“Muy Lejos”: El exilio del yo en tierra ajena.
Desde sus primeros pasos tras la cámara, Gerard Oms ha cultivado un cine que bucea en los márgenes de la identidad masculina, entre la fragilidad emocional y los espacios de violencia simbólica. Ya en sus cortometrajes (Fango blanco, Desplazados) se intuía una mirada interesada en la caída del hombre contemporáneo como relato íntimo, sin grandilocuencias. Muy Lejos, su primer largometraje de ficción, supone no sólo la consolidación de una voz autoral, sino también su apuesta más radical: despojar al protagonista de todo para obligarle —y obligarnos— a mirar adentro.
La historia de Sergio, un ultra del Espanyol atrapado en Utrecht tras un altercado, parte de una premisa sencilla pero cargada de capas. El guion, escrito también por Oms, evita el trazo grueso del cine de redención y opta por una narración contenida, casi pudorosa, donde el ritmo —a veces lánguido, a veces crispado— responde al estado anímico del protagonista. El montaje de Neus Ballús, más conocida por su labor como directora, aporta una fisicidad delicada al relato: los tiempos muertos, las miradas perdidas, las ausencias… todo parece pesar más en tierra extranjera.
Mario Casas, lejos del arquetipo que lo hizo popular, se entrega aquí a uno de sus papeles más sutiles. Como Dani (el alias con el que Sergio se presenta en su nueva vida), compone un personaje que calla más de lo que dice, roto pero no vencido, confundido pero nunca del todo perdido. Su trabajo se apoya en la complicidad de David Verdaguer —en un papel breve pero crucial— y en la sorprendente naturalidad de Ilyass El Ouahdani, cuya presencia dota a la película de un contrapunto cálido y desarmante.
El rodaje en Utrecht, con un equipo reducido y cámara al hombro, permitió a Oms capturar la ciudad sin filtros turísticos: sus parques húmedos, sus calles solitarias al atardecer, sus interiores impersonales. El director de fotografía, Edu Canet, opta por una luz fría, desaturada, que va virando hacia tonos más cálidos a medida que Sergio encuentra una suerte de refugio emocional. No es un cambio brusco, sino sutil, como todo en esta película que rehúye las catarsis fáciles.
En cuanto al vestuario y el atrezo, destacan por su sobriedad y coherencia: la ropa deportiva desgastada, las mochilas cargadas de pasado, los pisos compartidos que apenas son hogar. El trabajo de ambientación resulta clave para hacernos sentir la precariedad del exilio, la intemperie cotidiana del que vive “sin papeles” ni certezas. La música, casi ausente durante buena parte del metraje, irrumpe con fuerza en momentos puntuales, no para subrayar emociones sino para acompañar el desconcierto o la belleza inesperada.
En su desarrollo, Muy Lejos dialoga con otros relatos de exilio y reconstrucción personal, como El Havre de Aki Kaurismäki o The immigrant de James Gray, pero sin caer en el melodrama. Oms parece más interesado en la deriva cotidiana, en el vaciamiento del personaje, que en la resolución dramática. En este sentido, la película se sitúa también cerca de ciertos títulos del cine social europeo, como Rosetta de los hermanos Dardenne, aunque con una sensibilidad más íntima y menos politizada.
La conclusión de la película no ofrece respuestas cerradas: Sergio no se convierte en héroe ni regresa triunfante, pero algo ha cambiado. La vida lo ha forzado a mirarse en el espejo sin las armaduras del pasado, y ese gesto —mínimo pero decisivo— es el verdadero triunfo. Oms no busca redimir a su personaje, sino comprenderlo. El mensaje, lejos de toda moralina, es el de una metamorfosis posible: incluso quienes han vivido aferrados a una identidad tóxica pueden reinventarse, si se atreven a perderlo todo.
Muy Lejos es, en suma, una película valiente, contenida y profundamente humana. Marca un hito en la carrera de Gerard Oms y un paso adelante en el cine español más comprometido con la complejidad del presente. Lejos de casa, lejos de sí mismo, Sergio —y con él, el espectador— descubre que a veces el exilio es la única forma de volver a empezar.
Xabier Garzarain

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