiene un tono más expositivo y cercano al periodismo visual, la transición hacia la ficción con Los Caminos del Olvido muestra una evolución hacia un enfoque más narrativo y literario, pero no menos introspectivo. La forma de contar historias del director se va tornando más compleja y menos centrada en el testimonio directo, buscando en su lugar crear una atmósfera en la que el espectador se sienta casi un testigo de las emociones contenidas en los escenarios que describe. En esta obra, Puertas Castillo toma los cimientos del documental, que tan bien manejó en su pasado, y los transforma en una reflexión más profunda sobre la naturaleza efímera de los recuerdos, la historia y la cultura rural, a la vez que introduce el misterio como motor de la narrativa.
Esta conexión entre su obra documental y la ficción no solo se ve en el estilo visual, sino también en la forma en que el director otorga a sus personajes la misión de desentrañar historias que han quedado olvidadas, casi como si el propio cine se convirtiera en un archivo de la memoria colectiva. En Los Caminos del Olvido, Puertas Castillo no solo nos invita a mirar el pasado a través de los ojos de sus personajes, sino también a hacernos conscientes de la fragilidad del presente y la perpetuidad de la tierra.
Puertas Castillo sigue una narrativa pausada, casi contemplativa, que refleja la quietud y la solitaria belleza del entorno granadino. El ritmo de la película, a menudo marcado por largos silencios y planos fijos que permiten al espectador sumergirse en el paisaje, es una decisión consciente que evoca la sensación de abandono, pero que podría resultar difícil de mantener para algunos espectadores que prefieren tramas más ágiles. Sin embargo, este ritmo es fundamental para la atmósfera melancólica que envuelve la obra.
La trama, que gira en torno a Mari y su encuentro con José y Jonás, se desarrolla de manera no lineal, con saltos entre el presente y los recuerdos del pasado, lo que añade una capa de misterio. Los relatos que emergen sobre los cortijos abandonados, las historias de los personajes y la peculiar herida de José sirven como catalizadores para una reflexión sobre el olvido y la importancia de preservar las historias locales.
Mari Marin, como Mari, transmite una sutileza que otorga profundidad a su personaje. La actriz logra plasmar la determinación de una mujer que, a pesar de las dificultades, se niega a que las historias que busca queden en el olvido. Antón Rodríguez, en el papel de Jonás, se muestra con un aire de melancolía y reflexión que encarna la figura del hombre marcado por el paso del tiempo. La interpretación de Yusuf Román como José, un pastor con una misteriosa herida, aporta la dosis de enigma y tensión emocional necesaria para completar el triángulo central de la historia.
El rodaje en el altiplano granadino, con sus paisajes áridos y solitarios, resultó ser todo un desafío para el equipo, especialmente por las condiciones extremas de calor y la dificultad para acceder a las localizaciones. A pesar de estas adversidades, el rodaje logró captar la esencia de este entorno inhóspito, que se convierte casi en un personaje más dentro de la trama. Puertas Castillo ha mencionado en varias entrevistas que la conexión con la naturaleza fue uno de los pilares fundamentales durante el rodaje, buscando que el paisaje tuviera una influencia directa sobre los personajes y sus decisiones.
Los Caminos del Olvido se puede situar dentro del subgénero de cine rural, con una fuerte influencia de obras como La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda o Los santos inocentes de Mario Camus, donde la tierra y los seres humanos están íntimamente conectados. La historia también evoca la temática del desarraigo y la pérdida de identidad, recurrente en el cine español contemporáneo, especialmente en lo relacionado con los cambios sociales en las zonas rurales y la transición entre generaciones.
La música de la película, que se mantiene minimalista, refuerza la atmósfera de aislamiento y nostalgia. Las composiciones se basan en cuerdas y pianos suaves, dejando espacio a la sonoridad del viento y los murmullos de los personajes, lo que contribuye a la inmersión sensorial en el entorno rural. El vestuario es sencillo pero efectivo, reflejando la dureza del mundo de los pastores y la sencillez de una vida apegada a la tierra. La dirección de arte se encarga de crear una ambientación que conecta a los personajes con su entorno, destacando los cortijos abandonados y las ruinas como símbolos del olvido.
La fotografía, a cargo de un equipo experto en capturar paisajes naturales, es uno de los puntos fuertes de la película. Los planos amplios de las montañas y las casas derruidas están contrastados con los primeros planos que nos acercan a los rostros de los personajes, creando una sensación de distanciamiento y, al mismo tiempo, de cercanía. El atrezzo, aunque sencillo, juega un papel importante al subrayar el paso del tiempo: objetos cotidianos deteriorados y elementos que evocan el pasado.
Los Caminos del Olvido es una obra que desafía las convenciones narrativas del cine contemporáneo, invitando al espectador no solo a observar la historia, sino a sentirla, a vivirla. La película, con su tono melancólico y contemplativo, plantea una reflexión profunda sobre el desarraigo, la memoria y el paso del tiempo. Puertas Castillo, en su madurez como director, no nos ofrece respuestas fáciles ni finales cerrados. Al contrario, nos deja con preguntas que resuenan más allá de la pantalla: ¿Qué es lo que realmente se pierde cuando el olvido se apodera de un lugar? ¿Somos capaces de conservar nuestra identidad sin nuestra historia?
El mensaje que se desprende de la película no es una simple lección sobre el pasado, sino una advertencia sobre la fragilidad del presente. La película no solo documenta la desaparición de los cortijos, sino también el desvanecimiento de la esencia de una vida ligada a la tierra. Los personajes, en su búsqueda por entender lo que se ha ido, representan a todos aquellos que, en su prisa por avanzar, terminan olvidando lo que les da raíces. Y es en ese olvido donde, irónicamente, se encuentra la lección más profunda de la película: la necesidad de recordar, de detenernos a pensar sobre lo que realmente importa antes de que se desvanezca, tal como ocurre con los cortijos, con las historias y con las personas.
Así, Los Caminos del Olvido es una meditación sobre lo efímero de la existencia humana y, al mismo tiempo, sobre la trascendencia del legado que dejamos en aquellos que vienen después de nosotros. Al final, Puertas Castillo nos deja con una sensación de desolación, pero también con una pequeña chispa de esperanza, como si el acto mismo de recordar pudiera salvarnos del olvido.
Xabier Garzarain








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