“BabyGirl: Un thriller erótico donde el deseo y el poder se enfrentan en cada mirada”

 Halina Reijn, cineasta neerlandesa conocida por su habilidad para explorar las complejidades psicológicas de sus personajes y su fascinación por las emociones humanas más oscilantes, da un paso más en su carrera con Baby Girl, un thriller erótico de gran impacto emocional. La película es una adaptación moderna de las dinámicas de poder, deseo y venganza dentro de una historia de seducción que trasciende las fronteras del romance convencional. El director, después de su primera película Instinct (2019), se adentra en un territorio más complejo, donde el erotismo se mezcla con la moralidad, y las relaciones se desarrollan en un terreno ambiguo y peligroso. Este viaje, dirigido por Reijn, no es solo una exploración de las emociones humanas, sino también una reflexión sobre el precio de nuestras decisiones más osadas.


Halina Reijn ha sido una de las voces más interesantes del cine contemporáneo, gracias a su capacidad para sumergirse en los aspectos más oscuros y complejos de la psique humana. Con su debut en la dirección en Instinct, Reijn exploró los límites del deseo y la represión a través de la historia de una terapeuta de prisión que comienza una relación con uno de los reclusos. Esta primera incursión marcó el tono de lo que sería su estilo distintivo: un cine que combina tensión psicológica con una intensa carga emocional y visual.



Con Baby Girl, Reijn da un paso más en su evolución como cineasta. Mientras que Instinct se basaba principalmente en la construcción de la relación entre los dos personajes principales en un entorno limitado, Baby Girl se mueve a través de la compleja trama de un triángulo amoroso en el que se cuestionan las relaciones de poder, la moralidad y la desestabilización emocional. Reijn no solo profundiza en los arquetipos del deseo y la transgresión, sino que también lleva a sus personajes a explorar territorios mucho más oscuros y emocionalmente conflictivos. La protagonista, Romy, interpretada por Nicole Kidman, es una mujer adinerada y poderosa, pero vulnerable a sus propios impulsos, lo que permite a la directora explorar una mezcla de contradicciones dentro de una narrativa que va mucho más allá de lo sexual, sumergiéndose en el campo del miedo, la inseguridad y la decadencia de los valores.


El ritmo de Baby Girl se mantiene pausado, creando una tensión palpable en todo momento. A medida que avanza la película, la narrativa se desarrolla lentamente, lo que permite al espectador adentrarse en la psicología de los personajes, explorando su evolución emocional sin apresuramientos. Esta lentitud no solo está destinada a crear suspense, sino también a sumergir al espectador en las complejidades de la relación entre Romy, Samuel (Harris Dickinson) y Jacob (Antonio Banderas).


La trama, a simple vista, podría parecer una historia de infidelidad y deseo, pero la película es mucho más que eso. Es un juego de poder que va más allá del romance o el erotismo. La relación entre Romy y Samuel no se basa solo en el deseo físico, sino en una manipulación emocional que ambos personajes ejercen sobre el otro, en un juego constante de dominación y sumisión. Es un thriller psicológico, un juego de intriga que presenta una gran cantidad de capas, desde las tensiones sexuales hasta los juegos mentales, las luchas internas y los conflictos morales. El guion, escrito también por Reijn, está construido de manera que la tensión entre los personajes nunca se resuelve de forma fácil o predecible, lo que mantiene al espectador intrigado hasta el último minuto.



Las interpretaciones en Baby Girl son impecables. Nicole Kidman, como Romy, da una de sus actuaciones más matizadas y profundas en años. La actriz es capaz de reflejar la complejidad emocional de su personaje, una mujer atrapada en un matrimonio de conveniencia, pero que comienza a desmoronarse bajo el peso de sus deseos y decisiones. Kidman da vida a una mujer que no solo está en una búsqueda de placer físico, sino también de una identidad que se siente perdida en su propio mundo de poder y soledad. La sutileza de su actuación permite que el personaje se convierta en una figura que transmite tanto vulnerabilidad como fortaleza, atrapada en la contradicción de querer controlarlo todo mientras se pierde en la pasión.


Harris Dickinson, quien interpreta a Samuel, es igualmente impresionante. A lo largo de la película, su personaje pasa de ser un joven inocente y algo ingenuo a convertirse en un actor consciente de su propio poder dentro de esta relación. Dickinson es capaz de interpretar a un hombre que, a pesar de sus deseos, sabe que está siendo manipulado, y lo hace de manera natural, sin caer en el cliché del “romántico perdedor”. Antonio Banderas, como Jacob, el marido celoso y desconfiado de Romy, también brilla, aportando una tensión palpable a la película. Su personaje es en muchos aspectos el más tradicional de los tres, pero lo interpreta con una energía inquietante que hace que incluso el personaje más establecido sea impredecible.


El rodaje de Baby Girl fue particularmente desafiante, especialmente en lo que respecta a las escenas más íntimas entre Kidman y Dickinson. Halina Reijn, que ya había trabajado como actriz, entendió la necesidad de crear un ambiente de confianza para que los actores pudieran explorar sus personajes sin inhibiciones. Se sabe que Reijn insistió en crear espacios en los que los actores pudieran relajarse y permitir que las emociones fluyeran de manera natural. En este sentido, las escenas de seducción y tensión entre los personajes se filmaron de manera colaborativa, donde cada gesto, cada pausa y cada mirada fueron cuidadosamente analizados para asegurar que la dinámica de poder entre los personajes se mantuviera consistente.



Baby Girl se inscribe dentro de una tradición de thrillers eróticos que exploran la seducción, el deseo y el peligro que conlleva traspasar los límites de lo moralmente aceptable. Películas como Atracción Fatal(1987) o Cincuenta Sombras de Grey (2015) se pueden citar como referencias, pero Baby Girl lleva este subgénero a un terreno más complejo, menos obvio y más psicológico. En lugar de centrarse en el acto físico, Reijn opta por explorar las consecuencias emocionales y mentales de estas relaciones ilícitas. De esta manera, su enfoque es más profundo, más introspectivo y menos glamoroso, presentando una visión mucho más sombría del deseo.


La música, a cargo de Cristóbal Tapia de Veer, tiene un papel fundamental en la construcción de la atmósfera de Baby Girl. El compositor utiliza sonidos tensos, con una mezcla de cuerdas y sintetizadores, para crear una sensación de inquietud y opresión que acompaña perfectamente la trama. La música se convierte en un personaje más dentro de la película, intensificando los momentos de suspense y deseo, y ayudando a construir una atmósfera emocionalmente cargada.


El vestuario, diseñado por Kurt and Bart, también juega un papel crucial en la construcción de la identidad de los personajes. Romy, como mujer de poder, viste de manera sofisticada, con trajes elegantes que reflejan su estatus social y profesional, mientras que Samuel, el joven amante, tiene una vestimenta más sencilla y juvenil, lo que acentúa la diferencia entre los personajes. La manera en que Reijn utiliza el vestuario para reflejar las relaciones de poder dentro de la película es sutil pero eficaz.



La dirección de arte, a cargo de Stephen H. Carter, se complementa con una fotografía excepcional de Jasper Wolf, que utiliza una paleta de colores fríos y sombras profundas para reflejar el tono oscuro y melancólico de la película. La elegancia de los escenarios, desde la casa de Romy hasta los lugares más aislados, aporta una sensación de lujo decadente, mientras que las tomas cerradas y la iluminación tenue enfatizan la claustrofobia emocional de los personajes.


Baby Girl es una película ambiciosa, compleja y provocadora. Halina Reijn, con su enfoque psicológico y su dirección precisa, logra crear una obra que va mucho más allá de lo que inicialmente parece ser una simple historia de infidelidad. Es una exploración profunda del deseo, el poder y las consecuencias emocionales de nuestras decisiones más arriesgadas. Con un guion inteligente, actuaciones magistrales y una atmósfera que desborda tensión y sensualidad, la película se convierte en una reflexión sobre los límites del control y la libertad, sobre las contradicciones del ser humano y sobre lo que estamos dispuestos a sacrificar por el placer y el poder. Reijn nos invita a cuestionar nuestras propias percepciones de la moralidad, recordándonos que, a veces, lo más peligroso no es el destino, sino nuestras propias elecciones.


El mensaje que Reijn nos transmite es claro: las relaciones de poder, el deseo y la manipulación son fuerzas que, aunque podemos controlar por un tiempo, siempre tienen un precio. Baby Girl no ofrece respuestas fáciles, sino que deja al espectador con una sensación incómoda de que, a menudo, las decisiones más arriesgadas tienen consecuencias que nos acechan. Es una película que, como el deseo mismo, es tanto atractiva como destructiva.


Xabier Garzarain 


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