“ Las Ocho Montañas: Un Viaje Entre Raíces y Libertad”

 Felix Van Groeningen es un nombre que evoca historias intensas y profundamente humanas. Desde su desgarradora Alabama Monroe (2012), un drama sobre el amor, la música y la pérdida que le valió una nominación al Oscar a Mejor Película Internacional, hasta Beautiful Boy (2018), un retrato íntimo de una relación padre-hijo fracturada por la adicción, Van Groeningen ha construido una filmografía que transita entre lo visceral y lo poético. Estas obras destacan por su capacidad de sumergirnos en emociones complejas sin caer en el sentimentalismo fácil. Ahora, junto a Charlotte Vandermeersch, quien debuta como codirectora tras haber sido su colaboradora en guiones, nos presentan Las 8 Montañas, una adaptación de la novela homónima de Paolo Cognetti que marca una nueva cumbre en su carrera.


Charlotte Vandermeersch no es ajena al universo emocional de Van Groeningen. Como guionista de Alabama Monroe, demostró un dominio para plasmar el dolor y la redención en palabras. En Las 8 Montañas, su sensibilidad complementa el ojo visual del director, resultando en una obra profundamente introspectiva que explora los lazos de la amistad y el peso del paisaje en la formación de la identidad. Este proyecto conjunto no solo amplía el espectro temático de ambos, sino que muestra una evolución hacia una narrativa más madura y contemplativa.


Las 8 Montañas nos sumerge en la vida de Pietro (Luca Marinelli) y Bruno (Alessandro Borghi), dos niños que se conocen en un pequeño pueblo del Valle de Aosta. Pietro, un chico de ciudad curioso pero algo perdido, contrasta con Bruno, el último niño del pueblo, profundamente arraigado a las montañas que lo rodean. La relación entre ambos se desarrolla en un ciclo de encuentros y separaciones, como un río que fluye hacia nuevos horizontes pero siempre regresa a su cauce.



El ritmo de la película es deliberadamente pausado, reflejando la inmensidad y la inmovilidad de las montañas. Esta cadencia, lejos de ser una debilidad, es una virtud que permite a los personajes evolucionar de forma orgánica y al espectador sumergirse en la atmósfera. Aunque algunos podrían considerar que la narrativa carece de urgencia, el tiempo que se toma para explorar los detalles y silencios enriquece la experiencia emocional.


Luca Marinelli y Alessandro Borghi entregan interpretaciones conmovedoras que son el corazón de la película. Marinelli, conocido por su papel en Martin Eden (2019), aporta una introspección profunda a Pietro, mientras que Borghi, estrella de Suburra (2015), encarna a Bruno con una intensidad que captura tanto su fuerza como su vulnerabilidad. Juntos, logran transmitir una relación que trasciende las palabras, construida sobre gestos, miradas y, sobre todo, el paisaje compartido. Filippo Timi y Elena Lietti en los roles secundarios enriquecen el contexto emocional, aportando matices que subrayan las tensiones familiares y el peso de las decisiones.


El rodaje en los Alpes italianos fue una empresa titánica que implicó un compromiso total con la autenticidad. La cabaña que Pietro y Bruno reconstruyen en la película fue construida realmente por el equipo, un proceso que sumó no solo realismo, sino también un simbolismo tangible al proyecto. La cabaña no es solo el espacio físico donde los personajes encuentran consuelo, sino también un símbolo de la reconstrucción de los lazos entre ellos, de la necesidad de crear algo duradero en un entorno tan desolado y desafiante como las montañas que los rodean. Este acto de reconstrucción refleja el tema central de la película: la necesidad de esforzarse por mantener y fortalecer las relaciones, de resistir al paso del tiempo y los obstáculos. Las montañas, inmutables y vastas, representan tanto la estabilidad como los desafíos, y la cabaña es el refugio que permite a los personajes enfrentarse a todo eso.


Ruben Impens, colaborador habitual de Van Groeningen, realiza aquí uno de sus trabajos más memorables. Cada encuadre está impregnado de una belleza que no solo muestra los paisajes alpinos, sino que los convierte en un personaje más de la historia. Los picos nevados, los valles serenos y los ríos caudalosos no son meros telones de fondo; son metáforas visuales de las emociones de los personajes. Impens utiliza la luz natural de manera magistral, creando imágenes que oscilan entre lo austero y lo sublime. La cabaña, por su parte, se convierte en un refugio emocional que contrasta con la fuerza y frialdad de las montañas, simbolizando el intento humano de encontrar estabilidad en un mundo de constante cambio.



El diseño de producción, a cargo de Massimiliano Nocente, logra una autenticidad impresionante. Desde los interiores de la cabaña hasta los pequeños detalles como las herramientas y utensilios, cada elemento refleja la vida rural con precisión. El vestuario, desgastado y práctico, añade una capa más de realismo, mientras que el atrezo subraya la simplicidad que define tanto a los personajes como a su entorno.


En su exploración de vínculos profundos en entornos naturales, Las 8 Montañas encuentra paralelismos con Brokeback Mountain (2005), dirigida por Ang Lee, que también utilizaba un paisaje imponente para explorar la intimidad de una relación. Sin embargo, mientras Brokeback Mountain se centraba en un amor prohibido, aquí la amistad masculina ocupa el centro, con un enfoque en cómo el paso del tiempo transforma estas conexiones. Otro punto de comparación podría ser Into the Wild(2007), de Sean Penn, que aborda la relación entre un joven y la naturaleza como un medio para descubrirse a sí mismo. Sin embargo, Las 8 Montañas se distancia al explorar no solo el aislamiento, sino también la importancia de las raíces y la comunidad.


En el panorama italiano, la película evoca la sensibilidad de Lazzaro Felice (2018), de Alice Rohrwacher, que también combinaba realismo mágico con una reflexión sobre las tradiciones rurales. Pero mientras Rohrwacher se inclina hacia lo etéreo, Van Groeningen y Vandermeersch mantienen los pies firmemente en la tierra, ofreciendo una visión más tangible de los lazos humanos y el impacto del entorno.



Daniel Norgren no solo acompaña la película; la define. Sus canciones, con ese toque de folk melancólico, son más que música: son el eco de las montañas mismas, un refugio sonoro que acoge al espectador entre silencios y paisajes. En cada acorde, Norgren logra capturar tanto la soledad como la conexión íntima entre los personajes y su entorno, aportando una textura emocional que complementa el ritmo pausado de la narración.


Lo que hace especial esta banda sonora es su capacidad de establecer un diálogo entre lo visual y lo auditivo. El director y la codirectora han sabido reconocer que, en este caso, menos es más. En lugar de saturar las escenas con una música omnipresente, han optado por permitir que los sonidos naturales —el viento, el crujir de la nieve, el fluir del agua— compartan protagonismo con la partitura. Esto no solo enriquece la experiencia inmersiva de la película, sino que también subraya el respeto de los personajes hacia el entorno que habitan.


Las canciones de Norgren, que podrían describirse como un bálsamo para el alma, funcionan como un puente entre los protagonistas y el espectador. Cada tema nos guía en un viaje emocional que va desde la contemplación serena hasta el dolor de la pérdida y el poder del reencuentro. Temas como “The Day That’s Done” o “Howling Around My Happy Home” no solo complementan las escenas, sino que también resuenan en el recuerdo, prolongando el impacto de la película mucho después de que esta termine.


En cierto sentido, la música de Las 8 Montañas es tan protagonista como las montañas mismas. Norgren traduce en notas lo que las palabras no alcanzan a expresar: el peso del tiempo, la lucha por la identidad, y esa dicotomía entre nuestras raíces y nuestras aspiraciones. Si las montañas son el abismo nietzscheano que devuelve la mirada, la banda sonora es la voz que susurra nuestras propias emociones mientras nos perdemos y nos reencontramos en sus ecos.



Las 8 Montañas es, ante todo, un retrato de la amistad como refugio y desafío. Pietro y Bruno representan dos formas opuestas de enfrentarse a la vida: el primero busca su lugar recorriendo el mundo, mientras que el segundo lo encuentra permaneciendo fiel a sus raíces. La película nos plantea una pregunta esencial: ¿es posible elegir entre nuestras raíces y nuestras alas? Van Groeningen y Vandermeersch no ofrecen respuestas fáciles, pero sugieren que, como las montañas, debemos aprender a coexistir con nuestras dualidades.


El filme también reflexiona sobre el paso del tiempo y la manera en que las relaciones importantes dejan marcas indelebles. A través de la reconstrucción de la cabaña, un acto tanto literal como metafórico, nos recuerdan que los vínculos profundos requieren esfuerzo, paciencia y un compromiso constante. La cabaña no solo simboliza el refugio ante la adversidad, sino también la construcción de una base sólida sobre la cual las relaciones pueden resistir las tormentas del tiempo.


Las 8 Montañas es, en muchos sentidos, una película que invita a una reflexión profunda sobre los ciclos de la vida, la naturaleza humana y las huellas indelebles que dejan las relaciones a lo largo del tiempo. El paisaje montañoso no es solo un fondo visual; es un personaje en sí mismo que refleja la lucha interna de los protagonistas. Al igual que las montañas, los personajes de la película deben aprender a soportar las inclemencias del tiempo, las cargas de sus decisiones y la pesada herencia de su pasado. El director y la codirectora nos muestran que la vida, al igual que el paisaje, está llena de picos y valles, momentos de plenitud seguidos de profundas caídas. Pero también nos enseñan que en esos valles, en ese aislamiento forzoso, es donde surgen las verdades más profundas.


La cabaña que los dos amigos reconstruyen se erige como un símbolo de resistencia ante las adversidades, pero también de la fragilidad de la existencia. La película no solo explora las tensiones entre el hombre y la naturaleza, sino que profundiza en la lucha interna de los personajes por encontrar un equilibrio entre la tradición y la modernidad, el pasado y el futuro. Pietro y Bruno representan dos maneras opuestas de enfrentarse a la vida: uno busca ir más allá, huir de las raíces que lo atan, mientras que el otro se aferra al terruño, a las montañas que lo definen. Sin embargo, la película demuestra que, a pesar de estas diferencias, ambas posiciones están en constante conflicto y reconciliación, lo que refleja la búsqueda constante de sentido y pertenencia en un mundo que cambia constantemente.



Si tomamos como referencia la famosa cita de Friedrich Nietzsche: “Aquellos que luchan con monstruos deben tener cuidado de no convertirse en monstruos. Y si miras durante largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti.” En Las 8 Montañas, las montañas representan ese “abismo”. Son imponentes y constantes, pero también son un reflejo del alma humana, que se ve transformada por el contacto con su entorno. La película se convierte en una metáfora del viaje del héroe, pero no el tipo de héroe convencional que lucha contra fuerzas externas. En cambio, los protagonistas deben enfrentarse a sí mismos y encontrar su lugar en un mundo que los desafía tanto externa como internamente.


Este proceso de transformación es profundo, existencial. En la reconstrucción de la cabaña, en la soledad de las montañas y en la compleja relación entre los dos amigos, Van Groeningen y Vandermeersch nos invitan a cuestionarnos: ¿Cómo construimos nuestra identidad? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Las montañas no solo son un obstáculo físico, sino también el espacio en el que los personajes intentan reconstruir las piezas rotas de su propia existencia.


En ese sentido, Las 8 Montañas no es una película sobre el paisaje en sí mismo, sino sobre lo que sucede dentro de los personajes cuando se enfrentan a la vastedad de la naturaleza. A lo largo de la película, las montañas se convierten en una metáfora de la vida misma: algo monumental, inmutable, y, al mismo tiempo, algo que pone a prueba nuestra resistencia y nos lleva a un viaje interno de autodescubrimiento.


Xabier Garzarain 

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