“Un lío de millones: La sencillez de un plan para reconectar corazones“
Susan Béjar, a quien ya hemos visto manejar con destreza historias que exploran lo más profundo del alma humana, da un giro inesperado y fascinante en su carrera con Un lío de millones. La directora, conocida por su enfoque sutil y empático en el cine, se aventura en el terreno de la comedia familiar, un género que, a pesar de su ligereza aparente, puede revelar algunas de las verdades más rotundas sobre nuestras relaciones, nuestros miedos y, sobre todo, nuestras expectativas de lo que una familia debe ser. Con esta película, Béjar no solo hace una entrada triunfal en el mundo de la comedia, sino que también muestra una evolución notable en su estilo: un equilibrio entre humor, ternura y una reflexión sobre las emociones más humanas, algo que la convierte en una obra accesible, pero a la vez profundamente conmovedora.
La filmografía de Susan Béjar, hasta este punto, ha estado marcada por una mirada introspectiva, por un cine más intimista que se enfrenta a la vulnerabilidad y a los temas universales del ser humano. Un lío de millones es un desvío de esa senda, pero uno que, en muchos sentidos, se siente como una natural evolución. Si sus trabajos anteriores, cargados de dramatismo y personajes atrapados en situaciones emocionalmente complejas, han tocado fibras delicadas del alma humana, esta película se adentra en una tonalidad diferente: una comedia en la que el absurdo y el sentimentalismo se encuentran, pero siempre con la misma mirada honesta y profunda hacia los personajes.
La trama de la película, aparentemente sencilla, se construye sobre un concepto básico pero poderoso: el síndrome del nido vacío. Bego (Gracia Olayo) y Agustín (Antonio Resines) han quedado atrapados en la quietud de su retiro rural, observando cómo sus hijos, Miguel (Alberto Olmo) y Carla (Clara Lago), se alejan hacia la ciudad y las vidas que ahora construyen lejos de ellos. La soledad y la tristeza se hacen eco en sus corazones, pero no en la forma típica de la desesperanza. No, el plan que idea la pareja, tras el abandono de la fiesta de cumpleaños de Agustín, es hilarante, pero también profundamente humana: fingen haber ganado la lotería para atraer a sus hijos de vuelta a casa. Lo que podría haber sido una premisa trivial se transforma en una historia sobre el amor, la desesperación y, sobre todo, la necesidad de ser vistos, de sentirse importantes para aquellos a quienes más amamos.
El ritmo de la película es ligero, sin apresurarse a cerrar los conflictos familiares, pero tampoco estancándose en la tristeza. Béjar logra que la comedia fluya a través de las situaciones cotidianas y las interacciones familiares, pero también introduce momentos de reflexión que le dan a la película un tono equilibrado, sin caer nunca en la exageración o el melodrama. La evolución de los personajes es sutil, pero profundamente significativa: vemos a Agustín y Bego comenzar como una pareja que solo busca recuperar la atención de sus hijos, pero terminan dándose cuenta de que el amor que sienten por ellos es mucho más complejo de lo que pensaban.
En cuanto a la interpretación, la química entre los dos protagonistas, Resines y Olayo, es magnética. Ambos logran transmitir la incomodidad de la soledad y la necesidad de conexión, pero también una ternura y calidez que hacen que el público se sienta parte de su viaje. Resines, con su característica sabiduría y dulzura, encarna a un hombre mayor que se siente desplazado por la modernidad, mientras que Olayo aporta una dulzura que va más allá del personaje de la madre tradicional: su Bego está cargada de una humanidad que, lejos de ser cursi, resulta profundamente entrañable. Alberto Olmo y Clara Lago, aunque en papeles más secundarios, aportan una dosis de realismo y energía juvenil que complementa perfectamente el tono de la película.
Un aspecto clave de la película es su música, que subraya perfectamente los estados de ánimo de los personajes sin llegar a ser invasiva. La banda sonora, a cargo de un compositor cuya sencillez es su mayor virtud, juega con acordes melancólicos y momentos más festivos, creando una atmósfera que se ajusta a cada situación: desde la calma del campo hasta la confusión de la mentira, pasando por el reencuentro de la familia, lleno de tensión y esperanza. La música es el pegamento que une el ritmo de la película, de forma casi imperceptible, y crea una sensación de calidez familiar que es esencial para el tono de la obra.
El atrezo, como es de esperar en una película que juega con los contrastes entre lo rural y lo urbano, está meticulosamente cuidado. Las casas y los espacios en los que se desarrollan los encuentros familiares están llenos de detalles, desde los pequeños objetos personales que parecen contar una historia por sí mismos, hasta los elementos visuales que muestran la cotidianidad de una vida sencilla pero llena de afecto. Los atuendos, principalmente los de los protagonistas, reflejan su mundo: cómodos, sencillos, pero llenos de la calidez que caracteriza a las personas que, aunque envejecen, mantienen una juventud emocional intacta.
Un lío de millones es, en muchos sentidos, una película sobre las mentiras que decimos para protegernos a nosotros mismos y a aquellos a quienes amamos. Pero es, más que nada, una película sobre el amor incondicional de los padres, sobre ese vínculo que no se rompe a pesar del tiempo ni la distancia, sobre las trampas que estamos dispuestos a crear para sentirnos vivos, para no quedar en el olvido. La mentira de los padres no es realmente sobre el dinero que nunca ganaron, sino sobre el amor que nunca dejó de existir, pero que, en su cansancio, necesitaba una excusa para salir a la luz.
El mensaje que Béjar nos transmite con esta película es que el amor familiar no se mide por los sacrificios que se hacen, sino por los pequeños gestos cotidianos, los intentos por estar cerca, los intentos por mantener viva la conexión emocional. La vida avanza, las personas se distancian, pero el amor verdadero siempre encuentra una manera de regresar a casa.
En conclusión, Un lío de millones es una comedia familiar que no solo hace reír, sino que también nos invita a reflexionar sobre la importancia de los vínculos familiares, esos que, por mucho que la vida cambie, nunca deberían ser olvidados. A través de una dirección sutil, un elenco lleno de química y una historia simple pero poderosa, Susan Béjar crea una obra que, si bien no desafía las convenciones del cine contemporáneo, ofrece una mirada fresca y cálida a un tema universal: la necesidad de estar juntos, incluso cuando las mentiras parecen ser la única forma de acercarnos.
Xabier Garzarain


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