“Elio”o cómo ser tú mismo cuando no encajas en ningún planeta.
El universo Pixar siempre ha funcionado como una galaxia expansiva donde la emoción es gravedad y los mundos —sean de juguetes, monstruos, sentimientos o ratas gourmet— orbitan alrededor de una única pregunta: ¿quién soy yo en este vasto sistema emocional que llamamos vida? En Elio, su nueva odisea intergaláctica, esa pregunta se vuelve literal y cósmica: ¿qué pasaría si un niño solitario, marginado en la Tierra, fuera confundido por toda una civilización galáctica como el portavoz oficial de la humanidad?
Dirigida por Adrián Molina —quien ya había coescrito y codirigido Coco, una de las piezas más hondas y poéticas de Pixar— Elio marca un paso firme hacia una exploración más introspectiva y existencial, sin perder el ADN de aventura, ternura y humor que define al estudio. En esta ocasión, Molina toma las riendas como director principal y despliega una historia que parece escrita por un niño brillante encerrado en su habitación, soñando con escape, aceptación y, sobre todo, pertenencia.
La trayectoria de Molina dentro de Pixar ha estado marcada por la atención al detalle emocional, la representación cultural y el respeto por los personajes complejos aunque estén hechos de polígonos. En Coco, ayudó a elevar una celebración tradicional mexicana a una epopeya familiar cargada de simbolismo, ritmo y belleza visual. En Elio, se nota su evolución como cineasta: hay una confianza mayor en el silencio, en los gestos pequeños, en la melancolía que late bajo las travesuras y colores brillantes. El tono está más cerca de un cuento de Bradbury que de una fábula estándar: ciencia ficción como espejo emocional, como geografía del alma.
La trama arranca en un tono casi íntimo: Elio es un niño de once años que vive con su madre, Olga (voz de Zoe Saldana), directora de un centro de investigación gubernamental sobre vida extraterrestre. Elio es sensible, artístico, lleno de imaginación, y también un chico que no termina de encontrar su lugar entre sus compañeros. La Tierra le parece un planeta hostil. Por eso, cuando un malentendido galáctico lo transporta al otro extremo del universo y lo convierte en “el embajador de la humanidad” ante una asamblea de civilizaciones cósmicas, su reacción no es de miedo, sino de asombro. Por primera vez, alguien lo escucha. Por primera vez, lo toman en serio. O al menos eso cree.
El ritmo de Elio no es frenético, y eso se agradece. Pixar ya no necesita explotar una emoción por minuto ni buscar una lágrima programada cada 15 minutos. La película se permite detenerse, contemplar, dejar que el niño se descubra a sí mismo no solo en la acción, sino en el desconcierto. Las escenas de la Tierra contrastan con las del espacio no solo visualmente, sino en el tempo: mientras que la vida cotidiana de Elio está llena de interrupciones y torpezas, en la galaxia todo se vuelve fluido, extrañamente armonioso. Pero bajo esa armonía, hay conflicto: ¿qué significa representar a la humanidad cuando no te sientes parte de ella?
La interpretación vocal de Yonas Kibreab como Elio es uno de los grandes logros del filme. Hay verdad en cada inflexión, una ternura sincera que no cae nunca en lo cursi. Zoe Saldaña, como Olga, aporta autoridad y calidez, construyendo un personaje que equilibra el rol materno con la figura científica. El elenco de voces secundarias —que incluye a Shirley Henderson, Jameela Jamil, Brad Garrett y Ana de la Reguera, entre otros— da vida a una galería de criaturas cósmicas que no solo funcionan como alivio cómico, sino como metáforas de los distintos tipos de autoridad, juicio y prejuicio que Elio deberá enfrentar.
Las anécdotas del rodaje, al tratarse de una producción animada, están más ligadas al proceso creativo que a la logística física. Se sabe que Adrián Molina dedicó años al desarrollo visual de los mundos galácticos, inspirándose en culturas mesoamericanas, arquitectura orgánica y elementos de arte textil para crear civilizaciones alienígenas que no parecieran derivativas de Star Wars o Marvel. El equipo creativo diseñó un lenguaje visual único para cada especie, lo que convierte a Elio en una experiencia rica y multisensorial.
En términos de otras películas del género, Elio dialoga con clásicos como E.T., El Principito, El gigante de hierro o incluso La historia interminable. Hay también algo del Boyhood de Linklater, en su tratamiento del crecimiento como algo silencioso pero irreversible. Y como no, está el eco de Inside Out, no en estructura, pero sí en sensibilidad: ambos relatos entienden que crecer no es perder la infancia, sino aprender a habitarla con dignidad.
La música, aunque menos melódica que en otros títulos Pixar, es atmosférica y envolvente. El uso de sintetizadores suaves y armonías corales le da al espacio una dimensión cálida, lejos del terror frío que suele asociarse a lo extraterrestre. La dirección artística es espectacular sin ostentación: planetas líquidos, estructuras imposibles, colores que parecen pensados por un niño con alma de pintor. El vestuario —aunque animado— merece mención: cada civilización tiene un código estético propio, que refuerza la diversidad y complejidad de este cosmos ficticio.
La fotografía animada, dirigida con una sensibilidad pictórica, combina composiciones simétricas con fondos abiertos que sugieren tanto infinitud como vulnerabilidad. Y el atrezo —desde los gadgets terrestres hasta los dispositivos galácticos— mezcla ironía con funcionalidad. Es un mundo inventado, sí, pero uno que se siente perfectamente vivible.
El final de Elio no busca el aplauso fácil ni la lágrima manipulada. Es un final esperanzador, sí, pero no complaciente. Elio regresa —o tal vez no— al mismo mundo del que partió, pero ahora algo ha cambiado. En él. En su madre. En la forma de mirar el cielo. Porque a veces, el viaje más largo es el que hacemos hacia adentro.
El mensaje que nos transmite Adrián Molina es claro sin ser explícito: todos queremos pertenecer. Todos, en algún momento, nos sentimos un error de casting en nuestra propia vida. Pero quizás no se trata de encajar, sino de brillar con la forma que uno tiene. Elio nos recuerda que incluso los más pequeños, los más raros, los más sensibles, pueden ser —sin querer— la voz de algo más grande. Y que, tal vez, lo que te hace diferente es justo lo que te conecta con los demás.
Elio es más que una película para niños. Es un cuento cósmico sobre la identidad, la aceptación y la maravilla de ser quien eres, aunque aún no lo entiendas del todo.
Xabier Garzarain

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