“ Venom”, el último baile de la oscuridad.
Kelly Marcel, guionista de la exitosa adaptación de “50 sombras de Grey”, se enfrenta en “Venom: El Último Baile” a una tarea titánica: cerrar una trilogía que ha sido tanto criticada como celebrada en el universo cinematográfico de Marvel. Con un historial de escritura que incluye también “Venom” (2018) y “Venom: Habrá Matanza” (2021), Marcel ha sido parte integral del desarrollo de esta franquicia que, aunque ha tenido su cuota de fanáticos, ha sido a menudo vista como un paréntesis menos sofisticado en la vasta galería de superhéroes. En esta última entrega, Marcel se convierte en directora, un cambio que aporta un nuevo matiz a la narración, pero también plantea preguntas sobre su capacidad para dar un cierre satisfactorio a una historia que ya ha navegado por aguas turbulentas.
La historia sigue a Eddie Brock (Tom Hardy) y Venom, atrapados en una espiral de caos y persecuciones, donde deben tomar decisiones que alterarán su existencia. A lo largo de sus 109 minutos, el ritmo es irregular; las transiciones entre momentos de acción trepidante y diálogos cómicos a menudo resultan abruptas, provocando que el espectador se cuestione la dirección de la trama. El guion se siente caótico y a menudo redundante, acumulando ideas que se han explorado con más éxito en otras producciones de Marvel. Esto puede provocar que algunos espectadores se sientan desconectados emocionalmente, a pesar de los intentos de aportar un elemento dramático al desenlace.
Tom Hardy repite su papel icónico como Eddie Brock, aunque en esta ocasión su interpretación parece oscilar entre momentos de autenticidad y otros de desconexión con el material. A su lado, Juno Temple, Chiwetel Ejiofor y Rhys Ifans ofrecen actuaciones que, si bien son competentes, no logran despegarse de la unidimensionalidad del guion. La relación entre Eddie y Venom se mantiene como el eje central, pero su evolución se siente superficial, carente de la profundidad emocional necesaria para hacer que el final tenga un impacto
El vestuario y el atrezo son aspectos donde “Venom: El Último Baile” brilla con cierta creatividad. Los trajes y los efectos visuales aportan una atmósfera distintiva que refleja la identidad oscura y caótica de la franquicia. Sin embargo, la fotografía de Fabian Wagner, aunque es visualmente atractiva, no logra ocultar la falta de coherencia en la narrativa. Los escenarios son variados, pero a menudo se sienten vacíos de substancia.
La banda sonora de Dan Deacon ofrece una mezcla de sonidos electrónicos que se integran bien con las secuencias de acción, pero en general no deja una huella duradera. En ocasiones, la música parece estar más en función de la acción que de la narrativa, lo que contribuye a la percepción de que el conjunto carece de un hilo conductor claro.
El filme se sitúa en un contexto de “fatiga creativa” dentro del universo de las adaptaciones de cómics. Al compararlo con otras entregas recientes, como “Spider-Man: No Way Home”, se hace evidente que “Venom: El Último Baile” lucha por encontrar su lugar. Mientras que otros filmes han explorado las complejidades emocionales de sus personajes, esta película parece centrarse más en el espectáculo que en la sustancia.
En resumen , “Venom: El Último Baile” se erige como un esfuerzo que intenta conectar emocionalmente con el público, pero que fracasa en su ejecución. La falta de desarrollo profundo en los personajes, combinada con un guion repleto de clichés, hace que el filme se sienta como un ejercicio de conveniencia corporativa más que como una historia coherente y cautivadora. La directora Kelly Marcel parece haber heredado los problemas narrativos de sus predecesores, entregando una película que, aunque entretenida en algunos momentos, deja mucho que desear en términos de contenido y mensaje. Al final,”El Último Baile” no logra trascender más allá de ser una despedida mediocre de un personaje que tenía el potencial de ser mucho más significativo en el panteón de los héroes de Marvel.
Xabier Garzarain





Comentarios
Publicar un comentario