“Pídeme lo que quieras: ¿un nuevo referente del cine erótico español?”
La adaptación de Pídeme lo que quieras marca un momento significativo en el panorama cinematográfico español reciente. Basada en la exitosa novela de Megan Maxwell, esta película pretende ocupar un lugar destacado dentro del género erótico, un territorio a menudo poco explorado en el cine español. Bajo la dirección de Lucía Alemany, conocida por su sensibilidad narrativa y su capacidad para capturar la complejidad emocional de los personajes en obras como La inocencia(2019), la cinta intenta abordar el delicado equilibrio entre el erotismo explícito y el drama humano. Con Warner Bros Pictures España como distribuidora y un equipo de producción liderado por Versus Entertainment, Pídeme lo que quieras se lanza con altas expectativas, no solo por la popularidad del material original, sino también por la promesa de aportar una nueva mirada a las relaciones íntimas y de poder.
Desde el éxito de sagas como Cincuenta sombras de Grey, el cine erótico ha intentado reinventarse, buscando combinar provocación y narrativa sólida. Sin embargo, el desafío para cualquier director que se adentra en este terreno es evidente: equilibrar las demandas del público, las expectativas de los fans del libro y el desarrollo artístico de la obra cinematográfica. Lucía Alemany, en su transición de un cine más independiente y de autor al cine comercial, aporta su mirada particular al proyecto, aunque con resultados desiguales.
Lucía Alemany se consolidó como una directora a seguir con su debut en La inocencia, donde abordaba temas como la adolescencia, la maternidad y las presiones sociales en un entorno rural. Esa obra la posicionó como una narradora de historias profundamente humanas, con un estilo íntimo y un uso preciso de la cámara para capturar emociones contenidas. En Pídeme lo que quieras, sin embargo, la directora abandona esos espacios intimistas para enfrentarse a un proyecto más comercial y ambicioso. Si bien conserva ciertos elementos de su estilo, como su enfoque en las emociones femeninas, la adaptación de un bestseller de corte erótico parece alejarla de su zona de confort, lo que se traduce en una narrativa menos cohesionada y en una apuesta visual que no siempre alcanza el nivel esperado.
La trama de Pídeme lo que quieras está impregnada de los ingredientes característicos del género: atracción irresistible, juegos de poder y secretos que amenazan con desmoronar una relación aparentemente perfecta. Aunque el material fuente ofrecía oportunidades para explorar temas como los límites del consentimiento, las dinámicas de poder en las relaciones y la aceptación de las propias fantasías, la película opta por centrarse en la relación entre Eric y Judith de una manera más convencional.
El ritmo resulta irregular: las primeras interacciones entre los protagonistas tienen chispa, pero a medida que se profundiza en las escenas más explícitas y los conflictos de Eric, el relato se vuelve predecible y repetitivo. Este desbalance afecta la implicación emocional del espectador, quien puede llegar a sentir que la película se alarga innecesariamente.
En cuanto a las actuaciones, Mario Ermito y Gabriela Andrada cumplen, pero no logran llevar a sus personajes más allá de lo superficial. Ermito interpreta a Eric Zimmerman con un aire de misterio que funciona inicialmente, pero que carece de matices a medida que su personaje revela su lado más vulnerable. Gabriela Andrada, por su parte, dota a Judith de energía y carisma, pero sus mejores momentos se encuentran en las escenas ligeras y cómicas, más que en los momentos de mayor carga emocional. El elenco secundario, en especial Paco Tous y Celia Freijeiro, añade un soplo de autenticidad y humor que contrasta con el tono más serio de la pareja principal.
Entre las curiosidades del rodaje destaca la constante colaboración de Megan Maxwell, quien participó activamente en el set. Se dice que Maxwell y Alemany discutieron sobre el enfoque de ciertas escenas clave, con la autora defendiendo una representación más explícita de las fantasías de los personajes, mientras que la directora buscaba un tono más sugerente y emocional. Además, los actores principales comentaron en entrevistas la dificultad de rodar escenas íntimas, para las cuales contaron con la asistencia de un coordinador de intimidad, un rol que cada vez gana más relevancia en el cine contemporáneo.
Dentro del género, Pídeme lo que quieras intenta distanciarse de películas como 365 días, con su tono hiperbólico, y busca un enfoque más contenido, aunque en comparación con producciones como Cincuenta sombras de Grey, carece de la sofisticación visual y el magnetismo interpretativo que ayudaron a popularizar la saga. La película aspira a reflejar un erotismo más naturalista, pero su enfoque irregular y su dependencia de ciertos clichés limitan su impacto.
La banda sonora de Fernando Oyagüez alterna entre piezas que intentan subrayar la sensualidad de ciertas escenas y otras que parecen poco memorables. La dirección de arte y el vestuario cumplen con el objetivo de reflejar los mundos opuestos de Eric y Judith: el lujo y sobriedad del primero frente a la frescura y espontaneidad de la segunda. La fotografía, a cargo de un equipo experimentado, logra destacar en las escenas más íntimas, con juegos de luces que refuerzan la atmósfera de voyeurismo.
Pídeme lo que quieras es una película que intenta abordar temas importantes como la libertad sexual, la aceptación de las fantasías propias y el equilibrio entre poder y vulnerabilidad en las relaciones, pero su ejecución no siempre está a la altura de su ambición. La película ofrece destellos interesantes, especialmente en los momentos más introspectivos, donde Lucía Alemany intenta profundizar en los personajes. Sin embargo, el guion y ciertas decisiones estilísticas limitan la experiencia global.
El mensaje que la película intenta transmitir, sobre la importancia de la honestidad en las relaciones y el empoderamiento que surge al aceptar nuestras sombras, queda diluido en una narrativa que prioriza el erotismo sobre la reflexión. No obstante, para los fans de Megan Maxwell, la película será un puente atractivo hacia la obra literaria, y para Alemany representa un paso audaz en su carrera, aunque no sea su obra más lograda.
Lo mejor: La dirección de fotografía en las escenas íntimas y la energía que Gabriela Andrada aporta a su personaje, Judith, creando momentos de frescura que contrarrestan la intensidad del relato.
Lo peor: La falta de profundidad emocional en la relación principal y un guion que no logra explorar con más sutileza los temas de poder y deseo que propone el libro.
Xabier Garzarain
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