“Nosotros y la irremediable fragilidad de las relaciones humanas“

 Nosotros no es solo una película sobre una relación rota, es la crónica de un amor que se desgasta hasta convertirse en un eco, una sombra de lo que alguna vez fue. Helena Taberna, en su más reciente obra, se adentra en los rincones más oscuros y complejos del amor, sin pretender ofrecer respuestas fáciles ni consuelo. La directora, conocida por su capacidad para diseccionar la realidad española con un ojo afilado y un corazón sensible, ha dado un giro hacia la intimidad, logrando una película que no solo observa, sino que entiende la descomposición emocional de sus personajes. Y lo hace con una sutileza y una precisión que cortan como un cuchillo.


Basada en el libro Final feliz de Isaac Rosa, Nosotros no es solo una adaptación. Es una reinvención, un reflejo contemporáneo de lo que sucede cuando el amor, ese ideal que nos venden, se desmorona por las grietas del tiempo y la rutina. La historia de Ángela (María Vázquez) y Antonio (Pablo Molinero) es tan común y, al mismo tiempo, tan única, como cualquier historia de amor que conocemos. En su intento por salvar lo insalvable, se convierten en extraños, atrapados en una maraña de recuerdos y reproches. Y en ese proceso de alejamiento, la película se convierte en algo mucho más grande: una reflexión sobre la fragilidad humana, el desgaste emocional, y la desconexión.


Desde sus primeros minutos, la película se desliza hacia el abismo con una calma inquietante. Taberna, que ya nos había mostrado su maestría al abordar la memoria histórica en Yoyes y La buena nueva, ahora se enfrenta al desgaste de la emoción cotidiana. La película comienza como un susurro, como un suspiro lejano, y poco a poco, nos va sumergiendo en el sufrimiento íntimo de una pareja que ya no puede sostener lo que una vez fue. Los flashbacks, que emergen de manera no lineal, son como fragmentos de un sueño roto, donde la memoria de los días felices se ve eclipsada por la sombra de los fracasos y los reproches. Es un viaje por los momentos que, aunque insignificantes por sí mismos, se convierten en los hitos de una relación que, al final, ha perdido su rumbo.



Lo que se destaca, sin duda, es la interpretación de María Vázquez y Pablo Molinero, que llevan a sus personajes más allá de lo que las palabras pueden decir. Vázquez, con una mirada cargada de historia, transmite a Ángela no solo el cansancio de la rutina, sino el dolor de un amor que se desvanece sin que podamos hacer nada para evitarlo. Su rostro, lleno de matices, expresa lo que no se dice en los diálogos: la aceptación de que algo se ha perdido, y la incertidumbre de no saber si merece la pena seguir luchando. Molinero, por su parte, construye a Antonio con una sutileza que roza la desesperación, mostrando un hombre que busca aferrarse a lo que ya no puede ser. Ambos actores encarnan con tal veracidad la descomposición emocional de sus personajes que el espectador no puede evitar sentirse atrapado en su dolor, como si fuera propio.


La fotografía de Txarli Argiñano acompaña cada momento con una delicadeza que resulta casi perturbadora. Las imágenes no solo cuentan la historia, sino que son una extensión de los sentimientos de los personajes. Cada plano, desde los interiores desordenados hasta las calles vacías que reflejan el vacío emocional de Ángela y Antonio, está impregnado de una quietud que subraya la fractura interna que atraviesa la película. El uso de la luz y las sombras, a menudo sutil y silencioso, marca una clara distinción entre los momentos de nostalgia y los de desesperanza. Hay algo profundamente melancólico en la forma en que se capturan los pequeños detalles de la vida diaria, como si todo estuviera condenado a desaparecer con el tiempo.


En cuanto a la dirección artística de Maite Pérez-Nievas y el diseño de vestuario de Javier Bernal, ambos logran transmitir una atmósfera de incomodidad a través de los pequeños gestos, los colores apagados, las prendas que ya no tienen el mismo significado. Nada está hecho al azar; cada elemento visual en la película refuerza el tema central: la fragmentación del amor y la lucha por mantener algo que ya está en ruinas. Los colores fríos y los espacios vacíos subrayan una distancia emocional cada vez más profunda entre los dos protagonistas, mientras que los momentos más cálidos y cercanos se convierten en raras excepciones, como destellos de lo que alguna vez fue.


La música, compuesta por Pascal Gaigne, se convierte en la capa invisible que une todo. Sin ser invasiva, la banda sonora de Nosotros es un reflejo perfecto de la película misma: suave, contenida, pero profundamente emotiva. Los acordes suaves y las melodías dispersas dan espacio a los silencios, dejando que el espectador sienta el vacío que los personajes experimentan, pero también sus intentos fallidos de llenar ese espacio con lo que ya no queda. La música es una presencia silenciosa pero constante, que marca el pulso emocional de la película.



Si hablamos del rodaje, hay algo en la manera en que la cámara se mueve, cómo observa a los personajes sin juzgarlos, que refleja perfectamente el tono de la película. No hay artificios, no hay grandes giros dramáticos. Taberna elige mostrarnos la vida tal y como es, sin adornos. Cada escena, incluso las más simples, está cargada de una tensión latente, de una sensación de inevitabilidad. Es una película que no pide nuestra empatía; simplemente nos la da, sin que podamos evitarlo.


Nosotros se relaciona con otras películas que exploran la disolución de las relaciones, pero lo hace de una forma tan genuina que casi no se puede comparar. Hay algo de Maridos y mujeres de Woody Allen en su análisis de las complejidades del amor, pero con menos sarcasmo y más melancolía. También recuerda a Revolutionary Road, pero se distancia de esa película en su capacidad de no caer en el melodrama, sino en la realidad cruda y emocionalmente precisa de una pareja que lucha por salvar algo que, tal vez, nunca estuvo destinado a perdurar.



El mensaje de Nosotros es, en su esencia, el más doloroso de todos: el amor no siempre sobrevive al paso del tiempo. No es eterno, no es perfecto, y muchas veces, es solo una construcción que, cuando se enfrenta a la realidad de la vida, se deshace. Taberna, sin embargo, no ofrece una visión pesimista; más bien, nos invita a aceptar la naturaleza efímera de las relaciones, a reconocer que, aunque el amor se desmorone, siempre queda algo de nosotros mismos en el proceso.


Al final, Nosotros no es solo una película sobre el final de un amor. Es una película sobre el final de algo mucho más grande: la ilusión misma de que el amor puede salvarnos de todo, de que puede resistir lo que la vida nos arroja. En este sentido, Taberna no solo nos muestra una historia de desamor, sino también una de autoaceptación, de entender que lo que está roto no siempre tiene que ser arreglado. Y, sobre todo, que, a pesar de todo, aún podemos encontrar belleza en la ruina.


Es una película que, una vez que te atrapa, te deja sin aliento, con la sensación de que has sido testigo de algo profundamente humano, algo que no se olvida. La crónica de un amor roto que, paradójicamente, permanece intacto en nuestras memorias.


Xabier Garzarain 

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