“ Parthenope: La búsqueda de la belleza en los pliegues del tiempo”
Paolo Sorrentino es uno de los cineastas contemporáneos más destacados, conocido por su estilo visual único y su capacidad para fusionar la belleza estética con una profunda exploración de las emociones humanas. Su carrera comenzó a consolidarse en el nuevo milenio con L’uomo in più (2001), un drama sobre la soledad y la redención, pero fue Il Divo (2008), una biografía política del controvertido Giulio Andreotti, lo que lo catapultó a la fama internacional. En Il Divo, Sorrentino mostró su capacidad para combinar una estructura narrativa audaz con una poderosa dirección de arte, transformando a su protagonista en una figura casi mitológica. La película, además, marcó el inicio de su colaboración con el compositor Lele Marchitelli, cuyo trabajo se convertiría en una constante en su cine.
Con La grande bellezza (2013), Sorrentino alcanzó el reconocimiento global, consiguiendo el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Esta obra se centró en la decadencia de la alta sociedad romana, con una mirada crítica hacia el vacío existencial que rodea a los personajes. En Youth (2015), Sorrentino continuó explorando el paso del tiempo, pero desde una perspectiva más introspectiva, a través de los ojos de dos amigos envejecidos, interpretados por Michael Caine y Harvey Keitel. Esta película también subrayó su gusto por la belleza visual y las composiciones casi pictóricas, continuando la línea de La grande bellezza.
Tras The Great Beauty y Youth, Sorrentino se adentró en terrenos más personales con Loro (2018), una exploración del poder y la corrupción en Italia a través de la figura de Silvio Berlusconi. En este caso, la película se caracteriza por un tono ácido y satírico, y aunque sigue siendo visualmente impresionante, mostró una faceta más sombría y mordaz del cineasta.
Su última película, Parthenope (2024), marca un cambio en la tonalidad y la estructura narrativa. Aquí, Sorrentino se aleja de la política y la crítica social para adentrarse en una historia profundamente personal, en la que las emociones humanas, el amor y la identidad se convierten en los motores principales. Esta obra demuestra la madurez de Sorrentino como director, que, tras una serie de películas que balancean el esplendor visual y la crítica social, se acerca al cine más introspectivo, buscando una relación más cercana con los sentimientos universales del ser humano. En Parthenope, el director se enfrenta a los temas de la libertad, la identidad femenina y el paso del tiempo con una estética menos grandilocuente pero igualmente envolvente.
El ritmo de Parthenope es, en muchos momentos, lento y contemplativo, lo que se traduce en una película que no se apresura a avanzar, sino que invita al espectador a sumergirse en los momentos y las emociones de la protagonista. En lugar de un ritmo de acción o de tensión dramática constante, Sorrentino opta por un ritmo de observación: la película es como un paseo por las diversas fases de la vida de Parthenope, donde cada estación de su existencia se desarrolla con paciencia, y cada evento significativo está impregnado de una reflexión pausada sobre lo efímero y lo inalcanzable. La cadencia de la película refleja la manera en que la protagonista atraviesa las etapas de su vida, del amor a la desilusión, de la juventud a la madurez, lo que se refuerza con los cambios en la puesta en escena y la música, que marcan los momentos clave de este proceso.
La trama de Parthenope gira en torno a la vida de Parthenope, una mujer que nace en 1950 y cuya existencia está marcada por una búsqueda inquebrantable de libertad, amor y, sobre todo, una conexión profunda con Nápoles, su ciudad natal. La película explora sus amores, su juventud despreocupada en Capri, sus relaciones personales y el dolor de las desilusiones a lo largo del tiempo. La estructura del guion, fragmentada y no lineal, permite ver la vida de Parthenope desde diferentes perspectivas: su juventud, su madurez, sus amores pasados y las cicatrices emocionales que lleva consigo. Es una reflexión sobre lo efímero, sobre el paso del tiempo que borra todo, pero también sobre la belleza y el dolor que surgen de este transitar por la vida. La película, escrita por Sorrentino y Umberto Contarello, se caracteriza por un guion poético, cargado de reflexiones filosóficas y emocionales, que reflejan el conflicto interno de la protagonista al enfrentarse a los amores imposibles y a las ironías de la vida.
Las interpretaciones de los personajes en Parthenope son de una sutileza y profundidad excepcionales. Celeste Dalla Porta, que interpreta a la joven Parthenope, aporta una frescura y una intensidad emocional que capturan la esencia de la juventud llena de pasión e idealismo. Su interpretación transmite una sensación de libertad, pero también de vulnerabilidad, que contrastará con la versión adulta de Parthenope. Stefania Sandrelli, en el papel de Parthenope adulta, ofrece una actuación más contenida, pero cargada de melancolía, de resignación ante el paso del tiempo y la pérdida. La química entre ambas actrices hace que el personaje de Parthenope sea un retrato profundo de una mujer que ha vivido, amado y perdido. Gary Oldman, interpretando a John Cheever, aporta su inconfundible presencia y profundidad a la película, aunque su papel es más breve, es crucial para la evolución emocional de Parthenope. Otros actores, como Silvio Orlando y Isabella Ferrari, complementan perfectamente la narrativa, con interpretaciones que enriquecen la película sin robar protagonismo.
Uno de los aspectos más interesantes del rodaje de Parthenope fue la decisión de filmar en locaciones icónicas de Nápoles y Capri, lo que le dio a la película una autenticidad única. Sorrentino aprovechó los paisajes naturales de Italia no solo como telón de fondo, sino como un personaje más que interactúa con Parthenope y su evolución emocional. Durante el rodaje, los actores fueron muy influenciados por el ambiente de estas ciudades, lo que les permitió conectar de manera más profunda con sus personajes. La elección de Stefania Sandrelli para el papel de Parthenope adulta fue una de las decisiones más significativas del director, ya que buscaba una actriz capaz de transmitir la complejidad emocional del personaje, algo que Sandrelli logró con maestría. Como es habitual en las producciones de Sorrentino, el rodaje estuvo marcado por un ambiente de colaboración creativa, donde todos los aspectos, desde la dirección de arte hasta la música, se trabajaron de manera meticulosa para construir un mundo visualmente coherente.
Aunque Parthenope no se ajusta completamente a un solo género, se puede inscribir dentro del cine dramático, con tintes de romance y, por supuesto, una profunda reflexión sobre la vida y la muerte. Su exploración de la identidad y el paso del tiempo la sitúa en una tradición de cine introspectivo, en la que se destacan obras como La Dolce Vita (1960) de Federico Fellini o Café de Flore (2011) de Jean-Marc Vallée. Sorrentino ha citado en varias ocasiones su admiración por el cine italiano clásico, y en Parthenope se puede sentir la influencia de películas que exploran la fragilidad humana, como las de Antonioni, pero también una referencia a los dramas románticos y existenciales contemporáneos, en los que el amor y la melancolía se entrelazan de manera profunda.
La fotografía de Parthenope, a cargo de Daria D’Antonio, es uno de los elementos más deslumbrantes de la película. Cada plano está cuidadosamente compuesto, utilizando la luz y el color de manera que reflejan no solo el estado emocional de los personajes, sino también la atmósfera de Nápoles, una ciudad que parece estar impregnada de historia y contradicciones. La luz suave y difusa que caracteriza muchas de las secuencias transmite la melancolía que define la vida de Parthenope, mientras que las tomas más intensas y vibrantes reflejan los momentos de pasión y deseo. La fotografía juega con las texturas y las sombras de los espacios, creando un contraste que es tan visualmente atractivo como emocionalmente significativo. La dirección de imagen hace que la película se convierta en una experiencia sensorial, llevando al espectador a un mundo visualmente único y profundamente emocional.
La banda sonora de Parthenope es una parte integral de su narrativa. Sorrentino, conocido por su gusto por la música clásica y contemporánea, ha seleccionado piezas que refuerzan los momentos clave de la película, desde la melancolía de los amores no correspondidos hasta los momentos de revelación y crecimiento personal. La música no solo acompaña, sino que amplifica la emocionalidad de la película, creando una atmósfera que subraya la belleza y la tragedia de la vida. La música clásica se entrelaza con composiciones originales, proporcionando un contraste que hace que el espectador se sienta parte de la experiencia de Parthenope. La elección musical, por lo tanto, no es solo un acompañamiento, sino un reflejo de las emociones y del viaje interior de la protagonista.
Parthenope no es solo una película sobre una mujer que transita por las distintas etapas de su vida; es una profunda reflexión sobre el paso del tiempo, la búsqueda de la identidad y la eterna lucha entre el amor y el desengaño. A través de la figura de Parthenope, Sorrentino nos invita a mirar más allá de las apariencias, a explorar las capas ocultas de nuestras emociones y a confrontar las preguntas universales que todos enfrentamos a lo largo de la vida: ¿quién somos realmente? ¿Qué hemos hecho con el tiempo que se nos ha dado? ¿Es posible encontrar la libertad dentro de las limitaciones impuestas por nuestras propias elecciones y circunstancias?
La película, con su ritmo pausado y contemplativo, refleja una vida llena de momentos efímeros que, sin embargo, marcan para siempre a quienes los experimentan. La forma en que Sorrentino utiliza la fotografía y la música para encapsular las emociones de Parthenope es un testimonio de su maestría como director. No busca respuestas fáciles, sino que deja al espectador con la sensación de que el verdadero significado de la vida está en la complejidad de lo vivido, en los amores perdidos, en las oportunidades no aprovechadas y en las elecciones que nos definen.
El mensaje final de Parthenope es una llamada a la aceptación de la impermanencia de la vida y la belleza que emerge de esa fragilidad. A lo largo de la película, Parthenope lucha por entender quién es y qué ha sido, pero al final, la lección parece ser que no es necesario tener todas las respuestas. La vida es un proceso constante de transformación, de pérdidas y encuentros, y quizás la verdadera sabiduría radique en abrazar ese viaje sin esperar llegar a un destino final claro. El director nos recuerda que la belleza está en los momentos fugaces, en las conexiones humanas que nos tocan el alma, en la manera en que nos enfrentamos a las adversidades y, sobre todo, en cómo seguimos adelante a pesar de todo lo que se pierde.
Sorrentino no solo nos ofrece una historia de una mujer, sino un espejo donde todos podemos ver reflejadas nuestras propias luchas, nuestros deseos y frustraciones, y, por último, nuestra capacidad de seguir buscando algo más, algo que no se puede definir con palabras, pero que resuena en lo más profundo del ser. El director nos invita a ser conscientes de lo que somos, de lo que hemos hecho y de lo que aún podemos ser, aún cuando parece que el tiempo nos escapa. Parthenope es, en última instancia, un canto a la vida, tal como es: fugaz, impredecible, pero llena de momentos de una belleza indescriptible.
Este viaje emocional nos lleva, finalmente, a la conclusión de que quizás, como Parthenope, todos estamos en constante búsqueda de algo que tal vez nunca encontremos completamente, pero que da sentido a cada uno de nuestros pasos. Al final, Parthenope es una celebración de la existencia misma, con todas sus contradicciones, sus sombras y, sobre todo, su luminosidad inesperada.
Parthenope es una obra que, como las mejores películas, no da respuestas fáciles, sino que deja una huella emocional profunda, esa sensación de haber estado, por un rato, dentro de la vida de alguien más, con toda su belleza y sus dolores. En un mundo donde lo efímero y lo eterno se entrelazan de manera tan sutil, Sorrentino nos invita a no perder la capacidad de asombrarnos ante lo que la vida tiene para ofrecer.
Xabier Garzarain
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