“La habitación de al lado” la dignidad de partir.
A sus 71 años, Pedro Almodóvar sigue siendo uno de los directores más influyentes y prolíficos del cine contemporáneo. Su filmografía, que abarca desde los transgresores inicios en la Movida Madrileña con títulos como “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, hasta sus obras más maduras como “Todo sobre mi madre” y “Hable con ella” —ambas ganadoras del Oscar—, demuestra una evolución única en su forma de abordar la naturaleza humana. Almodóvar ha recibido numerosos galardones en festivales internacionales de renombre, incluyendo dos Oscar de la Academia, el Premio a Mejor Director en el Festival de Cine de Venecia y el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián. En “La habitación de al lado”, su más reciente propuesta, el director nos sumerge en una historia de dolor, deseo y redención, fiel a su estilo inconfundible que aúna complejidad emocional y una estética visual cautivadora.
Ubicada en la remota reserva natural de New England, en el noreste de Estados Unidos, la trama sigue a Martha (Tilda Swinton), una madre en duelo por la pérdida de contacto con su hija, y a Ingrid (Julianne Moore), amiga de Martha y una escritora que se convierte en su apoyo emocional. A través de su convivencia, ambas exploran la amistad y el deseo como vías de escape al dolor. Sin embargo, el regreso de Damián (John Turturro), un personaje del pasado de ambas, añade una complejidad emocional adicional. Damián fue una figura clave en las vidas de Martha e Ingrid, habiendo tenido relaciones sentimentales con ambas en diferentes momentos. Su presencia actúa como un puente que conecta sus historias y les transporta al pasado, creando temas de conversación que evocan cómo se sentían en aquellos tiempos. Así, Damián no solo añade tensión a la narrativa, cuestionando las dinámicas de poder y deseo que surgen entre ellas, sino que también les permite revivir recuerdos compartidos y reflexionar sobre sus propias vidas en el presente.
La historia, con su ritmo pausado y contemplativo, recuerda a clásicos europeos como “Persona” de Ingmar Bergman, una obra maestra de 1966 que explora la identidad y la conexión emocional entre dos mujeres. En “Persona”, una actriz (Bibi Andersson) pierde la capacidad de hablar y es cuidada por una enfermera (Liv Ullmann) en una aislada casa de verano. A medida que la relación entre ambas se intensifica, se desdibujan las fronteras de su identidad, reflejando la complejidad del deseo, la proyección emocional y la búsqueda de la verdad personal. De manera similar, “La habitación de al lado” invita a las protagonistas a confrontar su dolor y sus recuerdos, al tiempo que examinan la naturaleza de su relación en el contexto de su conexión con Damián. Ambas películas presentan un viaje emocional que desafía las nociones de la individualidad y la intimidad, llevando a los personajes a una exploración profunda de sí mismos.
Además, tanto en “La habitación de al lado” como en “Persona”, el entorno juega un papel crucial en el desarrollo de las relaciones. En la película de Almodóvar, la remota reserva natural crea un sentido de aislamiento que potencia la introspección de Martha e Ingrid, mientras que el entorno en “Persona” es igualmente claustrofóbico y revelador, creando un espacio donde las tensiones emocionales pueden florecer. Ambas películas utilizan el aislamiento como un catalizador para la reflexión y el autodescubrimiento, permitiendo a los personajes navegar por sus vulnerabilidades en un entorno seguro, pero cargado de complejidad emocional.
Swinton brilla en su interpretación de Martha, encarnando a una mujer frágil y al borde de sus límites emocionales, mientras que Moore aporta una sutileza en su papel de Ingrid, canalizando una empatía dolorosa hacia su amiga. Ambas crean una relación tan intensa como compleja, con una química en pantalla que remite a parejas dramáticas del calibre de Gena Rowlands y Peter Falk en “Una mujer bajo la influencia”.
El diseño de vestuario de Bina Daigeler es esencial en esta película, construyendo personajes a través de prendas que reflejan su mundo interior: tonos apagados y texturas suaves que sirven de refugio a sus emociones y, a la vez, marcan su separación del entorno. Daigeler crea un vestuario que recuerda el estilo introspectivo de “Antichrist” de Lars von Trier, donde el ambiente natural y el atuendo se entrelazan para intensificar el aislamiento y la reclusión de los protagonistas.
La música de Alberto Iglesias, colaborador habitual de Almodóvar en películas como “Todo sobre mi madre”, “Hable con ella”, “La piel que habito” y “Los abrazos rotos”, destaca por su capacidad para complementar el tono melancólico de la película. Su banda sonora, que mezcla acordes suaves con momentos de tensión, acompaña la narrativa con una intensidad sutil, que a la vez consuela y confronta al espectador. A su vez, la fotografía de Eduard Grau utiliza una paleta de colores fríos y una iluminación natural para capturar la inmensidad y belleza inhóspita de New England, resaltando la vulnerabilidad de las protagonistas y el peso de los silencios en su vida.
La estética de “La habitación de al lado” se convierte en una extensión de las emociones de los personajes, reflejando el estilo característico de Almodóvar. La belleza de los paisajes y la atención al detalle en los decorados y la vestimenta hacen eco de su sensibilidad estética, llevándola a sus últimas consecuencias. Este ambiente visual, combinado con una narración íntima, permite al espectador sumergirse en el mundo de Martha e Ingrid, haciendo palpable su dolor y anhelo.
Uno de los dones más significativos de Almodóvar es su habilidad para trasladar los conflictos de las mujeres a la pantalla. Desde “Mujeres al borde de un ataque de nervios” hasta “Volver”, su obra ha explorado la complejidad de las relaciones femeninas: entre madres e hijas, amigas, competidoras y amantes. Almodóvar logra representar la realidad de las mujeres de una manera que es tanto universal como íntima, desafiando las percepciones del espectador sobre sus vidas. A través de su lente, vemos a estas mujeres no solo como figuras narrativas, sino como nuestras propias madres, hermanas, tías y abuelas. Este enfoque les otorga una profundidad y humanidad que trasciende las limitaciones del cine convencional.
“La habitación de al lado” se posiciona junto a otras películas psicológicas europeas que indagan en la fragilidad humana. Al igual que en “La cinta blanca” de Michael Haneke, la película de Almodóvar utiliza el sufrimiento personal para trazar una reflexión sobre la naturaleza humana, sin caer en el sensacionalismo. La narrativa avanza con una cadencia que permite apreciar cada detalle, cada mirada, cada pausa, recordando el poder de la cámara para capturar la esencia de los personajes en lugar de limitarse a contar la historia.
En conclusión, “La habitación de al lado” es una obra que va más allá de los temas habituales de Almodóvar y nos lleva a una exploración profunda del duelo, la amistad y el poder sanador del arte. Con una historia íntima y un ritmo que invita a la reflexión, Almodóvar nos recuerda que incluso en la oscuridad más profunda, la conexión humana puede ser nuestra mayor resistencia frente al dolor. La película nos plantea un mensaje fundamental: que, a pesar de las heridas y el horror, la esperanza puede florecer en el terreno más árido.
Xabier Garzarain









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