“Playing God”: ¿Quién crea a quién?

“Playing God”, un cortometraje de animación de Matteo Burani, nos transporta a un universo donde la creación y la existencia se entrelazan de manera poética y perturbadora. Con una duración de solo nueve minutos, esta obra ha requerido un laborioso proceso de siete años, reflejando el compromiso del director y su equipo, así como la complejidad del mundo de la animación en stop motion.


El ritmo de “Playing God” es envolvente y contemplativo, con un tempo pausado que invita al espectador a sumergirse en el ambiente oscuro y misterioso del laboratorio. La narrativa sigue a una escultura de arcilla que cobra vida, rodeada de criaturas extrañas. Este enfoque narrativo minimalista no solo destaca la fragilidad de la vida y la creación, sino que también plantea preguntas profundas sobre el papel del creador y el impacto de su obra en el mundo.





La interpretación de los personajes, aunque sea a través de la animación, es notable. La escultura cobra vida con sutileza, mostrando una gama de emociones que evocan tanto la curiosidad como la angustia existencial. Las criaturas que la rodean representan diversos aspectos de la psique humana, desde el apoyo hasta la exclusión, lo que añade una capa de complejidad emocional a la obra. La dirección de Burani permite que cada movimiento y expresión de los personajes cuente una historia, desdibujando la línea entre el arte y la vida.


Al observar “Playing God”, se pueden encontrar ecos de obras anteriores en el género de la animación que exploran la relación entre el creador y su creación, como “Frankenweenie” de Tim Burton o “Coraline” de Henry Selick. Sin embargo, la obra de Burani se distingue por su enfoque más introspectivo y emocional. En comparación con producciones contemporáneas como “Isle of Dogs” de Wes Anderson, “Playing God” se adentra más en el concepto de vulnerabilidad de la existencia y la percepción del ser.





El atrezzo y el vestuario, a pesar de la simplicidad, son esenciales para la atmósfera de la película. Burani ha logrado recrear un entorno que recuerda a las viejas boticas artesanales de Bologna, utilizando tonos terrosos que evocan la rica tradición artística de la región. La elección de la arcilla roja y el color amarillo mate no solo refuerza la conexión con su ciudad natal, sino que también otorga a la obra un carácter orgánico que es fundamental para la experiencia visual.



La música de Pier Danio Forni es etérea y envolvente, complementando perfectamente la narrativa visual. El uso del sonido y la ausencia del mismo se convierten en herramientas narrativas que acentúan la tensión y la reflexión en momentos clave. En cuanto a la fotografía, Guglielmo Trautvetter captura la esencia del taller, creando una atmósfera que oscila entre la calidez y la inquietud, lo que resuena con la temática del filme.





El proceso de creación de “Playing God” ha sido un viaje extenso para Burani, quien, a lo largo de los años, ha experimentado diversas técnicas y estilos. La obra se inspira en la dualidad de la creación y la destrucción, así como en la lucha por la aceptación y la identidad. Burani ha compartido que su deseo de explorar la percepción de la creación se vio influenciado por su propio camino como artista y su relación con el arte.


En resumen,”Playing God” es una obra que invita a la reflexión sobre la relación entre creador y creación, así como sobre la exclusión y la identidad. El director, Matteo Burani, transmite un mensaje poderoso: la creación implica responsabilidad y, a menudo, un profundo dolor. Al final, la película nos confronta con la idea de que cada obra, aunque sea bella, lleva consigo la sombra de la incomprensión y el rechazo. En un mundo donde la aceptación es una lucha constante, “Playing God” se erige como un recordatorio de que la belleza también puede surgir del dolor y la soledad.


Xabier Garzarain 




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