“The Brutalist: La Arquitectura como Metáfora de la Resistencia“

 Brady Corbet es un director que, con cada una de sus películas, ha ido consolidando una voz propia, obsesionada con el peso de la historia y el impacto del tiempo en la psique humana. Desde su debut con The Childhood of a Leader (2015), una exploración opresiva sobre los orígenes del totalitarismo, hasta Vox Lux (2018), una disección mordaz de la cultura de la fama y la violencia en Estados Unidos, Corbet ha demostrado una inclinación por historias que, más allá de lo individual, reflejan cambios históricos y culturales más amplios. Con The Brutalist, da un paso más en esa evolución, llevando su ambición narrativa y visual a un nivel colosal. Esta película no es solo la historia de un hombre, sino la crónica de un siglo, de un exilio y de una lucha por la expresión artística en un mundo que constantemente exige concesiones. En ese sentido, The Brutalist no es solo un drama sobre la inmigración y la arquitectura, sino también una exploración sobre la resistencia del artista frente a las fuerzas que buscan doblegar su visión.


El filme sigue la vida de László Tóth, un arquitecto húngaro y superviviente del Holocausto interpretado por Adrien Brody, quien junto a su esposa Erzsébet (Felicity Jones) emigra a Estados Unidos en la posguerra con la esperanza de empezar de nuevo. Tóth es un hombre atrapado entre dos mundos: el pasado de una Europa devastada que ha perdido para siempre y un futuro en América que promete grandeza, pero que también está lleno de sacrificios. Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un magnate industrial, se convierte en el benefactor de Tóth, ofreciéndole la oportunidad de dejar su huella en la arquitectura estadounidense. Sin embargo, esta oportunidad tiene un costo: su visión artística es constantemente puesta a prueba, y la presión para conformarse con los ideales comerciales del capitalismo estadounidense choca con su necesidad de crear una obra que mantenga su esencia. A través de esta historia, Corbet nos habla del precio del éxito, del choque entre el arte y el poder, y del dilema eterno entre la integridad artística y la necesidad de sobrevivir. La narrativa se extiende a lo largo de varias décadas, permitiendo una evolución profunda de los personajes y una exploración minuciosa del contexto histórico en el que se desarrollan.



El trabajo de Adrien Brody en The Brutalist es posiblemente uno de los más exigentes de su carrera. Con una interpretación contenida y llena de matices, Brody logra transmitir la lucha interna de un hombre que se ve obligado a adaptarse sin perder su identidad. Su László Tóth recuerda en cierto modo al Wladyslaw Szpilman de El Pianista (2002), otro personaje que sobrevive a la guerra solo para enfrentarse a una segunda lucha: la de encontrar su lugar en el mundo. Felicity Jones ofrece un contrapunto emocional poderoso como Erzsébet, una mujer que, a diferencia de su marido, se adapta con más facilidad al nuevo país, pero que también carga con la nostalgia de lo que han perdido. Su relación con László es el corazón de la película, una historia de amor que se mantiene a lo largo del tiempo, a pesar de las adversidades. Guy Pearce, en el papel del benefactor Van Buren, aporta la dosis perfecta de ambigüedad: un hombre de gran visión y ambición que puede ser tanto un aliado como un enemigo de László. Joe Alwyn y Raffey Cassidy complementan un reparto en el que cada personaje parece representar una faceta distinta de la América de la posguerra: la riqueza, la innovación, la explotación y la lucha por la identidad.


La película, como su nombre indica, está profundamente influenciada por el brutalismo, un estilo arquitectónico que se caracteriza por su uso de materiales crudos, formas geométricas masivas y una estética de dureza y funcionalidad. Corbet, junto con el director de fotografía Lol Crawley, ha diseñado un lenguaje visual que refleja este espíritu. Rodada en VistaVision, un formato que ofrece una mayor resolución y amplitud de imagen, The Brutalist presenta encuadres meticulosamente compuestos donde la arquitectura no es solo un telón de fondo, sino una extensión de la psique de los personajes. Los edificios de Tóth, con sus líneas severas y su monumentalidad, reflejan su lucha por dejar una huella en un país que lo mira como un extranjero. El diseño de producción de Happy Massee recrea con precisión tanto la Europa de la posguerra como la América industrial de mediados del siglo XX, con especial atención a los contrastes entre el viejo continente y la modernidad estadounidense. Los espacios cerrados y oscuros de la primera parte del filme contrastan con los paisajes abiertos y los imponentes rascacielos de la segunda, marcando visualmente la transformación del protagonista.


La banda sonora, compuesta por Daniel Blumberg, es un elemento clave en la atmósfera de la película. En lugar de una partitura abiertamente emocional, Blumberg opta por una música minimalista que subraya la opresión y la grandiosidad del entorno. Momentos de tensión se acentúan con disonancias y silencios que reflejan el aislamiento de Tóth, mientras que las pocas escenas de alivio emocional están acompañadas por melodías suaves y nostálgicas. El sonido, en general, es utilizado de manera expresiva: el ruido del martillo sobre el hormigón, el eco de los pasos en edificios vacíos y el rugido de la ciudad sirven para enfatizar la alienación y la lucha del protagonista.



El proceso de producción de The Brutalist fue tan arduo como la historia que cuenta. Corbet desarrolló el guion junto con Mona Fastvold a lo largo de siete años, enfrentando numerosos obstáculos logísticos y financieros. Una de las mayores dificultades fue el cambio de locaciones: inicialmente, algunas escenas iban a rodarse en Europa del Este, pero la inestabilidad política obligó a trasladar la producción a distintas ciudades de Estados Unidos. Además, Corbet sufrió una neumonía durante el rodaje, lo que lo obligó a delegar parte del trabajo en su equipo mientras se recuperaba. Pese a estos desafíos, el resultado final es una obra que refleja el esfuerzo y la meticulosidad con la que fue concebida.


El vestuario en The Brutalist es uno de los elementos clave para sumergir al espectador en la época de posguerra, pero también para reflejar las complejidades emocionales y psicológicas de los personajes. Desde el primer plano, el diseño de vestuario transporta al público a una década marcada por el cambio y la transformación, no solo política y socialmente, sino también en términos de estilo y moda.


El vestuario refleja de manera cuidadosa la transición de la Europa de la posguerra a la vida en Estados Unidos, con una estética que resalta tanto la austeridad como los intentos de resurgir del caos. El protagonista, László Tóth, interpretado por Adrien Brody, se presenta inicialmente con trajes oscuros, formales y ajustados, que representan su lucha interna y su deseo de sobresalir en un entorno completamente nuevo. Sin embargo, a medida que avanza la trama y el personaje se adentra más en el mundo de la arquitectura y el poder, su vestuario comienza a evolucionar, con trajes más sofisticados y detalles que apuntan a su creciente ambición.



La esposa de László, Erzsébet (interpretada por Felicity Jones), también juega un papel clave en la narración a través de su vestuario. A lo largo de la película, su ropa pasa de ser sobria y modesta a más elaborada y elegante, reflejando su propia transformación en paralelo al viaje emocional y profesional de su esposo. Sin embargo, el cambio en su vestuario no es solo superficial; cada prenda resalta su conexión con la opresión emocional y las cargas que acarrea la relación. La elección de telas como el terciopelo, las telas pesadas y los colores profundos resalta la riqueza y el peso de la historia personal que ambos personajes cargan.


El vestuario también se hace eco de los elementos específicos de la época, con toques de la moda de los años 50 y principios de los 60, aunque con una atención particular a los detalles que ayudan a situar la trama en la intersección de la modernidad y la tradición. Los trajes de los personajes, por ejemplo, no solo son una cuestión de estética, sino una representación de la lucha entre lo antiguo y lo nuevo, algo que se refleja en la arquitectura y en las vidas de los personajes. Los colores sobrios y la simplicidad de los diseños subrayan la seriedad de la época, pero también la frialdad con la que los personajes se enfrentan a los dilemas de la vida moderna.


La fotografía de The Brutalist, dirigida por Lol Crawley, es un componente crucial para comprender la atmósfera emocional que impregna la película. La cuidadosa utilización de la luz, la composición de los planos y la paleta de colores profundiza la exploración del tema central: la lucha por el poder, el legado y las relaciones personales, todas reflejadas a través de un lente que busca capturar tanto la grandeza como la desesperación del protagonista.



Una de las características más notables de la fotografía en The Brutalist es su enfoque en la dualidad entre la luz y la sombra. En los primeros momentos de la película, se utilizan luces tenues, a menudo filtradas a través de ventanas o persianas, lo que crea un efecto visual que transmite una sensación de claustrofobia, incertidumbre y la idea de un mundo que está por ser reconstruido. La fotografía se aleja de los colores brillantes y saturados de otros filmes sobre la época, adoptando una paleta más apagada y sombría, con tonos grises, marrones y ocres, que subrayan la austeridad de la posguerra.


A medida que László asciende en su carrera, la luz en la película comienza a cambiar. Las escenas que lo muestran en su crecimiento profesional están marcadas por fuentes de luz más dramáticas, con contrastes más fuertes y una mayor claridad visual. Esto no solo es una representación del progreso en su vida, sino también de su lucha interna y la creciente distancia entre su idealismo inicial y la realidad que enfrenta. La fotografía, en este sentido, se convierte en una extensión de su estado emocional, con la luz simbolizando la esperanza y la sombra representando las consecuencias de sus decisiones.


La arquitectura en The Brutalist no solo es un telón de fondo, sino un personaje más. La película utiliza los edificios y los paisajes de la época para capturar la expansión de la ambición de László. Desde los planos cerrados en los que se destacan las texturas de las paredes de los edificios hasta los paisajes urbanos más amplios, la fotografía se encarga de dar una sensación de grandiosidad y opresión, a menudo haciendo que los personajes parezcan pequeños ante la monumentalidad de los espacios que crean o en los que se mueven.



Este tratamiento visual tiene una resonancia especial en el contexto de la arquitectura brutalista, que es el foco central de la película. A través de la fotografía, el director logra transmitir tanto la belleza como la frialdad de este estilo arquitectónico, que es a la vez imponente y despersonalizado. La elección de planos amplios, con edificios imponentes como fondo, hace que los personajes parezcan insignificantes frente a sus propias creaciones, lo que refuerza la alienación y el dilema interno de László.


El atrezo en The Brutalist juega un papel fundamental para dar vida a la época y enriquecer la narrativa de manera sutil pero impactante. Desde los objetos personales que los personajes manejan hasta los detalles de los espacios en los que interactúan, cada elemento parece estar cuidadosamente seleccionado para reflejar el tema central de la película: la lucha entre el legado personal y las expectativas sociales.


El uso del atrezo en The Brutalist no solo está centrado en los objetos decorativos, sino también en los elementos que dan forma a la vida cotidiana de los personajes. La comida, las cartas, los relojes y las llaves se presentan como símbolos de control, tiempo y pertenencia, acentuando la tensión entre lo que los personajes desean y lo que pueden alcanzar. Los muebles de los hogares, los escritorios, las máquinas de escribir y las lámparas de época sirven para crear una atmósfera de distanciamiento, ya que los objetos son más impersonalmente modernos que los propios personajes, lo que refleja la alienación que experimentan a medida que se sumergen en la creación de su legado.


El propio diseño de los sets, centrado en la arquitectura brutalista, utiliza materiales crudos y ásperos, como el concreto y el metal, para crear una sensación de rigidez y dureza, que se traduce no solo en la estética de los espacios, sino en la psicología de los personajes. La elección de estos materiales no es casual: buscan comunicar la frialdad y la dureza de la ambición y la lucha por el poder, al tiempo que contrastan con la fragilidad emocional de los personajes, en especial de László y su esposa.



El vestuario, la fotografía y el atrezo en The Brutalist no son elementos aislados, sino que trabajan en conjunto para construir una narrativa visual que enriquece la exploración de los dilemas internos del protagonista y la lucha por la grandeza. A través de una cuidadosa recreación de la época, el director no solo logra situar al espectador en un contexto histórico preciso, sino que, al mismo tiempo, le permite sumergirse en los universos emocionales de los personajes. Cada detalle en el vestuario y el diseño de producción contribuye a la creación de un mundo que, aunque exteriormente sólido y grandioso, está lleno de fisuras y contradicciones, igual que las aspiraciones del propio László Tóth.


The Brutalist, al igual que los anteriores trabajos de Brady Corbet, forma parte de una tradición cinematográfica que explora la ambición, el poder y las luchas internas de personajes atrapados entre sus deseos y las consecuencias de sus decisiones. Este tipo de cine, a menudo clasificado dentro del género de drama psicológico, también se cruza con el cine de autor europeo, particularmente en su enfoque en la introspección, la contención emocional y la crítica social. Para comprender mejor la relación de The Brutalist con otras películas del mismo género, es necesario considerar cómo se conectan en términos de sus temas centrales, estilo narrativo y tratamiento de los personajes.


Una de las relaciones más evidentes de The Brutalist se da con The Fountainhead (1949), basada en la novela de Ayn Rand. Esta película, dirigida por King Vidor, narra la historia de Howard Roark, un arquitecto radical que lucha por mantener su independencia creativa en un mundo que favorece la conformidad. Al igual que el protagonista de The Brutalist, László Tóth, Roark busca dejar una marca en el mundo a través de su trabajo, enfrentándose a las complejidades de las relaciones personales y la necesidad de reconocimiento. The Fountainhead es una exploración del individuo frente al sistema, una temática que Corbet aborda de manera similar, pero con un tono más sombrío y de mayor reflexión sobre la inevitabilidad de la decadencia.


En una línea similar, The Great Beauty (2013) de Paolo Sorrentino presenta a Jep Gambardella, un escritor y periodista que, al igual que Tóth, está atrapado en la superficialidad de un mundo que valora el espectáculo por encima de la sustancia. Aunque The Great Beauty tiene un enfoque más centrado en la vida social y cultural de Roma, ambos filmes exploran la crisis existencial que se produce cuando un personaje busca un legado sin estar dispuesto a ceder ante las expectativas de la sociedad. En The Brutalist, Tóth no solo se enfrenta al reto de crear una obra arquitectónica trascendente, sino que también debe lidiar con el peso de sus relaciones personales, particularmente con su esposa, Erzsébet. La lucha por equilibrar su vida profesional y personal refleja las tensiones de otros personajes en The Great Beauty, quienes se ven obligados a enfrentarse a la vacuidad de su existencia a medida que el tiempo pasa.



El cine de Brady Corbet también guarda una relación clara con el trabajo de Lars von Trier y Paul Thomas Anderson, directores que han abordado la complejidad de la psicología humana a través de personajes que luchan con sus propios demonios internos. Melancholia (2011) de von Trier, en particular, comparte con The Brutalist un tratamiento de la alienación y el desconcierto existencial. Al igual que en The Brutalist, donde Tóth se enfrenta a su propio dilema entre la creación artística y el sacrificio personal, en Melancholia los personajes lidian con la apocalíptica amenaza de la destrucción del planeta, pero también con la disonancia emocional interna. Ambos filmes manejan de manera similar la atmósfera opresiva y la tensión entre el individuo y un mundo que parece estar al borde del colapso.


Por otro lado, The Master (2012) de Paul Thomas Anderson explora el impacto del poder, la manipulación y la obsesión en la vida de un hombre. El personaje de Freddie Quell, interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre fracturado que se ve atraído por un líder carismático, al igual que Tóth se ve atraído por el poder de la industria y las oportunidades que surgen de su talento arquitectónico. The Master profundiza en las dinámicas entre mentor y discípulo, mientras que en The Brutalist Tóth enfrenta la relación entre su arte y el empresario que le ofrece una plataforma para su visión. Ambas películas subrayan el costo emocional que tiene el perseguir una ambición que lleva a la deshumanización, aunque The Brutalist lo hace a través de la arquitectura y el arte, mientras que The Master lo hace a través de la creación de una secta.


The Square (2017) de Ruben Östlund, aunque más enfocado en la crítica social y la comedia negra, también comparte con The Brutalist el uso de la arquitectura como elemento central de la narrativa. En The Square, la obra de arte es vista como un espejo de la sociedad y un reflejo de las tensiones entre las aspiraciones de los individuos y las expectativas del colectivo. De manera similar, en The Brutalist, la arquitectura no es solo un medio para expresar la visión del protagonista, sino también una forma de interactuar con su entorno social y político, una forma de afirmar su identidad en un mundo que se muestra indiferente a su lucha interna.


Al igual que en The Square, en The Brutalist el arte y la creación arquitectónica son presentados como un campo de batalla entre el individuo y las fuerzas externas, donde cada obra tiene un precio en términos de sacrificios personales y relaciones rotas. En este sentido, ambas películas exploran la desconexión entre el mundo del arte y el mundo social en el que se inserta.



Brady Corbet, en The Brutalist, nos deja un mensaje claro y poderoso: la lucha por la autenticidad es, en última instancia, un camino solitario, pero es esa autenticidad lo que da valor al esfuerzo humano. A través de la evolución de Tóth, el director nos recuerda que, si bien el arte puede ser un refugio de esperanza y una forma de resistencia frente a las adversidades, también puede ser una carga. En la película, la arquitectura —un símbolo de permanencia y legado— es también una representación de la transitoriedad de la vida y de los valores que consideramos intemporales. Tóth, al intentar crear un legado inmortal, se ve arrastrado por las demandas de un sistema que no entiende ni comparte su visión, lo que nos lleva a cuestionar si, al final, vale la pena sacrificar todo por algo que tal vez ni siquiera perdure.


El mensaje de The Brutalist va más allá de la crítica al capitalismo y la explotación artística. Corbet nos ofrece una visión más profunda de la lucha interna de cada individuo que busca hacer algo que marque la diferencia, pero que se enfrenta a la dura realidad de que el mundo no siempre está dispuesto a aceptar la autenticidad en su forma más pura. El director parece sugerir que, en última instancia, lo que queda de nosotros no es tanto el legado material que dejamos atrás, sino la integridad con la que enfrentamos nuestras luchas personales.


En este sentido, The Brutalist también es una meditación sobre la impermanencia, una reflexión sobre cómo, aunque el arte tiene el poder de trascender el tiempo, el individuo que lo crea está destinado a ser arrastrado por los mismos vientos de cambio que moldean su obra. Corbet nos invita a preguntarnos si la creación de un legado es realmente lo que importa, o si lo que realmente perdura es el acto mismo de crear, de vivir y resistir, sin importar los obstáculos. Como la arquitectura brutalista que Tóth erige —a veces fría, a veces impersonal, pero siempre impresionante en su volumen y presencia—, el esfuerzo del hombre por dejar su marca en el mundo es, al final, tan monumental como frágil.


A través de la historia de László Tóth, Corbet no solo examina la historia de un arquitecto, sino la de todos aquellos que han dejado su huella en el mundo, desde artistas hasta activistas, pasando por pensadores, científicos y revolucionarios. En todos ellos hay una constante: la lucha por ser fiel a uno mismo, incluso cuando el mundo parece exigir que cambiemos, que nos adaptemos, que abandonemos nuestras creencias más profundas para prosperar. Corbet parece decirnos que lo más importante no es lo que logremos, sino cómo lo hagamos y a qué precio.


Por último, The Brutalist es un llamado a la reflexión sobre la naturaleza del poder y la relación que los artistas y pensadores deben tener con él. Al final de la película, el director no nos da respuestas definitivas sobre el destino de Tóth ni sobre la relevancia de su legado, pero nos deja con una pregunta que resuena en nuestra mente mucho después de que los créditos hayan terminado: ¿Vale la pena ser fiel a nuestra visión si eso significa renunciar a todo lo demás? ¿Y si, al final, nuestra visión no deja ninguna huella perdurable, pero nuestra lucha por mantenerla es lo que realmente define nuestra existencia?


Corbet, al igual que sus personajes, deja su propia huella en la historia del cine con esta obra, una reflexión poderosa sobre la resistencia, el sacrificio y la búsqueda de la autenticidad en un mundo que constantemente nos pide que nos adaptemos.


Xabier Garzarain 

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