“La isla de los faisanes:” fronteras que separan, historias que unen.
La isla de los faisanes no es solo una película, sino un testimonio cinematográfico sobre las fronteras invisibles que atraviesan no solo países, sino corazones. En su debut en el largometraje, Asier Urbieta ofrece una obra multifacética que no solo se adentra en las complejidades de la crisis migratoria, sino que también explora la responsabilidad individual en un contexto socialmente fragmentado. Con un enfoque narrativo profundo, un ritmo medido y una dirección segura, Urbieta logra una propuesta que, a pesar de sus tintes de thriller, es ante todo un acto de reflexión emocional y filosófica sobre los límites de la humanidad.
Asier Urbieta, nacido en Donostia en 1979, ha sido una figura emergente en el cine vasco en las últimas décadas. Aunque comenzó su carrera en el ámbito de los cortometrajes, con trabajos como Pérdida(2014), que le valieron reconocimientos en diversos festivales, fue en el mundo de la televisión donde consolidó su estilo distintivo. Series como Altsasu (2020) y el thriller político False Flag (2017) mostraron su habilidad para tratar temas de alto impacto social desde una perspectiva humana, sin caer en la manipulación emocional, lo cual lo convirtió en un narrador relevante para el panorama actual del cine de autor.
Su tránsito al cine es una consecuencia natural de su enfoque narrativo, que nunca ha evitado los dilemas morales complejos ni los retratos de personajes al límite. La isla de los faisanes no solo marca su primer largometraje, sino también una transición más audaz hacia una reflexión más universal, abordando la crisis de los refugiados con la mirada puesta en lo particular, lo inmediato y lo cercano. Urbieta demuestra, desde el primer minuto, que su cine está profundamente conectado con la realidad, pero que también tiene la capacidad de trascenderla.
La trama de La isla de los faisanes se centra en el hallazgo de un cadáver en la isla que separa Irún de Hendaya, justo en el estrecho del río Bidasoa. Este hallazgo desencadenará una serie de eventos que afectarán la vida de Laida (interpretada por Jone Laspiur) y Sambou (interpretado por Sambou Diaby), una joven pareja que vive en esta frontera sin ser del todo consciente de la abismal carga simbólica y práctica de la frontera misma.
A lo largo de los 120 minutos de la película, el ritmo se mantiene pausado pero tenso. Urbieta logra un equilibrio perfecto entre las secuencias de acción –que, aunque limitadas, son intensas y cargadas de simbolismo– y los momentos de introspección que exploran los dilemas personales y morales de los personajes. El suspense se construye lentamente, como una cuerda que se va tensando a medida que avanza la trama, pero nunca de manera artificial. La película, a pesar de estar catalogada como un thriller, se distingue por su ritmo pausado, que permite al espectador digerir la magnitud emocional y filosófica de lo que se está viviendo.
Las escenas del río Bidasoa, con sus aguas tumultuosas y su paisaje fronterizo, se convierten en una metáfora visual que refuerza las luchas internas de los personajes y la cuestión de las fronteras invisibles. La narrativa, aunque estructuralmente sencilla, se enriquece con capas de emoción contenida, a la vez que subraya la tragedia del cruce de fronteras y sus consecuencias para los individuos atrapados en esa red.
Las actuaciones en La isla de los faisanes son la columna vertebral de la película. Jone Laspiur, conocida por su trabajo en proyectos previos como Las cartas de la guerra (2020), imprime en Laida una vulnerabilidad impresionante. A través de sus ojos, el espectador es testigo de la angustia y la desilusión que surgen de vivir en la frágil frontera de dos mundos, siempre mirando más allá, pero sin saber exactamente qué hay al otro lado. Laida es un personaje complejo, que no solo busca justicia, sino que también lucha con su propio sentido de responsabilidad y moralidad, lo que hace de su viaje una montaña rusa emocional.
Por su parte, Sambou Diaby, quien interpreta a Sambou, ofrece una actuación sutil y poderosa. Su presencia en pantalla es calmada, pero su intensidad emocional se va construyendo a lo largo de la película. Sambou es un hombre atrapado entre su identidad como vasco y su pasado como inmigrante, un tema que le da una capa de complejidad a su personaje. La relación entre Laida y Sambou está cargada de tensiones no solo culturales, sino también ideológicas, lo que enriquece la dinámica de la película.
La presencia de personajes secundarios, como Itziar Ituño (Tania) y Josean Bengoetxea (Koldo), añade dimensiones adicionales al relato. Tania, con su postura de autoridad, representa la rigidez de las fronteras institucionales, mientras que Koldo aporta una perspectiva más pragmática y cínica sobre el mundo en el que viven. Estos personajes secundarios no son simples decorados, sino que reflejan las diversas respuestas sociales ante el sufrimiento y la injusticia.
La dirección de arte, la fotografía y la música en La isla de los faisanes son elementos que contribuyen a construir la atmósfera única de la película. La fotografía, a cargo de Pau Castejón, utiliza una paleta de colores fríos, casi grises, que subraya la sensación de desolación y frío humano que persigue a los personajes. Las escenas en la isla, especialmente las de la orilla del río, son visualmente impresionantes. Castejón sabe capturar la belleza natural del paisaje, pero también la oscuridad de la situación que se desarrolla en ese mismo lugar.
La música, compuesta por David Martínez, se integra a la perfección con la narración. En lugar de ser una presencia dominante, la música se convierte en un susurro sutil, una sombra que se desliza por la película sin llamar demasiado la atención. Esto permite que las emociones y las tensiones entre los personajes hablen por sí solas, sin necesidad de una música excesivamente dramática.
El vestuario, por otro lado, refuerza la naturaleza realista de la película. Los trajes de los personajes son funcionales, pero siempre sirven para definir su estatus social y emocional. Laida y Sambou, por ejemplo, están vestidos de manera sencilla, lo que permite que el espectador se enfoque más en sus reacciones y expresiones que en su apariencia.
El mensaje de La isla de los faisanes es claro: las fronteras, ya sean físicas o emocionales, son creaciones humanas que nos separan, pero también nos definen. Sin embargo, el director no busca demonizar a las instituciones o a los personajes que representan las fronteras; más bien, nos invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad individual. ¿Es posible reconocer al otro cuando la separación parece insalvable? ¿Somos responsables de las decisiones de los demás, incluso cuando esas decisiones son fruto de un sistema más grande?
El filme no ofrece respuestas fáciles. No hay un final redentor ni un juicio claro sobre las decisiones que toman sus personajes. En cambio, Urbieta nos deja con una sensación de incertidumbre, invitándonos a reflexionar sobre la moralidad, la justicia y la compasión en un mundo marcado por la indiferencia y la desesperación.
El director nos deja una invitación implícita: tal vez las fronteras que nos separan solo existen porque elegimos no ver más allá de ellas. Es un llamado a la acción, a la reflexión y, sobre todo, a la empatía, la cual, como sugiere la película, es el único puente posible entre las islas de sufrimiento que hemos construido a lo largo del tiempo.
La isla de los faisanes es un debut potente y profundo que coloca a Asier Urbieta como un cineasta de relevancia en el cine social contemporáneo. A través de su manejo del thriller, su destreza en el desarrollo de personajes complejos y su mirada crítica sobre la migración y las fronteras, Urbieta ha logrado una película que es tanto una experiencia cinematográfica como un llamado a la reflexión moral. Con una narrativa cargada de emoción y una puesta en escena impecable, esta película se convierte en un testimonio de lo que significa vivir en un mundo dividido y la posibilidad, aún remota, de encontrar la humanidad en medio de la desesperación.
Xabier Garzarain
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