“A Completely Unknown: El Genio de Dylan Desafía Todo.”
En 1965, Bob Dylan, con su guitarra eléctrica, transformó el folk para siempre. Esa noche en el Newport Folk Festival, mientras su público lo abucheaba y los puristas del género lo tachaban de traidor, algo mucho más grande que música ocurría: una declaración de independencia artística. Y de esa fragua histórica surge A Completely Unknown, un retrato arriesgado y visceral de James Mangold que se zambulle en ese momento crítico, dándonos mucho más que una biografía del hombre detrás del mito.
No estamos ante una biopic convencional. Mangold, conocido por sus exploraciones en terrenos complejos y de personajes rotos, nos ofrece una mirada multidimensional y poco convencional al joven Dylan, encarnado por un Timothée Chalamet que parece haber nacido para este papel. En este retrato de la génesis del icono que fue Dylan, Mangold no busca simplemente la imitación, sino la esencia. No es una mera copia de los gestos de Dylan; es la captura del alma del artista que, ante la presión de una sociedad que lo reclama, decide apartarse del camino establecido para crear su propio sendero. Y lo hace con una mezcla de vulnerabilidad y orgullo que se traduce en cada uno de los fotogramas. Chalamet no imita a Dylan; lo invoca, lo habita.
La película de Mangold comienza con una explosión de tensiones, pasando de los momentos de calma reverente del folk a un remolino eléctrico que parece devorar todo a su paso. Es ahí donde el director demuestra un pulso firme y calculado, donde la crítica no es solo hacia el acto de conectar la guitarra eléctrica, sino hacia lo que representa: la constante lucha entre la tradición y la revolución, el caos y el orden, la autenticidad y la traición. Este no es solo un relato sobre un músico, sino una reflexión sobre el arte, el cambio y la inevitable disonancia que surge cuando uno se atreve a desafiar lo establecido.
La narrativa de A Completely Unknown se despliega en una estructura fragmentada, algo que podría haber caído en la confusión, pero Mangold maneja con maestría, creando un collage de momentos que van desde la fría reacción de la audiencia hasta las entrañas de la psique de Dylan. La película no sigue una línea temporal estricta, sino que fluye entre los pasajes de su vida, como las propias canciones de Dylan: a veces suaves y melancólicas, otras explosivas y llenas de furia. El ritmo, siempre impredecible, mantiene al espectador no solo atento, sino absorto, cuestionándose si esa ruptura que presenciamos fue solo una decisión artística o el reflejo de una rebelión más profunda contra el mundo entero.
Pero es el reparto lo que da vida y respiración a la historia. Edward Norton, en el papel de Pete Seeger, representa la fuerza conservadora, el guardián de las raíces del folk, que ve a Dylan como un traidor, pero cuya lealtad a la música es incuestionable. Monica Barbaro, que interpreta a Joan Baez, no solo nos regala una interpretación conmovedora, sino que ofrece una mirada sincera y dolorosa sobre la relación entre dos artistas que se aman, pero cuya evolución artística los arrastra en direcciones opuestas. Y luego está Boyd Holbrook como Johnny Cash, cuya presencia no solo se limita al encuadre, sino que también resuena en cada interacción con Dylan, mostrando cómo la música une a los desdichados, pero también los divide.
Mangold, quien ya había mostrado su talento para explorar las complejidades humanas en Walk the Line, se enfrenta aquí a un desafío mayor: contar una historia de transformación radical y, al mismo tiempo, de inmenso impacto cultural. En ese sentido, la película no solo documenta el cambio de un artista, sino el cambio de una generación. La gente que lo rechaza, que lo llama traidor, no es solo un público; son las fuerzas de la historia misma, el miedo al cambio que se desborda como un río impetuoso.
La fotografía, obra de Phedon Papamichael, resalta este contraste: una luz cruda y electrificada, que parece encapsular la tensión en el aire. Las escenas del Newport Folk Festival, particularmente la del infame concierto, son una lección de cómo la cámara puede ser tan visceral como la música misma. Los planos son intensos, casi desgarradores, como si el objetivo estuviera transmitiendo el sudor, el miedo y la adrenalina del propio Dylan mientras se enfrenta a las expectativas de su público, pero también a sus propios demonios internos. La manera en que Papamichael juega con la luz y la sombra refleja las dudas del protagonista, la creciente oscuridad de un hombre atrapado entre su deseo de cambio y el peso de un legado que lo asfixia.
El vestuario, dirigido por Arianne Phillips, no es solo una elección estética; es una extensión del proceso de transformación de Dylan. Cada prenda refleja una evolución que no solo está vinculada al estilo personal del músico, sino a su relación con la identidad y la autenticidad. El paso de las ropas sencillas del folk a la chaqueta de cuero y los lentes oscuros del Dylan eléctrico no es solo un cambio de ropa; es un cambio de piel, una representación visual de su liberación.
La música, por supuesto, está en el corazón de todo. Las canciones de Dylan, reimaginadas y adaptadas para la película, no son simplemente una banda sonora; son una extensión del propio personaje. La decisión de usar versiones contemporáneas de sus temas más icónicos aporta una capa extra de profundidad emocional, especialmente cuando se escucha la cruda energía de Like a Rolling Stone, una de las piezas centrales de la película, que suena como un rugido tanto de rebeldía como de reivindicación.
A Completely Unknown es un testimonio no solo de Bob Dylan, sino del arte en su totalidad: su capacidad para reinventarse, para destruir lo que lo rodea y luego reconstruirlo, más fuerte y más audaz. No es una película sobre un músico; es una película sobre la batalla interna que cada artista enfrenta al tomar una decisión que puede cambiar el curso de su vida y su legado. Dylan no solo cambió la música; cambió la forma en que entendemos la autenticidad y la rebelión. Mangold lo retrata no como un icono, sino como un ser humano atrapado en la necesidad de desafiar las normas para poder seguir siendo él mismo. Y en ese desafío, nos invita a cuestionarnos a nosotros mismos, a nuestras propias creencias y a nuestro propio miedo al cambio. La película no solo respira historia; se convierte en historia.
Con A Completely Unknown, James Mangold no solo firma una de las mejores películas de su carrera, sino que nos ofrece una reflexión atemporal sobre lo que significa ser un artista en un mundo que teme la transformación. Y, sobre todo, sobre lo que significa, al final, ser verdaderamente libre.
Xabier Garzarain
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