“Ciento volando:un puente hacia lo eterno”

 Arantxa Aguirre se ha consolidado como una de las grandes cronistas audiovisuales del arte contemporáneo en España. Desde Dancing Beethoven (2016), un documental que exploraba la dimensión casi espiritual de la música a través de la Novena Sinfonía de Beethoven, hasta Zurbarán y sus doce hijos (2020), donde dialogaba con la pintura barroca desde una perspectiva íntima y vibrante, Aguirre ha demostrado un talento particular para entretejer historia, emoción y análisis visual. Ahora, con Ciento volando, su última obra, Aguirre centra su mirada en la figura monumental de Eduardo Chillida, fusionando el lenguaje documental con una narrativa poética que emula el propio espíritu de las esculturas del artista vasco.


El filme arranca con una premisa sencilla pero poderosa: Jone (interpretada por Jone Laspiur, en una actuación natural y contenida) es una joven estudiante de Bellas Artes que se encuentra, casi por azar, frente al Peine del Viento, una de las obras más icónicas de Chillida. A partir de este encuentro, Ciento volando se transforma en un viaje iniciático no solo hacia el universo creativo de Chillida, sino también hacia las preguntas fundamentales sobre el arte, la naturaleza y la existencia. La elección de Jone como hilo conductor es un acierto; su curiosidad, mezclada con cierta ingenuidad, conecta de inmediato con el espectador y funciona como un vehículo perfecto para adentrarnos en el universo del escultor.


Aguirre estructura el documental como un diálogo abierto entre Chillida y el mundo que lo rodeaba, recurriendo a entrevistas con expertos como el arquitecto Joaquín Montero y el historiador Kosme de Barañano, pero también a reflexiones íntimas de familiares y trabajadores del Chillida Leku. Estos testimonios no solo aportan contexto, sino que también humanizan a una figura que podría parecer inalcanzable. Lo interesante aquí es cómo Aguirre utiliza la figura de Chillida como un punto de partida para explorar temas más amplios, como la relación entre arte y paisaje, la conexión espiritual entre materiales y formas, y la búsqueda de trascendencia a través de la creación.


El ritmo de Ciento volando es pausado, casi meditativo, lo que permite que el espectador se sumerja en la monumentalidad de las esculturas de Chillida. La fotografía, a cargo de Gaizka Bourgeaud, Rafael Reparaz y Carlos Arguiñano Ameztoy, juega un papel crucial en esta inmersión. Las imágenes de Chillida Leku, con sus esculturas al aire libre integradas en el paisaje natural, son sencillamente sublimes. Los encuadres capturan no solo la forma, sino también el alma de las obras, destacando cómo el hierro y la piedra parecen dialogar con el viento, la luz y el espacio. En este sentido, la película se alinea con otros documentales sobre arte que buscan capturar la esencia de su objeto de estudio, como Pina (2011) de Wim Wenders, pero con un enfoque más terrenal y táctil.


La música, aunque discreta, aporta una dimensión emocional que complementa perfectamente las imágenes. La banda sonora mezcla composiciones originales con fragmentos de música clásica y contemporánea, subrayando la atemporalidad del trabajo de Chillida. En cuanto al vestuario y el atrezo, aunque secundarios en un documental de estas características, ayudan a contextualizar y dar autenticidad a los testimonios y recreaciones.


En cuanto a anécdotas de rodaje, resulta fascinante descubrir cómo el equipo logró captar imágenes del Peine del Viento durante una tormenta que, según Aguirre, reflejaba perfectamente la relación entre las esculturas y los elementos naturales. Este episodio ilustra no solo la dedicación del equipo, sino también la resonancia simbólica entre la obra de Chillida y la naturaleza en su estado más puro.



Ciento volando no solo dialoga con otros documentales de Aguirre, sino también con el género documental sobre arte en general. A diferencia de obras más convencionales que se limitan a ser un catálogo visual de obras, Aguirre opta por una narrativa más reflexiva y personal, que recuerda a trabajos como Rivers and Tides (2001) de Thomas Riedelsheimer, sobre Andy Goldsworthy. Sin embargo, Aguirre tiene una voz propia, menos lírica y más analítica, pero igualmente cargada de sensibilidad.


La película también establece conexiones temáticas con otros artistas contemporáneos que, como Chillida, exploraron la relación entre arte y espacio. Las referencias a Julio González, Palazuelo, Braque, Calder y Giacometti no son meros adornos, sino que enriquecen el discurso visual e intelectual del filme, situando a Chillida en un contexto más amplio.


En conclusión, Ciento volando es mucho más que un homenaje a Eduardo Chillida; es una exploración profunda de lo que significa ser un creador en constante diálogo con el mundo que nos rodea. Aguirre nos invita a reflexionar sobre cómo el arte puede trascender los límites del tiempo y el espacio, conectándonos con algo más grande que nosotros mismos. Es, en esencia, una película que nos recuerda que el arte no solo se ve, sino que se siente y se vive. Como Chillida decía: “El arte es un puente tendido hacia lo desconocido”. Con Ciento volando, Arantxa Aguirre no solo cruza ese puente, sino que nos lleva con ella en un viaje inolvidable.


Xabier Garzarain 

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