“Puntos Suspensivos: El thriller que te dejará sin palabras”
David Marqués siempre ha sido un director que juega al escondite con las emociones. Desde sus primeros pasos en el cine con títulos como Cualquiera puede jugar al escondite (1999), donde exploraba las inseguridades de la adolescencia, hasta su consolidación con obras como En fuera de juego (2011) o Dioses y perros (2014), Marqués ha demostrado que sabe cómo mantener al espectador en un equilibrio constante entre la empatía y la tensión. Si algo define su filmografía es su habilidad para retratar personajes fracturados, aquellos que caminan por una delgada línea entre la normalidad aparente y el caos interior. Con Puntos Suspensivos (2024), su obra más reciente, Marqués eleva esta característica a su máxima expresión, sumergiéndonos en un thriller psicológico donde los secretos no solo construyen la trama, sino que se convierten en el alma misma de la película.
La evolución de Marqués como cineasta es palpable en cada fotograma de Puntos Suspensivos. Aquí no hay lugar para las dudas; cada plano, cada pausa, cada decisión narrativa, están orquestados con una precisión quirúrgica. Este director ha pasado de crear historias con un pie en la comedia y otro en el drama, como en Aislados (2005), a entregarse de lleno a una exploración de los rincones más oscuros de la psique humana. En este sentido, su colaboración con Rafael Calatayud en el guion resulta crucial, construyendo un relato donde el misterio no reside solo en la trama, sino en la forma en que los personajes se enfrentan a sus propios demonios.
El ritmo de Puntos Suspensivos es un elemento digno de estudio. A diferencia de los thrillers convencionales, que tienden a precipitarse hacia los giros y los clímax, Marqués opta por un desarrollo pausado, casi hipnótico, que permite al espectador adentrarse en el universo claustrofóbico de Leo, el protagonista. Diego Peretti, en uno de los papeles más complejos de su carrera, interpreta a este escritor que vive atrapado entre su éxito y su anonimato, construyendo un personaje que se siente tan real como inquietante. Cada pausa, cada mirada, cada pequeño gesto suyo parece cargado de significados ocultos, como si fuera consciente de que todo lo que dice y hace está siendo analizado, no solo por los demás personajes, sino también por el público.
La trama, que podría parecer sencilla en la superficie, esconde capas de complejidad que se revelan de forma gradual. La llegada de Jota, interpretado por un magistral José Coronado, desata una serie de eventos que llevan a Leo a cuestionarse no solo su seguridad, sino también su identidad. Coronado, con su habitual presencia magnética, interpreta a un periodista cuya ambigüedad moral es tan fascinante como aterradora. Pero no es el único elemento disruptivo en la vida de Leo. Adriana, encarnada por una seductora Georgina Amorós, añade una capa de peligro y vulnerabilidad, mientras que Cecilia Suárez, en el papel de Victoria, la agente de Leo, ofrece un anclaje emocional que resulta esencial en una película donde todo parece estar al borde de derrumbarse.
La fotografía de la película es una obra de arte en sí misma. Cada plano del chalé donde vive Leo está diseñado para transmitir una sensación de aislamiento y opresión. Las sombras parecen devorar los espacios, mientras que la luz, cuando aparece, es fría y distante, como si reflejara la incapacidad del protagonista para conectarse con el mundo exterior. El atrezo, cuidado hasta el último detalle, contribuye a esta atmósfera de tensión constante: los libros, los manuscritos, los objetos personales de Leo cuentan una historia paralela, una que el personaje parece intentar ocultar tanto al espectador como a sí mismo.
En cuanto al vestuario, cada prenda parece escogida para subrayar la psicología de los personajes. Leo viste de forma sencilla y funcional, reflejando su deseo de pasar desapercibido, mientras que Jota, con su aire desaliñado pero seguro de sí mismo, parece estar siempre un paso por delante. Adriana, por su parte, combina la frescura de su juventud con un toque de sofisticación que la convierte en un enigma andante, mientras que Victoria, siempre impecable, parece representar el control que Leo desearía tener sobre su vida. La música, a cargo de un compositor que entiende a la perfección la importancia del silencio, es tan minimalista como efectiva. Cada nota, cada pausa, contribuye a la atmósfera de tensión y misterio, haciendo que el espectador sienta que está caminando sobre una cuerda floja.
Comparada con otras películas del género, Puntos Suspensivos se siente como una bocanada de aire fresco. Aunque es inevitable trazar paralelismos con títulos como Misery (1990) o El escritor oculto(2010), Marqués logra imprimir su sello personal, centrándose más en las emociones que en los artificios. Aquí no hay persecuciones espectaculares ni giros imposibles; el verdadero suspense reside en las interacciones entre los personajes, en lo que se dice y, sobre todo, en lo que se calla.
La película también está llena de anécdotas de rodaje que enriquecen aún más su historia. Por ejemplo, se dice que la idea de ambientar gran parte de la trama en un chalé surgió de una conversación entre Marqués y Peretti sobre la importancia de los espacios en el proceso creativo. Además, Coronado improvisó varias de sus líneas, aportando una frescura y autenticidad que elevan sus escenas. Pero quizás la anécdota más interesante sea que el manuscrito que Leo escribe durante la película contiene fragmentos reales de un proyecto que Marqués ha estado desarrollando en secreto, lo que añade un meta-relato fascinante a la experiencia.
El mensaje de la película es tan contundente como inquietante: los secretos que guardamos no solo definen quiénes somos, sino también quiénes podríamos llegar a ser. Marqués parece querer decirnos que la verdad, por dolorosa que sea, siempre será menos destructiva que las mentiras que construimos para protegernos. Al igual que Leo, todos somos escritores de nuestras propias historias, pero ¿qué sucede cuando el relato que hemos creado comienza a desmoronarse?
En conclusión, Puntos Suspensivos es una obra que desafía al espectador a enfrentarse a sus propios miedos y contradicciones. Con un guion impecable, actuaciones memorables y una dirección que demuestra el dominio absoluto de su autor, la película se erige como una de las mejores del género en los últimos años. David Marqués ha logrado crear no solo un thriller psicológico, sino una reflexión profunda sobre la naturaleza humana, convirtiendo cada escena en una pieza de un rompecabezas que, al final, deja al espectador con más preguntas que respuestas. Y eso, en el mejor sentido posible, es lo que hace que Puntos Suspensivos sea una experiencia cinematográfica inolvidable.
Xabier Garzarain


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