“HERE, Ecos del tiempo”
Robert Zemeckis, cineasta visionario y narrador inquieto, ha dejado una marca imborrable en la historia del cine con una carrera que abarca más de cuatro décadas. Desde sus inicios en los años 70 hasta la actualidad, su habilidad para fusionar la innovación técnica con el poder emocional de la narrativa ha sido su sello distintivo. Su salto a la fama llegó en 1985 con Regreso al futuro (Back to the Future), una película que no solo redefiniría la ciencia ficción, sino que también se convertiría en un fenómeno cultural. La historia de Marty McFly y el excéntrico Doc Brown se convirtió en un clásico instantáneo, y la trilogía que seguiría (Regreso al futuro II, 1989, y Regreso al futuro III, 1990) cimentó a Zemeckis como uno de los grandes narradores de su generación.
Sin embargo, Zemeckis no se limitó a la ciencia ficción. En 1988, deslumbró al público con ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit), una innovadora mezcla de animación y acción real que desbordó creatividad y originalidad, ganando varios premios y convirtiéndose en una obra de referencia en la historia del cine. A lo largo de los años, Zemeckis ha seguido explorando diferentes géneros, destacándose por su capacidad de reinventarse y por su empeño en llevar la tecnología al servicio de la narrativa.
En 1994, Zemeckis presentó una de sus obras más emblemáticas, Forrest Gump, una película que no solo fue un éxito de taquilla, sino que también se convirtió en un hito cinematográfico. La historia de un hombre aparentemente sencillo que se ve involucrado en los momentos más trascendentales de la historia de Estados Unidos, abordada con una profunda carga emocional, marcó un antes y un después en su carrera. La película no solo le valió a Tom Hanks un Oscar por su interpretación, sino que también consolidó a Zemeckis como un maestro en la combinación de la narrativa tradicional con la innovación técnica.
A lo largo de los años, Zemeckis ha continuado explorando nuevos territorios. El expreso polar (The Polar Express, 2004), su incursión en la animación digital, fue un intento de expandir los límites de lo que podía hacerse en la pantalla, y su experimentación continuó con Beowulf (2007), una animación de captura de movimiento. En 2009, Cuento de Navidad (A Christmas Carol), también en animación de captura de movimiento, continuó esta exploración. Aunque algunas de sus apuestas tecnológicas fueron divisivas, su empeño en innovar no ha decaído. Años más tarde, Zemeckis también abordó el cine de acción con Vuelo (Flight, 2012), una exploración de la adicción y la redención, y en Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, 2018), fusionó su pasión por la animación con la exploración de la trauma personal.
Inspirada en la novela gráfica de Richard McGuire, Here es un retrato profundamente humano encapsulado en un concepto tan sencillo como brillante: contar la historia de una habitación a través de las generaciones que la habitaron. Este espacio fijo se convierte en el único protagonista constante de una narrativa que transcurre a lo largo de siglos, abordando temas universales como el amor, la pérdida, la risa y el paso del tiempo. La película, con un plano fijo que no cede ante los trucos visuales tradicionales, sumerge al espectador en un viaje introspectivo que nos invita a reflexionar sobre nuestra conexión con los lugares y con quienes compartimos nuestras vidas.
En el corazón de Here está la idea de que las paredes de una habitación son testigos de innumerables historias, ecos de vidas vividas en sus confines. Desde la precolonización americana, cuando era un bosque inexplorado, hasta el presente, donde la habitación se convierte en el núcleo de una casa familiar, Zemeckis nos lleva a través de generaciones. Cada historia, por breve que sea, está impregnada de emociones: el nacimiento de un niño, el primer beso de una pareja, las discusiones que fracturan relaciones o los silencios que sanan heridas.
La frase recurrente “I see you, and I couldn’t take my eyes off you” resuena como un leitmotiv emocional. No solo une a los personajes, sino que encapsula el espíritu de la película: el acto de reconocer y valorar a quienes nos rodean. La inclusión de esta frase en una interpretación del clásico musical homónimo, inmortalizada por Frankie Valli y The Four Seasons, refuerza su carga nostálgica y atemporal. La canción, que aparece en momentos clave de la película, actúa como un puente entre las generaciones, recordándonos que algunas emociones nunca pasan de moda.
Tom Hanks y Robin Wright, que ya habían demostrado su química en Forrest Gump, vuelven a trabajar juntos para dar vida a Richard y Margaret, la pareja que más tiempo habita la casa. Hanks, en su papel de patriarca reflexivo, ofrece una interpretación contenida pero poderosa, llena de matices emocionales. Robin Wright, como Margaret, equilibra la dureza de las experiencias vividas con una ternura que nos desarma.
Sin embargo, sería injusto centrar toda la atención en ellos. Paul Bettany y Kelly Reilly, como Al y Rose, aportan una intensidad desgarradora a sus escenas, explorando la fragilidad de las relaciones humanas con una autenticidad conmovedora. Michelle Dockery y Gwilym Lee, por su parte, añaden frescura y complejidad a sus respectivos personajes, mientras que Nikki Amuka-Bird y Nicholas Pinnock ofrecen actuaciones secundarias que enriquecen la narrativa.
El vestuario, diseñado por Joanna Johnston, es un verdadero logro en esta película. Cada prenda parece contar una historia propia, desde los trajes coloniales hasta la moda contemporánea. Johnston utiliza colores y texturas para reflejar las emociones de los personajes y el contexto histórico de cada escena, convirtiendo el vestuario en una herramienta narrativa esencial.
El diseño técnico de la habitación, liderado por el director de fotografía Don Burgess y el decorador Ashley Lamont, es simplemente asombroso. Cada detalle, desde la textura de las paredes hasta los objetos cotidianos que llenan el espacio, ha sido cuidadosamente seleccionado para evocar el paso del tiempo. Burgess utiliza la iluminación para crear transiciones sutiles entre épocas, mientras que los efectos visuales de Kevin Baillie añaden un toque casi mágico, sin distraer de la humanidad de la historia.
El rodaje de Here presentó un reto monumental: capturar siglos de historia en un solo espacio. Según el equipo, el proceso de construir y modificar la habitación para reflejar diferentes épocas fue una tarea titánica. En un momento, Hanks bromeó diciendo que se sentía como si estuviera “viviendo varias vidas en un mismo día”. Además, el uso de tecnología de envejecimiento en los actores principales requirió semanas de pruebas, un esfuerzo que, según Zemeckis, valió la pena para reforzar el realismo de la narrativa.
En su estructura y tono, Here recuerda a películas como 2001 Odisea del espacio(1968) de Stanley Kubrick o El árbol de la vida(2011) de Terrence Malik, que también exploran el paso del tiempo y la conexión con los espacios que habitamos. Sin embargo, su enfoque minimalista y su uso de un solo escenario la acercan a obras teatrales como Nuestro pueblo de Thornton Wilder, donde lo mundano se convierte en una ventana a lo eterno.
En última instancia, Here nos invita a reflexionar sobre el tiempo y nuestra relación con él. Cada momento que vivimos, por insignificante que parezca, deja una huella. La habitación es un testigo mudo de la humanidad, un recordatorio de que lo esencial no está en los grandes gestos, sino en los pequeños actos de amor, comprensión y conexión.
Zemeckis nos dice que, aunque las paredes puedan derrumbarse y los objetos se desvanezcan, lo que realmente permanece son los ecos de quienes amaron y fueron amados. Here nos desafía a mirar más allá de lo visible y a valorar el milagro de estar vivos, aquí y ahora. Es una película que, como el espacio que retrata, quedará grabada en la memoria de quienes la experimenten.
Here no es una película para todos. Su narrativa fragmentada, su ritmo contemplativo y su enfoque minimalista pueden desconcertar a quienes busquen una experiencia más convencional. Sin embargo, para quienes estén dispuestos a adentrarse en su universo, esta película ofrece una experiencia cinematográfica profundamente transformadora. Robert Zemeckis, en la cúspide de su carrera, nos entrega una obra que no solo celebra su habilidad como narrador, sino también su capacidad para capturar la esencia misma de lo que significa ser humano.
Al final, Here nos deja con un sentimiento de gratitud, no solo hacia los espacios que hemos habitado, sino hacia las personas que han compartido esos espacios con nosotros. Nos recuerda que las habitaciones, las casas y los objetos no son simples estructuras o pertenencias; son recipientes de nuestras historias, testigos de los instantes que definieron quiénes somos. Esos momentos de risa, de amor, de pérdida y de esperanza se quedan grabados, como cicatrices invisibles, en cada pared y cada rincón.
Pero más allá de la nostalgia por lo que fue, Here nos empuja a valorar el ahora, el momento presente. Nos invita a detenernos en medio del ruido cotidiano, a mirar a quienes nos rodean y a entender que el verdadero milagro no está en los grandes acontecimientos, sino en los gestos simples: una mirada sostenida, una palabra sincera, una mano que nos acompaña en silencio. Es un recordatorio de que no somos solo pasajeros en el tiempo, sino creadores de momentos que, aunque efímeros, tienen el poder de resonar eternamente.
Porque al final, lo que importa no es cuánto dure nuestra estancia en este mundo, sino la intensidad con la que vivamos cada segundo, cada conexión. No estamos aquí solo para existir, sino para vernos, para sentirnos, para amarnos. Y ese, quizás, es el mayor legado que podemos dejar: un eco que se expanda más allá del tiempo, un “te veo” que perdure en la memoria de quienes habitaron nuestra misma habitación.
Xabier Garzarain




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