“Bridget Jones: El amor en tiempos de (des)equilibrio”
La saga de Bridget Jones ha sido un espejo de las ansiedades y aspiraciones de toda una generación, desde su icónica primera entrega en 2001 hasta su más reciente capítulo, Loca por él. Esta cuarta película, dirigida por Michael Morris, marca un giro interesante en la franquicia, tomando el testigo de Sharon Maguire y Beeban Kidron para aportar una mirada más sobria y madura a la vida de su protagonista. Morris, conocido por su trabajo en televisión con series como Better Call Saul y 13 Reasons Why, tiene un enfoque visual preciso y un talento para explorar las emociones humanas sin caer en la sensiblería. Su llegada a la saga sugiere un intento de renovar el tono sin perder la esencia de lo que hizo de Bridget Jones un personaje tan querido.
Renée Zellweger, en su regreso al personaje que le valió reconocimiento mundial, ofrece una interpretación matizada y cargada de nostalgia. A sus 55 años, Bridget ya no es la joven torpe y desesperada por encontrar el amor que conocimos hace más de dos décadas, sino una mujer con cicatrices, responsabilidades y un nuevo conjunto de inseguridades. La trama se aleja del clásico triángulo amoroso que definió las entregas anteriores y se adentra en un conflicto más contemporáneo: la diferencia de edad en las relaciones y las expectativas que la sociedad impone sobre la madurez emocional y el deseo romántico. Zellweger carga con la película con la misma naturalidad de siempre, pero con un peso adicional en la mirada, un reflejo del paso del tiempo tanto en el personaje como en la actriz.
Leo Woodall, en el papel de Roxster, el joven novio de Bridget, aporta frescura y energía, pero su personaje no deja de ser un símbolo de la crisis existencial de la protagonista más que un individuo con profundidad propia. Chiwetel Ejiofor, en cambio, brilla con su interpretación del profesor Wallaker, un hombre enigmático que sirve de contrapunto a la efervescencia de Bridget. Su química con Zellweger es sutil pero efectiva, generando algunos de los momentos más reflexivos de la película. Y, por supuesto, el regreso de Colin Firth y Hugh Grant es un regalo para los seguidores de la saga, aunque sus roles sean más secundarios y nostálgicos que realmente determinantes para la historia.
El guion de Abi Morgan, Helen Fielding y Dan Mazer logra capturar la esencia de Bridget sin caer en una repetición mecánica de los clichés de la saga. La película explora el dilema de las relaciones con una diferencia de edad considerable sin caer en moralismos, dejando que los personajes enfrenten sus propias dudas y contradicciones. La comedia sigue presente, pero con un tono más agridulce y menos caricaturesco que en entregas anteriores.
Visualmente, la película mantiene la calidez característica de la saga, con una dirección de fotografía a cargo de Suzie Lavelle que apuesta por una iluminación más naturalista y menos estilizada que en entregas anteriores. Londres sigue siendo un personaje en sí mismo, aunque aquí aparece menos idealizada, más en sintonía con la vida real de una mujer que ya no persigue cuentos de hadas. El vestuario de Bridget ha evolucionado junto con ella: menos estampados exagerados y más prendas que reflejan a una mujer que ha aprendido a estar cómoda en su propia piel, aunque aún tenga momentos de torpeza icónica.
Si bien la película se aleja de la estructura clásica de las comedias románticas y se adentra en un territorio más introspectivo, encuentra ecos en otros relatos cinematográficos sobre mujeres que enfrentan crisis existenciales tardías. Películas como Something’s Gotta Give o It’s Complicatedtambién abordaron las complejidades del amor en la madurez, aunque Bridget Jones: Loca por él lo hace con un tono más ligero y desenfadado.
El mensaje final que nos deja Morris es claro: la vida no sigue un guion predeterminado, y las expectativas sociales sobre el amor y la felicidad son demasiado rígidas para una realidad que está en constante cambio. Bridget sigue siendo la misma mujer que conocimos hace años, pero ahora entiende que no hay respuestas fáciles ni finales cerrados. Y esa es quizás la mejor lección que podía ofrecernos esta nueva entrega: que la vida, con todas sus incertidumbres, sigue siendo un territorio inexplorado en el que reírse de uno mismo es la mejor herramienta para avanzar.
Xabier Garzarain


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