“Skincare: El precio de la perfección.”
Austin Peters comenzó su carrera cinematográfica con un enfoque en el drama psicológico, explorando las complejidades humanas a través de relatos que desnudaban las motivaciones y deseos más oscuros de sus personajes. Su primer gran éxito fue Shattered Glass (2015), un thriller que trataba sobre la manipulación mediática y el engaño en el mundo del periodismo. Con este trabajo, Peters ya mostraba su habilidad para crear tensiones psicológicas intensas, utilizando ambientes claustrofóbicos para profundizar en las luchas internas de sus personajes.
A lo largo de los años, Peters continuó experimentando con diferentes géneros, pero siempre con una constante en su estilo: una profunda exploración de la identidad, la percepción y la competencia. En películas posteriores como The Shallows (2017), su trabajo como director no solo destacó por la tensión narrativa, sino también por la forma en que la fotografía y la dirección de arte se convirtieron en herramientas para reflejar los estados emocionales de los personajes. La elección de ambientes en situaciones de confinamiento, combinada con su habilidad para manejar un ritmo cautivador, lo han convertido en un director capaz de transmitir una sensación constante de amenaza y paranoia.
Con Skincare (2024), Peters parece haber cerrado un ciclo de su carrera al abordar una temática que explora una de las sociedades más competitivas y superficiales de la actualidad: el mundo de la estética y la belleza. Aquí, su estilo evoluciona hacia un thriller que no solo se centra en el sabotaje y la venganza, sino también en la crítica a las construcciones sociales que giran en torno a la imagen exterior, a la vez que lleva a sus personajes hacia un campo más personal y humano. Aunque el enfoque sigue siendo la tensión psicológica, la exploración de la competencia en un ambiente tan artificial como el de la estética da pie a una nueva capa de análisis sobre las luchas por el poder y la vulnerabilidad.
El ritmo del filme, si bien algo pausado al principio, se acelera a medida que la tensión aumenta, reflejando la sensación de creciente desesperación de los personajes. Los momentos de confrontación están construidos con gran maestría, alimentados por diálogos afilados y una puesta en escena que amplifica el conflicto interno de los personajes. La narrativa se vuelve más tensa a medida que descubrimos que la batalla no solo es profesional, sino profundamente personal, y que las apariencias son tan frágiles como las relaciones que las sostienen.
La película sigue a Hope Goldman (Elizabeth Banks), una esteticista de renombre cuyo negocio se ve amenazado por el sabotaje de su rival Angel Vergara (Luis Gerardo Méndez), quien abre una boutique al otro lado de la calle, desestabilizando su imperio. La trama se desarrolla en torno a los intentos de Hope y su amiga Jordan (Mj Rodriguez) por descubrir quién está detrás del daño a su reputación. A lo largo del filme, Peters juega con las expectativas del público, utilizando giros narrativos que van desvelando lentamente las verdaderas motivaciones de los personajes involucrados.
Elizabeth Banks se adentra en un papel mucho más oscuro de lo que normalmente se espera de ella, y lo hace con maestría. Su interpretación de Hope es tan convincente como la de una mujer fuerte que se enfrenta a la incertidumbre y la amenaza de perder lo que ha construido, pero también revela las vulnerabilidades que se esconden detrás de su fachada impecable. La relación con su amiga Jordan (interpretada por Mj Rodriguez) agrega una dimensión emocional a la historia, ofreciendo momentos de ternura que contrastan con la frialdad de su rival, Angel Vergara, interpretado por Luis Gerardo Méndez. El elenco de apoyo, incluyendo a Nathan Fillion y Lewis Pullman, también proporciona interpretaciones solidas, aunque en algunos momentos los personajes secundarios no llegan a desarrollarse tanto como los principales.
Una de las anécdotas más destacadas del rodaje de Skincare fue la colaboración entre el director y el equipo de vestuario para construir una atmósfera que reflejara la lucha interna de los personajes. Se utilizó la moda como una extensión de la psicología de cada uno: Hope, por ejemplo, lleva ropa de colores neutros y sofisticados, mientras que Angel, su rival, luce atuendos más audaces y llamativos, lo que subraya su personalidad competitiva. En cuanto a la filmación, algunos de los exteriores fueron rodados en zonas comerciales de alto lujo, lo que aportó una estética visual acorde con la trama, pero que también representó desafíos en cuanto a la iluminación y la gestión del espacio, ya que se necesitaban lugares que reflejaran la opulencia del entorno de la estética sin perder la tensión del ambiente.
En muchos aspectos, Skincare podría compararse con películas anteriores que exploran la competencia feroz y la superficialidad en ambientes cerrados, como The Devil Wears Prada (David Frankel, 2006) o incluso Whiplash (Damien Chazelle, 2014), en las que el deseo de ser el mejor lleva a los personajes a cuestionar su moralidad y su propia humanidad. Sin embargo, lo que diferencia a Skincare es la forma en que Peters aborda la violencia emocional y psicológica dentro de un contexto tan mundano y visualmente atractivo como el mundo de la estética. En comparación con otros thrillers psicológicos, como Gone Girl o The Talented Mr. Ripley, Skincare mantiene un enfoque más sutil pero igualmente inquietante, dejando al espectador reflexionando sobre las dinámicas de poder que subyacen en cada interacción.
La música compuesta por Daniel Hart acentúa perfectamente la tensión psicológica del filme. Las composiciones son sutiles pero inquietantes, ayudando a crear una atmósfera llena de suspenso sin caer en lo obvio. El vestuario, a cargo de la diseñadora Julie Roberts, juega un papel crucial en la construcción del carácter, con cambios de vestimenta que marcan la evolución de los personajes. La dirección de Peters es precisa y efectiva, capaz de mantener al público al borde del asiento mientras maneja la intrincada red de engaños y alianzas.
La cinematografía, de Sarah Goldfinger, es uno de los aspectos más sobresalientes de la película. La cuidadosa elección de colores y la utilización de la luz para contrastar las escenas de glamour con las sombras del conflicto psicológico nos sumergen en una estética que refleja los dilemas internos de los personajes. El atrezo, desde los objetos de belleza hasta los espacios donde se desarrollan las confrontaciones, se convierte en un reflejo visual de las tensiones entre el exterior y el interior de los personajes.
Skincare no es solo una historia de rivalidad y sabotaje, sino una profunda reflexión sobre el poder de las apariencias y las sombras que acechan bajo la superficie. Austin Peters, al igual que en sus obras anteriores, se adentra en los rincones oscuros de la naturaleza humana, pero esta vez lo hace en un contexto que cuestiona nuestra obsesión con la perfección estética. La película no solo explora la competitividad y la venganza, sino también el miedo a la vulnerabilidad y el precio que uno paga por intentar sostener una imagen perfecta ante los demás. A través de un ritmo tenso, una dirección de arte impecable y un elenco brillante, Peters nos presenta un thriller psicológico que no solo entretiene, sino que también invita a la reflexión.
El mensaje final de la película es claro: detrás de cada superficie cuidadosamente construida, ya sea en el mundo de la belleza o en la vida personal, hay inseguridades, manipulaciones y una constante lucha por mantener el control. En última instancia, Skincare nos recuerda que la verdadera belleza no reside en lo que mostramos al mundo, sino en cómo enfrentamos nuestras propias imperfecciones y el impacto de nuestras decisiones en quienes nos rodean.
Xabier Garzarain










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