“Vermiglio: Ecos de un pasado que nunca se desvanece.”
Maura Delpero se ha movido siempre en los márgenes del cine, entre la ficción y el documental, entre la narración y la observación, construyendo un estilo que se ha ido refinando con cada nueva obra. Su trayectoria comenzó con documentales como Signori Professori (2008) y Nadea e Sveta (2012), donde ya demostraba su fascinación por los espacios cerrados, los vínculos familiares y las dinámicas de poder soterradas. Sin embargo, fue con Hogar (2019) cuando su cine dio un salto definitivo. Aquella historia sobre adolescentes que se convierten en madres dentro de un convento argentino capturaba con sutileza los contrastes entre la disciplina impuesta y el deseo de libertad, entre el deber y el anhelo. Con Vermiglio, Delpero amplía su mirada sin perder la esencia de su cine: aquí, la opresión no es la religión, sino la familia, la guerra, la geografía misma. La directora sigue explorando el destino de mujeres atrapadas en estructuras que las superan, pero lo hace con una madurez narrativa aún más afinada, con una puesta en escena más ambiciosa y con una profundidad emocional que la consagra definitivamente como una cineasta con voz propia.
El ritmo de la película es el de un reloj que se ha descompuesto y marca las horas de forma errática. El paso del tiempo es más psicológico que cronológico: los días en Vermiglio transcurren con la lentitud de la nieve derritiéndose, mientras que las emociones contenidas se liberan en estallidos impredecibles. Lucia, interpretada con una intensidad magnética por Martina Scrinzi, se mueve en ese tiempo fragmentado, tratando de comprender cómo su vida, que parecía predestinada a seguir una línea trazada por otros, ha sido arrasada por la incertidumbre.
La trama, en su aparente simplicidad, esconde capas de ambigüedad y simbolismo. Tres hermanas atrapadas en la inercia de la infancia, un matrimonio que es tanto una fuga como una condena, una muerte que no solo arranca una vida, sino que destapa secretos que habían estado enterrados bajo la nieve. Lucia emprende su viaje a Sicilia no solo para descubrir la verdad sobre la muerte de Pietro, sino para encontrarse a sí misma, para redefinir su identidad en un mundo que no le ha dado margen para elegir. Delpero evita la estructura clásica del drama de época; en su lugar, construye una narración fragmentada, llena de silencios, miradas y gestos que dicen más que los diálogos.
El reparto brilla en su conjunto, con interpretaciones que escapan del histrionismo y se anclan en la contención. Tommaso Ragno aporta a Cesare, el padre de las hermanas, una mezcla de excentricidad y amenaza soterrada, mientras que Giuseppe De Domenico dota a Pietro de una vulnerabilidad que desmiente la imagen heroica del soldado. Pero es el trío de hermanas el que sostiene la película: Roberta Rovelli y Carlotta Gamba logran transmitir la complejidad de una relación que oscila entre el amor, la dependencia y la rivalidad.
Rodada con una fotografía que evoca la pintura flamenca, Vermiglio se sumerge en la textura de los paisajes nevados y en la penumbra de los interiores, donde la luz se filtra con una melancolía casi palpable. Mikhaïl Krichman, director de fotografía de Elena y Sin amor de Andrey Zvyagintsev, imprime a cada plano una sensación de asfixia y al mismo tiempo de inmensidad, reflejando el dilema de los personajes, atrapados entre el aislamiento y el deseo de escapar. El vestuario, diseñado por Andrea Cavalletto, no solo responde a una precisión histórica, sino que funciona como una extensión de los personajes: los abrigos pesados, los tejidos gastados, las prendas heredadas que se convierten en una segunda piel.
En el cine de Delpero resuenan ecos de Alice Rohrwacher, de Lucrecia Martel, incluso de Bergman en su exploración de los vínculos familiares como cárceles invisibles. Sin embargo, Vermiglio tiene una voz propia, una manera de narrar que no subraya ni enfatiza, sino que deja que los sentimientos se filtren lentamente, como la humedad en una casa antigua.
La conclusión de la película es agridulce, como el despertar de un sueño que no se sabe si fue placentero o perturbador. Lucia encuentra respuestas, pero no redención; la maternidad que la esperaba al final del camino no es un cierre, sino una puerta abierta a nuevas preguntas. Delpero no ofrece resoluciones fáciles porque la vida no las ofrece. La nieve seguirá cayendo en Vermiglio, el pasado seguirá proyectando su sombra sobre el presente, y la historia de Lucia será solo una más en una tierra donde las mujeres han aprendido a sobrevivir en el filo de la incertidumbre. Vermiglio es un poema gélido sobre la memoria, la identidad y la imposibilidad de escapar de las cicatrices de la historia.
Pero más allá de su relato concreto, Delpero parece hablarnos de algo más grande: de cómo el pasado se aferra a nosotros como una segunda piel, de cómo la historia personal es también la historia colectiva. Vermiglio es una meditación sobre la culpa heredada, sobre las decisiones tomadas antes de que uno siquiera tuviera la capacidad de elegir. Es, en el fondo, la historia de muchas mujeres a lo largo del tiempo: las que han tenido que reconstruirse a partir de las ruinas de lo que una vez fueron, las que han encontrado en la maternidad no solo una carga, sino también una forma de resistencia. La película no busca responder a todas las preguntas que plantea, porque sabe que algunas respuestas no existen. Solo nos deja con una certeza: a veces, la única manera de avanzar es aprender a caminar sobre la nieve sin dejar huella.
Xabier Garzarain


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