“The Monkey: Los demonios de la niñez”
Osgood Perkins, el hijo del icónico Anthony Perkins, ha logrado forjar una carrera con una voz única en el cine de terror. Desde su debut en 2015 con The Blackcoat’s Daughter, una obra que exploraba la angustia existencial a través de la lente de una atmósfera inquietante y cargada de silencios, Perkins mostró sus primeras señales de un estilo propio: una cineasta que no teme a la quietud y que prefiere el terror psicológico sobre los efectos sensacionales. Con I Am the Pretty Thing That Lives in the House (2016), Perkins profundizó en el cine de horror introspectivo, ofreciendo una obra de gran minimalismo que apelaba a las emociones no expresadas, a las sombras de la mente humana. Su película de 2020, Hansel y Gretel, aunque más estilísticamente elaborada, continuaba esa exploración de la psiquis humana en un mundo en el que el horror no solo reside en lo sobrenatural, sino en las emociones reprimidas y los traumas familiares.
Con The Monkey, Perkins da un paso decisivo hacia una nueva fase en su carrera. Adaptando el relato homónimo de Stephen King, el director no solo aborda el terror a través de una historia con un objeto maldito, sino que la convierte en una reflexión profunda sobre el trauma infantil, la culpa y la incapacidad de escapar de los horrores del pasado. A lo largo de la película, el terror se convierte en un medio para examinar las heridas emocionales de los personajes, uniendo lo sobrenatural con los miedos más primitivos del ser humano. Perkins no busca simplemente asustar, sino provocar una reflexión sobre cómo los miedos se enraízan en lo más profundo de nuestra psique, y cómo a veces los fantasmas del pasado nos persiguen hasta que los enfrentamos.
Desde sus primeras obras, Perkins ha demostrado un talento singular para sumergirse en los rincones más oscuros del alma humana. Si en The Blackcoat’s Daughter exploraba la angustia existencial a través de la historia de dos jóvenes atrapadas en un internado aislado, en I Am the Pretty Thing That Lives in the House el director se concentró más en los silencios, las sombras y las tensiones subyacentes que se infiltran en la mente de los personajes. A pesar de la diferencia de contextos, ambas películas comparten un mismo enfoque: un estilo lento, introspectivo y evocador, que construye el miedo mediante la atmósfera y no a través de elementos sobrenaturales evidentes.
Con The Monkey, Perkins da un giro en su enfoque. Si bien mantiene su predilección por lo psicológico, esta vez se adentra más de lleno en el horror sobrenatural, con un objeto maldito que desata una serie de muertes inexplicables. Sin embargo, lo que realmente distingue a The Monkey de otras películas del género es la manera en que Perkins utiliza este objeto como una metáfora del trauma no resuelto. Al igual que el mono de juguete, los recuerdos oscuros de la niñez acechan a los personajes, y el simple acto de intentar deshacerse de ellos nunca es suficiente. El terror que Perkins crea es menos un simple susto o una persecución continua; es un mal persistente que nos sigue y nos corrompe, como un fantasma de nuestro propio pasado.
El ritmo de The Monkey es uno de los aspectos más destacados de la película. Desde los primeros minutos, Perkins establece un tono hipnótico, donde cada escena parece estar cargada de una tensión subyacente que nunca se resuelve por completo. Esta decisión narrativa tiene un propósito claro: el espectador siente la opresión del tiempo, la sensación de que algo terrible se acerca sin poder evitarlo. A través de un ritmo deliberadamente pausado, Perkins nos obliga a vivir con la ansiedad de los personajes, a experimentar la angustia de saber que lo inevitable está por suceder.
La trama de The Monkey sigue a dos gemelos, Hal y Bill, quienes descubren un mono de juguete maldito que, años después, provoca una cadena de muertes inexplicables. El guion evita los clichés del horror al centrarse en el peso psicológico de los personajes, quienes, al enfrentarse nuevamente a su pasado, deben lidiar con el trauma no resuelto de su infancia. A lo largo de la película, la narrativa se mueve con calma, y la historia avanza lentamente hacia el regreso de las muertes. Es una obra que se alimenta del silencio, de los recuerdos dolorosos y de las interacciones tensas entre los personajes. Perkins subraya que el terror no siempre viene de lo sobrenatural, sino de los horrores del pasado que se mantienen vivos en nuestra memoria.
Además, el guion hace algo muy efectivo: no cae en la tentación de explotar los elementos más evidentes del terror, sino que se centra en la atmósfera, en el desarrollo de los personajes y en sus emociones. Aunque las muertes se suceden, son más bien un medio para profundizar en el estado emocional de los protagonistas. La historia se convierte en una introspectiva exploración de la culpa, el arrepentimiento y la necesidad de enfrentar los demonios interiores.
Las interpretaciones en The Monkey son otro de sus puntos fuertes. Theo James, en el papel de los gemelos Hal y Bill, ofrece una de sus mejores actuaciones. Aunque ambos personajes comparten una conexión de sangre, sus diferencias son profundas, y James logra diferenciarlos con sutileza, capturando las distintas formas en que el trauma ha marcado a cada uno de ellos. Hal, el hermano que intenta evadir su pasado, y Bill, el que no puede dejar de revivirlo, son dos caras de la misma moneda, y James interpreta estas diferencias con una gran profundidad emocional.
Elijah Wood, en el papel de Ted, un amigo cercano de los gemelos, aporta una vulnerabilidad que le otorga una humanidad esencial a la historia. Wood, conocido por su capacidad para interpretar personajes complejos y emocionalmente desbordados, aquí aporta una mezcla de determinación y desesperación que equilibra perfectamente la dinámica del grupo. Además, Tatiana Maslany, como Lois, añade una capa emocional importante a la trama, proporcionando una sensibilidad que ayuda a humanizar la historia y a darle un mayor peso emocional.
Los jóvenes actores, Christian Convery y Colin O’Brien, interpretando a los gemelos en su juventud, logran transmitir con efectividad la inocencia y el miedo infantil, elementos cruciales para que el espectador pueda conectar emocionalmente con la historia.
La dirección de Perkins es magistral en la manera en que construye la atmósfera. Utiliza planos largos y encuadres cerrados para crear una sensación de claustrofobia que agobia al espectador. Esta técnica de dirección es especialmente efectiva en los espacios interiores, como el desván donde los gemelos encuentran el mono. Estos espacios no solo son físicos, sino también psicológicos: son lugares cargados de recuerdos, de miedos no enfrentados, y Perkins los utiliza para transmitir una sensación de confinamiento emocional.
El uso de la fotografía es otro aspecto destacado. Los tonos apagados y los contrastes sutiles contribuyen a la atmósfera lúgubre de la película. Cada encuadre está pensado para transmitir una sensación de incomodidad, de estar atrapado en un espacio que no ofrece salida. Esta estética visual es una extensión de la trama, ya que, al igual que los personajes, la película misma parece estar atrapada en el mismo ciclo de miedo y culpa.
En cuanto a su relación con otras películas del género, The Monkey se sitúa en una tradición de terror psicológico donde lo sobrenatural no es lo único importante, sino que sirve como una metáfora de los traumas familiares. Si bien comparte elementos con otros relatos de objetos malditos, como Christine o Annabelle, la forma en que Perkins aborda el terror lo emparenta con filmes como Hereditary de Ari Aster o The Babadook de Jennifer Kent. Al igual que estas películas, The Monkey utiliza el horror como una forma de explorar los traumas no resueltos de los personajes, elevando la historia a una reflexión sobre el sufrimiento emocional.
The Monkey no es solo una historia de terror, sino una reflexión profunda sobre cómo los miedos y traumas del pasado nunca desaparecen por completo. A través de su adaptación de Stephen King, Perkins explora las sombras del pasado, esos recuerdos oscuros que acechan en la memoria y que, aunque intentemos ignorarlos, siempre vuelven a nosotros. La película nos recuerda que los miedos no siempre vienen del exterior, sino de lo que llevamos dentro, y que al final, no podemos escapar de lo que somos.
En última instancia, el mensaje que Perkins nos transmite con The Monkey es que no podemos simplemente enterrar nuestros traumas, que al final, estos siempre encontrarán la forma de regresar, como el mono de juguete maldito. La película nos desafía a mirar directamente a esos fantasmas del pasado, a enfrentarlos y, tal vez, a liberarnos de ellos. En este sentido, Perkins nos ofrece una lección importante: el horror verdadero no es lo que nos acecha desde las sombras, sino lo que nunca hemos logrado sanar.
Xabier Garzarain
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