“Sin instrucciones: El viaje inesperado hacia la paternidad“

 Marina Seresesky es una de esas directoras que parece entender el alma humana de una manera tan visceral que sus películas no solo se ven, sino que se sienten. Desde que irrumpió en el panorama cinematográfico con su aclamada La puerta abierta (2016), Seresesky ha ido construyendo una filmografía que es un testimonio de su capacidad para explorar lo complejo de las relaciones humanas. En sus obras, los dramas familiares y las dificultades existenciales no son simples trampas narrativas, sino una puerta abierta a la reflexión sobre la vida misma. Con Sin instrucciones (2023), Seresesky sigue avanzando por este sendero, pero con una evolución notable en su enfoque, donde la comedia se mezcla con el drama de manera tan fluida que no sabes cuándo te reirás y cuándo la emoción te golpeará de lleno.


La directora se ha especializado en profundizar en lo que está detrás de la superficie de las historias cotidianas, en lo que no se dice, en lo que se oculta bajo las apariencias. En Sin instrucciones, hay un giro que, al principio, parece ligero y casi cómico: un hombre soltero, mujeriego, que ve su vida alterada cuando una ex amante le deja una bebé que, según ella, es su hija. Una premisa que podría haber sido explotada con sensacionalismo, pero que, bajo la dirección de Seresesky, se convierte en una reflexión profunda sobre el destino, la paternidad, la responsabilidad y, sobre todo, sobre la capacidad de transformación de las personas. Como espectador, no puedes evitar sentirte atrapado en esta historia que, aunque parece ligera y entretenida, te va llevando poco a poco a aguas más profundas.


El ritmo y la trama de Sin instrucciones son una auténtica delicia. Seresesky maneja el tempo narrativo con maestría. La película empieza con un aire de comedia ligera, casi de farsa, como si estuviéramos ante una de esas historias de “paternidad inesperada” que hemos visto una y otra vez en el cine. Pero a medida que avanza, la película toma giros inesperados, despojándose de las etiquetas de género. De repente, lo que parecía una película cómica sobre un hombre que no sabe cómo ser padre se convierte en una meditación sobre la madurez, las decisiones tomadas a la ligera y las consecuencias de esas elecciones. La historia de Leo (Paco León), un hombre atrapado entre su irresponsabilidad y su deseo de hacer lo correcto, se convierte en una narración mucho más compleja. La relación con su hija, Alba (interpretada por Maia Zaitegi), fluye de manera natural y conmovedora, y ese es uno de los logros de la película: la evolución de Leo como padre no se siente forzada, sino que se construye paso a paso, mientras la niña crece y la relación se vuelve más sólida.



El ritmo es un baile sutil entre la comedia y el drama. El tono ligero de los primeros actos se va transformando, mientras la historia de Julia (Silvia Alonso), la madre de la niña, reaparece y cambia todo el juego. La película se convierte en un enfrentamiento emocional, con la llegada de Julia para reclamar la custodia de Alba. A través de las interacciones entre los personajes, Seresesky nos invita a reflexionar sobre los errores del pasado, sobre lo que significa ser padre o madre y, sobre todo, sobre lo que hacemos cuando nos enfrentamos a la paternidad sin manual de instrucciones. Esta mezcla de comedia y drama no es fácil de manejar, pero Seresesky lo logra de forma sublime, sin perder la naturalidad de los personajes ni la credibilidad de sus motivaciones.


La música de la película, compuesta por Lucía Álvarez, es sutil pero significativa. Las composiciones no buscan acentuar los momentos de tensión o de comedia de forma obvia, sino que acompañan la narrativa de una manera suave, como si fueran una extensión de las emociones que los personajes viven. La banda sonora no sobresale, pero eso es lo que la hace tan efectiva: está ahí cuando la necesitas, como un susurro que te acompaña en los momentos más delicados de la trama. La música, como todo en Sin instrucciones, se siente orgánica, como si estuviera tan conectada con la historia como los propios personajes.


El vestuario y el atrezo juegan un papel crucial en la creación de una atmósfera auténtica. Los trajes de los personajes son sencillos, reales, como si estuvieras mirando a alguien en tu vida cotidiana. Leo, el protagonista, viste ropa casual, cómoda, acorde a su vida despreocupada en una isla canaria. Pero a medida que la historia avanza, el vestuario también refleja su transformación interna. La elección de los colores y los estilos ayuda a definir las emociones de los personajes. Los paisajes canarios, capturados de forma magistral por la fotografía de Alejandro Yanguas, también son un reflejo de los estados emocionales de los personajes. El color cálido de la isla contrasta con la fría y gris Bilbao, donde Leo busca respuestas. La fotografía no solo captura los paisajes, sino que refleja la calma, el caos y la tristeza de los personajes con cada plano.


La interpretación de los personajes es otro de los grandes aciertos de la película. Paco León, conocido por su carisma y su capacidad para mezclar comedia y drama, se luce en su papel de Leo. Su evolución como padre es completamente creíble, y logra transmitir tanto la inseguridad como el amor incondicional que crece en su interior. Silvia Alonso, como Julia, está magnífica en su papel de madre que regresa para reclamar lo que siente que le pertenece, pero también con matices de vulnerabilidad y arrepentimiento que le dan profundidad a su personaje. La pequeña Alba, interpretada por Maia Zaitegi, es un hallazgo. Su química con León es palpable, y su actuación aporta una frescura y una naturalidad que son fundamentales para la película.



Finalmente, el mensaje de Sin instrucciones es claro, pero no por ello menos potente: la paternidad no tiene un manual de instrucciones, y, en muchos casos, lo que más necesitamos no es ser perfectos, sino ser capaces de amar de manera incondicional. A través de la historia de Leo y Alba, Seresesky nos muestra que las decisiones impulsivas pueden transformar nuestra vida de maneras que no imaginamos, pero que siempre es posible encontrar un camino hacia la redención y el amor.


Sin instrucciones es una obra de cine que logra mezclar la comedia y el drama de una manera que no solo entretiene, sino que también invita a la reflexión. Marina Seresesky ha dado un paso firme en su evolución como cineasta, mostrando una madurez narrativa impresionante. A través de personajes complejos, una trama que evoluciona con sutileza y una dirección que nunca pierde el foco en la humanidad de sus protagonistas, Sin instrucciones es una película que te atrapa, te emociona y te deja pensando mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar. Porque, al final, como bien dice la película: las mejores cosas en la vida no tienen instrucciones.


Xabier Garzarain 

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