“A working man”: El puño del héroe en la sombra.
David Ayer ha construido su carrera alrededor de hombres rotos, marcados por la violencia, atrapados en la tensión entre el deber y la redención. Desde Harsh Times hasta End of Watch, pasando por la polémica Sabotage o la fallida Suicide Squad, Ayer se ha mostrado obsesionado con la masculinidad herida, los códigos de honor y la línea difusa entre el bien y el mal. En A working man, regresa a ese universo, pero lo hace acompañado de un guion escrito a cuatro manos con Sylvester Stallone —quien adapta a Chuck Dixon— y con Jason Statham en un rol que parece cincelado para su figura: un padre, un soldado, un hombre que solo quiere paz… hasta que le obligan a lo contrario.
La evolución de Ayer se percibe aquí en un tono más clásico, incluso contenido. Frente al frenesí narrativo de Bright o el barroco estético de The Tax Collector, A working man se cuece a fuego lento. El ritmo se construye sobre una tensión constante, evitando los excesos visuales y confiando en el peso del personaje principal y su entorno. La trama, si bien no escapa a ciertos lugares comunes del cine de acción, se refuerza con una atmósfera que remite más a Taken que a John Wick, y con una dirección que apuesta por la fisicidad cruda más que por la estilización.
Jason Statham, como Levon Cade, ofrece uno de sus trabajos más contenidos y creíbles de los últimos años. Alejado del sarcasmo o del exceso de adrenalina, aquí encarna a un hombre cansado, casi derrotado, que no busca venganza sino justicia. David Harbour aporta su carisma ambiguo al papel de Gunny Lefferty, un personaje que parece salido de los márgenes de Training Day, mientras que Michael Peña, en el rol de Joe Garcia, sirve de contrapunto cálido y realista, aportando una humanidad que equilibra el conjunto. Hay química, dolor y una cierta desesperación contenida en los rostros y los cuerpos.
Durante el rodaje, se rumorea que Stallone reescribió algunas escenas clave en el set, buscando reforzar la dimensión emocional de Levon. También que Statham insistió en rodar él mismo la mayoría de las escenas de acción, lo que aporta una fisicidad palpable al resultado. No hay coreografías imposibles ni violencia gratuita: hay puños que duelen, huesos que crujen y miradas que dicen más que las palabras.
En lo visual, la película apuesta por una fotografía sombría y realista, sin adornos innecesarios. Se respira polvo, sudor, óxido. Las localizaciones industriales y los paisajes suburbanos refuerzan esa sensación de que lo que se juega aquí no es solo una vida, sino la posibilidad de una redención imposible. El vestuario, sobrio y funcional, contribuye al retrato de un hombre que ha dejado atrás su pasado, pero que sigue llevando sus cicatrices como única armadura.
La música de Jared Michael Fry no se impone, sino que acompaña. Oscura, tensa, pero sin artificios, funciona como una prolongación emocional del personaje principal. El montaje de Fred Raskin, veterano en cintas de Tarantino y Marvel, sabe cuándo acelerar y cuándo dejar respirar la imagen, lo que otorga al filme un ritmo preciso, casi quirúrgico.
A working man dialoga directamente con el cine de acción crepuscular de los últimos años, desde Logan hasta The Equalizer, pasando por Rambo: Last Blood, con quien comparte ADN narrativo. Pero también bebe de los westerns modernos, donde el héroe ya no lucha por el mundo, sino por el pequeño refugio que ha conseguido construir con esfuerzo y dolor.
En su conclusión, la película no busca epatar con un clímax explosivo, sino conmover con una decisión moral. Levon Cade no es un salvador, es un superviviente. Y lo que Ayer parece querer decirnos es que la verdadera valentía no está en la violencia, sino en resistirla.
Una película que, sin revolucionar el género, lo respeta y lo dignifica. Un eco tardío de lo que Stallone inició con First Blood y que aquí encuentra una nueva voz en un Statham más contenido y humano de lo habitual. El hombre que trabaja. El hombre que cuida. El hombre que lucha cuando ya no le queda más remedio.
Xabier Garzarain

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