“Vivir el momento: El amor no se mide en tiempo, sino en momentos.“
John Crowley vuelve a demostrar que es un maestro en capturar las emociones humanas más íntimas con su nueva película, Vivir el momento. Este drama, que explora el amor, el tiempo y la fragilidad de las relaciones, es una obra que refleja la madurez de un director cuya filmografía ha crecido en profundidad y sutileza. Desde Intermission (2003), donde mezclaba humor y melancolía en las vidas cruzadas de sus personajes, hasta Brooklyn (2015), con su sensibilidad poética al retratar el desarraigo y la búsqueda de identidad, Crowley ha mostrado un interés persistente por las conexiones humanas. Ahora, en Vivir el momento, da un paso más allá al ofrecer un relato que no solo conmueve, sino que también desafía al espectador a reflexionar sobre lo efímero y valioso de nuestras relaciones más importantes.
Vivir el momento adopta un ritmo contemplativo que puede parecer desafiante para los espectadores acostumbrados a narrativas más rápidas. Pero este tempo pausado es clave para el efecto emocional de la película. La historia de Almut y Tobias comienza con un encuentro fortuito que da inicio a un romance lleno de promesas. La película sigue su relación desde sus momentos más idílicos hasta los desafíos que amenazan con desmoronar todo lo que han construido juntos. El guion de Nick Payne, conocido por su habilidad para explorar lo emocional en obras como Constellations, se adentra en el amor como una fuerza a la vez constructiva y destructiva. La trama se construye a través de detalles cotidianos: una mirada compartida, una discusión sobre decisiones aparentemente triviales, el silencio que a veces pesa más que las palabras. Todo esto crea una experiencia emocionalmente rica que resuena con cualquiera que haya amado y perdido.
La progresión dramática de la película es tan meticulosa como inevitable. A medida que avanzamos junto a los personajes, se nos revela una verdad dolorosa que pone en peligro su relación. No es tanto un giro dramático como un desenlace lógico de las semillas que la película planta desde el principio. En este sentido, Vivir el momento recuerda a los mejores dramas románticos contemporáneos, como Historia de un matrimonio (2019) o Blue Valentine (2010), pero con un toque distintivo: su insistencia en la belleza de lo efímero.
Andrew Garfield y Florence Pugh ofrecen interpretaciones monumentales como Tobias y Almut, respectivamente. Garfield, con su capacidad para transmitir vulnerabilidad sin caer en el sentimentalismo, se presenta como un hombre atrapado entre su deseo de mantener unida a su familia y su incapacidad para enfrentar los desafíos que surgen. Pugh, por su parte, entrega una actuación electrizante, equilibrando la ternura de una mujer enamorada con la fortaleza de alguien dispuesto a luchar por lo que considera importante. La química entre ambos actores es palpable, logrando que los momentos más pequeños —un roce, un gesto de apoyo— se sientan como grandes acontecimientos.
El reparto secundario también brilla. Aoife Hinds, como Skye, aporta un anclaje emocional en los momentos más oscuros de la película, mientras que Douglas Hodge, en el papel de Reginald, ofrece una actuación entrañable que recuerda la importancia de las figuras de apoyo en nuestras vidas. Adam James como Simon Maxon y Grace Delaney como Ella también contribuyen a enriquecer la narrativa, aportando perspectivas externas a la relación central.
Crowley dirige Vivir el momento con una sutileza admirable. En lugar de recurrir a grandes gestos o artificios cinematográficos, se centra en los pequeños detalles que componen la vida diaria. Una taza de café compartida en silencio, el sonido del viento golpeando las ventanas de una casa vacía, una fotografía rota: estos elementos se convierten en símbolos cargados de significado bajo la atenta mirada de Crowley. Su dirección evoca la melancolía y la belleza de la vida misma, recordando a veces el trabajo de Richard Linklater en la trilogía Before.
La cinematografía de Stuart Bentley es una de las mayores fortalezas de la película. Cada plano está compuesto con precisión, utilizando la luz y el color para reflejar el estado emocional de los personajes. Los tonos cálidos dominan las primeras escenas, cuando el amor entre Tobias y Almut florece, mientras que los grises y azules toman protagonismo en los momentos de crisis. Este enfoque visual crea un contraste que enfatiza el paso del tiempo y los altibajos de la relación.
El diseño de producción de Alice Normington es igualmente destacable. La casa que comparten los protagonistas se convierte en un personaje en sí misma, evolucionando junto con ellos. Desde los detalles más pequeños, como los libros en las estanterías o los dibujos de los niños en el refrigerador, hasta los cambios más grandes, como los muebles que desaparecen a medida que las tensiones crecen, cada elemento está cuidadosamente diseñado para contar una historia paralela.
La banda sonora de Bryce Dessner es minimalista pero profundamente emotiva, acompañando a la perfección los momentos más importantes sin distraer del drama central. Los silencios también juegan un papel crucial, permitiendo que las emociones se desarrollen sin la interferencia de la música. El vestuario, diseñado por Liza Bracey, es simple pero efectivo, reflejando las personalidades de los personajes y sus cambios a lo largo del tiempo.
Vivir el momento se inscribe dentro del género de dramas románticos maduros, pero también establece conexiones temáticas con obras que trascienden el romance para explorar cuestiones más existenciales. Su reflexión sobre el tiempo y la memoria evoca a El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick, mientras que su atención al detalle en las dinámicas de pareja recuerda a Amour (2012) de Michael Haneke. Sin embargo, Crowley aporta una calidez y humanidad que lo distingue de estas influencias, creando una obra que es profundamente suya.
Vivir el momento es una película que, como su título sugiere, nos invita a valorar cada instante de nuestras vidas. A través de la historia de Tobias y Almut, Crowley nos recuerda que el amor no se define por su duración, sino por su intensidad y significado. Es un homenaje a la resiliencia humana, a la capacidad de encontrar belleza incluso en medio del dolor.
Con Vivir el momento, John Crowley entrega una obra profundamente conmovedora que consolida su lugar como uno de los grandes narradores contemporáneos. Esta es una película que no solo se ve, sino que se siente, dejando una impresión duradera que invita a la reflexión mucho después de que los créditos hayan terminado.
En Vivir el momento, la fragilidad del amor y la inevitabilidad del paso del tiempo se entrelazan de manera tan sutil que nos invitan a reflexionar sobre el concepto de “ser” y “estar”. La película parece susurrar que no vivimos realmente en el tiempo, sino en los momentos que conseguimos retener, aquellos que nos marcan, nos definen. Es como si Crowley quisiera recordarnos lo que dijo Heidegger: “El ser humano es tiempo”. En una existencia que siempre se nos escapa entre los dedos, el amor y los recuerdos son las únicas formas que tenemos de desafiar la fugacidad de la vida. Cada gesto, cada palabra compartida, aunque parezca insignificante, tiene el potencial de convertirse en la semilla de una vida llena de significado.
Pero, más allá de la belleza del amor, la película también nos enfrenta a la inevitable verdad de que nada es eterno. La confrontación de los personajes con la verdad dolorosa que amenaza su relación refleja una de las paradojas fundamentales de la condición humana: nuestra capacidad de amar intensamente, incluso sabiendo que todo lo que amamos es transitorio. Como diría el filósofo Heráclito, “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. En el fondo, lo que Crowley nos está sugiriendo no es solo que vivamos el momento, sino que lo hagamos plenamente, sin miedo a la pérdida, porque la belleza de la vida reside precisamente en su impermanencia.
Esta reflexión nos deja con una lección poderosa: en un mundo que constantemente nos recuerda su fragilidad, lo único que realmente podemos poseer son los momentos que elegimos vivir de manera consciente y amorosa.
Xabier Garzarain



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