La historia de Souleymane: el cuerpo como campo de batalla.
Boris Lojkine ha hecho del cine una herramienta para indagar en los márgenes, en las vidas precarias que se mueven a contracorriente del relato dominante. Desde Hope (2014), donde ya abordaba el drama de la migración africana con una crudeza casi documental, hasta Camille (2019), en la que recreaba el compromiso político de una joven fotoperiodista asesinada en República Centroafricana, su filmografía ha girado en torno a cuerpos en tránsito, tanto físicos como emocionales. En La historia de Souleymane, Lojkine da un paso más allá: no filma la inmigración desde la distancia, sino desde dentro, como si la cámara estuviese adherida al cuerpo del protagonista.
Souleymane, interpretado con una intensidad conmovedora por el debutante Abou Sangaré, no solo recorre París en bicicleta: huye del pasado, del miedo, del silencio. La película transcurre en apenas 48 horas, pero esas horas son un abismo emocional. Lojkine —que firma también el guion junto a Delphine Agut— construye un relato elíptico y febril, donde los flashbacks no sirven para explicar, sino para sumergirnos en el caos mental de un joven al borde del colapso. La entrevista en la OFPRA (la Oficina Francesa de Protección de los Refugiados) es el punto de llegada, pero también el juicio final. ¿Cómo contar tu historia cuando todo en ti pide callar?
El ritmo narrativo, sostenido por un montaje seco y nervioso de Xavier Sirven, encuentra su equilibrio entre la urgencia del presente y la opresión del pasado. La dirección de Lojkine, que se ha nutrido del documental, busca constantemente la verdad del gesto, la verdad del cansancio. Hay una escena reveladora: Souleymane se cae de la bicicleta en mitad de la calle, y permanece unos segundos tumbado, exhausto. El plano no corta. Ese cuerpo, derrotado, lo dice todo.
La fotografía de Tristan Galand alterna tonos apagados y una luz naturalista que apenas embellece la ciudad. París, aquí, es un laberinto indiferente, filmado desde los márgenes, desde los parkings, los pasillos, los callejones. El vestuario de Marine Peyraud sigue esa misma lógica: ropa desgastada, usada, que habla de vidas repetitivas y sin descanso. El atrezo, mínimo pero significativo, refuerza esa sensación de provisionalidad: mochilas, teléfonos de segunda mano, habitaciones compartidas.
La música es casi inexistente, reemplazada por el sonido del tráfico, de los pedales, del murmullo interior del protagonista. Esa decisión potencia la tensión: todo es real, todo puede romperse en cualquier momento. La interpretación de Abou Sangaré, descubierta tras un largo proceso de casting, es de una contención brutal. El actor no necesita grandes discursos: su mirada basta para transmitir terror, ternura o parálisis. Nina Meurisse, en el rol de funcionaria de la OFPRA, ofrece el contrapunto: una figura fría, casi burocrática, pero no carente de matices.
Una anécdota del rodaje revela el compromiso del equipo: Lojkine acompañó durante semanas a repartidores inmigrantes por las calles de París para comprender su rutina, sus códigos, su aislamiento. Muchos de los actores secundarios, de hecho, son personas que viven o han vivido en situación similar, lo que otorga al film una densidad humana difícil de fingir.
En relación con otras películas sobre migración —desde Welcome (Lioret) hasta Sin nombre(Fukunaga)— La historia de Souleymane destaca por su enfoque subjetivo, íntimo, sin adornos ni condescendencia. No busca provocar lágrimas, sino abrir una herida. El relato no es épico, sino mínimo. No hay redención, ni victoria: solo la posibilidad de resistir, de sostenerse en pie.
La conclusión no podría ser más clara: lo que está en juego no es solo la legalidad de un permiso de residencia, sino la legitimidad de una vida. El mensaje que Lojkine lanza, sin estridencias pero con firmeza, es devastador: obligamos a los más vulnerables a convertir su dolor en un relato coherente, a justificar su derecho a existir. La historia de Souleymane nos recuerda que, a veces, sobrevivir es el único argumento posible.
Xabier Garzarain

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