“The Amateur:”venganza sin redención.

 Amateur

Cuando la venganza se escribe en código:James Hawes no es un nombre habitual en las carteleras de cine, pero lleva años tejiendo, desde la televisión británica, un estilo marcado por la tensión psicológica, el retrato del desgaste humano y una sobriedad formal que contrasta con la complejidad interna de sus personajes. Formado en la BBC y curtido en episodios clave de series como Doctor WhoBlack MirrorPenny Dreadful o más recientemente Slow Horses, Hawes ha ido desarrollando un sello propio: el arte de hacer estallar el drama desde lo íntimo, lo contenido, lo invisible. The Amateur, su primer largometraje de ficción para el cine, parece llegar como una evolución natural de ese trayecto: una historia de espionaje donde las emociones son más letales que las armas, y donde la verdadera acción ocurre en los rincones más oscuros del pensamiento.


La decisión de adaptar la novela de Robert Littell no es casual. Littell, maestro del espionaje literario, siempre ha mostrado una inclinación por antihéroes solitarios que operan fuera del sistema, obsesionados por una idea de justicia que nadie más parece compartir. En manos de Hawes, esta historia encuentra una mirada dolorosamente humana, que rehuye el espectáculo para sumergirse en la grieta que se abre cuando lo íntimo y lo político colisionan.


La trama es aparentemente sencilla: Charlie Heller (Rami Malek), experto en criptografía en la CIA, pierde a su esposa en un atentado en Londres. Cuando la agencia no toma represalias, él mismo inicia una caza personal contra los responsables, desafiando el aparato burocrático, ético y moral que hasta entonces definía su mundo. Pero The Amateur no es una película sobre venganza; es una película sobre la descomposición del sujeto cuando se le priva de toda estructura de sentido. En ese aspecto, recuerda más a El converso de Schrader o a El espía que surgió del frío que a cualquier thriller contemporáneo.


Desde los primeros compases, Hawes impone un ritmo pausado, casi clínico, que contrasta con la violencia implícita de la historia. Es un tempo que obliga al espectador a mirar con atención: a escuchar los silencios, a seguir los matices de un personaje que no necesita discursos para explicar su hundimiento. La elección de Malek es crucial: su rostro, casi inexpresivo por naturaleza, se convierte en un lienzo sobre el que el espectador proyecta todo el dolor, toda la rabia, toda la confusión de un hombre que nunca fue entrenado para el combate, pero que no puede seguir siendo un espectador pasivo de su propia historia.


La interpretación de Rami Malek es, probablemente, la más contenida y madura de su carrera. Alejado de los registros más teatrales que le dieron fama —como su encarnación de Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody—, aquí se hunde en una actuación interiorizada, donde el peso emocional se traslada a pequeños gestos, respiraciones contenidas, miradas que se quiebran sin ruido. Su trabajo con Hawes revela una confianza mutua: el director permite que el personaje respire, se equivoque, se detenga. En lugar de imponerle un arco heroico, lo acompaña en su deriva emocional, sin prometerle redención.


A su lado, un elenco de secundarios brilla con fuerza, no por su protagonismo sino por la manera en que sostienen el mundo en el que Heller se mueve —o se hunde—. Laurence Fishburne aporta autoridad y gravedad como Henderson, un veterano del sistema que conoce todas sus grietas. Rachel Brosnahan encarna una ambigüedad emocional que recuerda a los personajes femeninos de Carol Reed: tan empáticos como potencialmente letales. Caitriona Balfe, en un papel casi fantasmal, transmite con economía una amenaza invisible pero constante. Jon Bernthal, Michael Stuhlbarg y Holt McCallany completan un reparto que funciona como una red de máscaras, donde nadie es del todo confiable y todos están atrapados en sus propios códigos de supervivencia.


El guion, con múltiples manos involucradas —Gary Spinelli, Evan Katz, Ken Nolan—, sorprende por su cohesión. Es un texto que respeta los ritmos de la novela de Littell, pero que introduce elementos de actualidad política con sutileza. No hay discursos, pero sí gestos reveladores: las discusiones internas de la CIA, la banalización del terrorismo, la burocracia como mecanismo de deshumanización. El dilema de Heller no es sólo personal: es el dilema de un sistema que ha olvidado a qué sirve. Y el guion no da respuestas: apenas deja al espectador con la sensación de que la moral, en estos escenarios, es un lujo que nadie puede permitirse.


A nivel formal, The Amateur es una lección de precisión. La fotografía de Martin Ruhe, colaborador de Anton Corbijn en Control y The American, ofrece una paleta cromática apagada, marcada por grises, verdes desvaídos y una luz fría que atraviesa las escenas como una hoja de bisturí. Cada encuadre parece estudiado para generar una sensación de desasosiego: las oficinas de Langley son laberintos sin alma; las calles de Europa, paisajes despersonalizados donde el protagonista se vuelve invisible. Ruhe no busca belleza, sino atmósfera: una sensación constante de amenaza difusa.


El montaje de Jonathan Amos, lejos de buscar el efecto, apuesta por la duración y la lógica interna. No hay cortes abruptos ni transiciones gratuitas: todo fluye como si la historia se desarrollara en tiempo real, y esa sensación de continuidad refuerza el carácter existencial del relato. La tensión se construye desde el detalle, no desde la explosión. En una época de edición frenética, The Amateur propone una experiencia distinta: más inmersiva, más reflexiva, más honesta.


La música de Volker Bertelmann, por su parte, funciona como un susurro persistente. Lejos de los clichés del thriller, su partitura evita subrayar emociones: las sugiere, las acompaña, las filtra. En lugar de imponer un estado de ánimo, lo insinúa. Y en esa contención se encuentra su fuerza. La elección de Bertelmann —ganador del Oscar por Sin novedad en el frente— no es anecdótica: es la declaración de intenciones de una película que no quiere ser ruidosa, sino devastadora.


El vestuario de Suzie Harman y la dirección artística de Gavin Fitch completan este trabajo de contención estética. Nada destaca, y sin embargo todo está pensado: los trajes anodinos, los interiores funcionales, los pasillos interminables… Cada elemento refuerza la idea de que el protagonista se mueve en un entorno que ha sido diseñado para que nadie deje huella. Incluso la arquitectura, bajo la supervisión de Maria Djurkovic, parece hostil, indiferente. The Amateur es, también, una película sobre los espacios que anulan, sobre cómo el lugar puede volverse enemigo.


Durante el rodaje, se priorizó el realismo: muchas escenas fueron grabadas en localizaciones reales, incluso en edificios gubernamentales con medidas de seguridad extremas. Malek trabajó con analistas criptográficos reales para comprender no sólo los métodos, sino la mentalidad de quien dedica su vida a traducir patrones ocultos. El objetivo era claro: evitar el artificio, construir un universo donde lo técnico fuera tan veraz como lo emocional.


En términos de referencias y parentescos, The Amateur dialoga con clásicos del espionaje como Los tres días del cóndorTinker Tailor Soldier Spy o incluso Z de Costa-Gavras. Pero también podría leerse como una respuesta contemporánea a las películas de venganza masculina que Hollywood ha producido en masa desde Taken. Aquí no hay redención ni catarsis; sólo un camino hacia el vacío, hacia la conciencia brutal de que nada —ni siquiera el castigo más preciso— puede reparar lo perdido.


El mensaje final que parece plantear Hawes es inquietante pero profundamente honesto: cuando el dolor personal se entrelaza con las estructuras del poder, lo que emerge no es justicia, sino confusión, alienación, pérdida. The Amateur no es una llamada a la acción, sino una elegía sobre la imposibilidad de actuar sin consecuencias. No hay héroes. Sólo seres humanos tratando de no derrumbarse del todo.


Con esta ópera prima, James Hawes no sólo demuestra que puede trasladar su mirada de la televisión al cine: confirma que su voz como director tiene algo que decir en un género saturado de fórmulas. The Amateur es una película que duele, que pesa, que se queda. Y en su tristeza contenida, en su negativa a resolver, se encuentra su mayor verdad.


Xabier Garzarain 

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