“Nosferatu (2024): El regreso de la oscuridad, una reinvención que ahonda en la psique humana“
Nosferatu (2024), dirigida por Robert Eggers, es una obra que no solo reverencia al cine clásico, sino que lo sublima a través de un prisma personal, oscuro y profundamente filosófico. Este remake de la película homónima de 1922, dirigida por F.W. Murnau, tiene las raíces del horror gótico de antaño, pero se proyecta hacia un espacio de reflexión contemporánea sobre el monstruo, la humanidad y el deseo. Para comprender cómo Eggers logra esta relectura, debemos primero explorar su trayectoria como cineasta y cómo su estilo se ha ido perfeccionando para ofrecer una versión que es, a la vez, un homenaje y una transgresión.
Robert Eggers se ha consolidado como uno de los cineastas más interesantes de su generación, conocido por su enfoque riguroso y atmosférico en el cine de terror. Desde su debut en 2015 con The Witch, Eggers mostró una habilidad única para fusionar el terror psicológico con una atmósfera inquietante, sustentada en el contexto histórico y en la psicología de sus personajes. The Witch no solo fue un estudio sobre el miedo irracional y la paranoia, sino también una exploración de la fe, la culpa y la liberación, todo enmarcado en el puritanismo del siglo XVII.
En 2019, Eggers continuó profundizando en su enfoque de lo macabro con The Lighthouse, una obra que desbordó la lógica narrativa en favor de una atmósfera casi surrealista, donde el terror no solo provenía de lo físico, sino de la lucha interna y los deseos reprimidos de los personajes. Ambos trabajos dejaban claro que Eggers no se limitaba a crear historias de horror convencionales, sino que aspiraba a provocar una experiencia sensorial y filosófica, donde el miedo se tornaba en una cuestión existencial.
Con Nosferatu, Eggers da un paso más en su evolución como director. Aquí, toma el mito clásico del vampiro y lo convierte en algo mucho más ambiguo, donde la figura de Nosferatu no es simplemente un monstruo, sino un reflejo de la oscuridad interna de los personajes, una sombra de lo que se oculta en lo más profundo de la psique humana. La manera en que Eggers utiliza la figura del vampiro está cargada de significados sobre el miedo, el deseo, la muerte y la moralidad.
Uno de los elementos más destacados de Nosferatu es su ritmo deliberadamente pausado. Mientras que muchas películas de terror modernas buscan un desarrollo rápido y un ritmo frenético, Eggers opta por una narrativa más meticulosa, que permite que la atmósfera crezca lentamente, envolviendo al espectador en una sensación de claustrofobia. La cámara se mueve con lentitud, siguiendo a los personajes mientras exploran paisajes sombríos y espacios opresivos. Este ritmo es una extensión del propio terror: no hay prisa por llegar a la confrontación, ya que el verdadero horror se encuentra en la construcción de la tensión y la expectativa.
Eggers toma su tiempo para desarrollar los personajes y sus relaciones, especialmente la interacción entre Thomas Hutter (Nicholas Hoult) y su esposa Ellen (Lily-Rose Depp). En lugar de centrarse solo en las acciones de Nosferatu, la película se interesa por las emociones humanas que se despliegan ante lo inexplicable y lo sobrenatural. La amenaza del vampiro, por lo tanto, nunca está separada de la psique humana: se convierte en un reflejo de los temores, deseos y debilidades internas de los personajes.
Las interpretaciones en Nosferatu son otro de los puntos fuertes de la película. Bill Skarsgård, quien se hizo conocido por su interpretación de Pennywise en It, ofrece una de las representaciones más inquietantes de Nosferatu que se han visto en años. Sin embargo, su caracterización no es solo una demostración de terror físico: Skarsgård logra transmitir una tristeza y una desesperación insondables. Nosferatu, en su interpretación, no es simplemente un monstruo, sino una criatura condenada a una eternidad de vacío y sufrimiento, atrapada entre lo humano y lo demoníaco.
Nicholas Hoult, por su parte, como Thomas Hutter, ofrece una actuación contenida pero efectiva, sumergiéndose en la psicología de su personaje, un hombre atrapado entre la fascinación y el horror. Lily-Rose Depp, en el papel de Ellen, aporta una fragilidad y una vulnerabilidad que van más allá de la simple “dama en peligro”. Su personaje está atrapado en un destino oscuro, pero es también un faro de esperanza en medio de la oscuridad.
En cuanto a las anécdotas del rodaje, se dice que Eggers, fiel a su estilo de trabajo meticuloso, se adentró en el proceso con una rigurosidad casi académica. Muchos de los escenarios fueron construidos con una atención casi obsesiva a los detalles, y se utilizó un enfoque minimalista que recuerda a las primeras películas del cine expresionista alemán. De hecho, varios de los actores tuvieron que pasar largas horas bajo las luces tenues y los efectos especiales prácticos que simulan una atmósfera gótica, lo que contribuyó a una sensación de claustrofobia y desesperación en el set.
Eggers también optó por evitar el uso excesivo de efectos visuales digitales, favoreciendo en su lugar el uso de escenarios reales y maquetas, lo que refuerza la sensación de que la película es un universo físico e inmutable, como el propio Nosferatu. Esta apuesta por lo tangible en un mundo tan cargado de lo intangible es una de las claves que le da autenticidad al filme.
El vestuario y el atrezo de Nosferatu no solo cumplen una función estética, sino que son vehículos narrativos. Cada prenda, cada objeto tiene un propósito: el vestuario de los personajes, especialmente el de Nosferatu, remite a la antigüedad y a lo grotesco sin resultar caricaturesco. Eggers se encarga de construir un mundo visualmente consistente, donde los trajes no son solo una representación de la época, sino una extensión de las personalidades y las luchas internas de los personajes.
La fotografía de Nosferatu es otro de sus aspectos más fascinantes. La cámara, muchas veces fija, refleja la quietud y la angustia que impregnan a los personajes. Los encuadres, influenciados por el cine expresionista, juegan con las sombras y las luces, creando un contraste profundo que acentúa el sentimiento de amenaza constante. Las sombras no solo oscurecen el mundo, sino que parecen acechar a los personajes, como una presencia tangible e inminente.
La música, en manos del compositor habitual de Eggers, Robert McGarrigle, es esencial para la atmósfera de la película. Los acordes disonantes y los silbidos inquietantes no solo amplifican el miedo, sino que también resuenan con una tristeza casi existencial. La partitura se convierte en un eco de los temores internos de los personajes, actuando como una especie de voz interior que nunca deja de susurrar.
Nosferatu (2024) no es una simple película de terror. Es una meditación sobre lo humano y lo monstruoso, sobre los deseos que nos consumen y los miedos que nos definen. La figura del vampiro, en la tradición del cine gótico, se convierte aquí en un espejo de la condición humana: condenado a la oscuridad, atrapado entre el deseo y la muerte, entre la esperanza y la desesperación.
Eggers, como director, logra algo excepcionalmente raro en el cine contemporáneo: una película que no solo provoca miedo, sino que incita a la reflexión. No es un terror inmediato, sino uno que se va infiltrando poco a poco, uno que permanece con el espectador mucho después de que la película haya terminado. Nosferatu es, en última instancia, una historia sobre la condena, sobre cómo todos estamos, de alguna manera, atrapados en nuestras propias sombras.
A través de este Nosferatu, Eggers nos habla de la naturaleza del mal, pero no como una entidad externa, sino como una manifestación interna. El director nos invita a reflexionar sobre la lucha constante entre lo humano y lo monstruoso que todos enfrentamos dentro de nosotros. ¿Acaso no todos somos, en cierto modo, Nosferatu? Condenados a enfrentarnos a nuestras sombras, a nuestras oscuridades, a lo que no queremos ver de nosotros mismos.
Eggers nos deja con una inquietante verdad: el verdadero monstruo no es Nosferatu, sino lo que somos capaces de hacer cuando cedemos a nuestra propia oscuridad. Y en ese mensaje resuena el terror más profundo.
Xabier Garzarain



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