“Tres amigas”:la coreografía inestable del deseo.

 A lo largo de su filmografía, Emmanuel Mouret ha dibujado un universo propio: el del deseo errante, los malentendidos amorosos y los vínculos marcados por la fragilidad emocional. Desde Cambio de dirección hasta Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, su estilo ha oscilado entre la comedia sentimental y la tragicomedia romántica, con una puesta en escena siempre delicada, irónica y profundamente humana. En Tres amigas, Mouret retoma sus temas favoritos —el amor, la mentira, la lealtad y la renuncia— pero con una madurez renovada, más sombría y menos indulgente, como si esta vez no buscara tanto comprender a sus personajes como acompañarlos en su caída.

La trama se despliega con apariencia de sencillez: Joan ya no ama a Víctor, pero no se atreve a confesarlo. Alice, su confidente, tampoco vive una pasión encendida con Eric, aunque parece resignada a una estabilidad sin emoción. Lo que ninguna de las dos sospecha es que Eric mantiene una relación paralela con Rebecca, amiga de ambas. Cuando Joan finalmente rompe con Víctor y este desaparece sin dejar rastro, los cimientos del grupo se tambalean. Lo que parecía una cadena de infidelidades se convierte en un retrato agudo de la disolución emocional de tres mujeres enfrentadas a la verdad de sus decisiones.


Mouret mantiene aquí su característico ritmo pausado, casi de cámara de ecos clásicos. La narración avanza entre conversaciones íntimas, silencios elocuentes y una tensión emocional que se va cargando sin alzar nunca la voz. A diferencia de sus primeras comedias sentimentales, Tres amigas se instala en una tonalidad más grave, aunque nunca renuncia del todo a esa ligereza melancólica que caracteriza su cine. La evolución del director se hace evidente: si antes se deleitaba en los vaivenes amorosos con una mirada juguetona, ahora explora el desencanto con una madurez sobria, sin cinismo pero sin consuelo.


El reparto está en estado de gracia. India Hair interpreta a Joan con una mezcla de contención y fragilidad que desarma; su rostro transmite la contradicción de quien se libera y se culpa a la vez. Camille Cottin, como Alice, aporta una humanidad cálida a un personaje atrapado entre la comprensión y la negación. Sara Forestier brilla como Rebecca, con una intensidad contenida que nunca cae en la caricatura de “la otra”. Entre los hombres, Vincent Macaigne vuelve a demostrar que puede ser vulnerable y opaco al mismo tiempo, componiendo un Víctor que resulta tan incomprensible como dolorosamente humano.


Durante el rodaje, según se ha comentado en entrevistas del equipo, Mouret optó por una dirección muy orgánica, dando espacio a la improvisación emocional. Muchas de las escenas clave se rodaron con una cámara casi invisible, permitiendo que las actrices se movieran con libertad, como si cada plano fuera una conversación privada capturada al vuelo. Esta fluidez contribuye al naturalismo que envuelve toda la película.


Visualmente, Tres amigas conserva la estética sobria y elegante habitual en el cine de Mouret. La fotografía de Laurent Desmet utiliza una luz suave, sin dramatismos, que acentúa la proximidad emocional de los personajes. Los interiores, decorados con una mezcla de sobriedad contemporánea y calidez burguesa, enmarcan perfectamente las emociones que se desarrollan dentro. El vestuario, a cargo de Bénédicte Mouret-Cherqui, acompaña con precisión la evolución emocional de las protagonistas, sin excesos, pero con un lenguaje silencioso que también habla: tonos apagados, texturas que revelan estados de ánimo, detalles que marcan distancias o complicidades.


La música de Benjamin Esdraffo aporta el contrapunto perfecto: discreta, melancólica, a veces casi imperceptible. En lugar de subrayar lo emocional, la banda sonora acompaña como un suspiro, como un eco que resuena más allá de cada escena.


En su conjunto, Tres amigas dialoga con otros títulos recientes del cine francés que abordan la intimidad femenina desde una perspectiva honesta y nada idealizada, como Las amistades peligrosasde Léa Mysius o Las cosas que decimos… del propio Mouret. Pero aquí, más que en ninguna otra obra suya, las relaciones no se narran como juegos sofisticados sino como terrenos movedizos donde nadie está del todo a salvo.


La película no ofrece grandes giros ni redenciones. Es, más bien, un mapa de emociones fracturadas, donde cada decisión tiene un peso que no desaparece con el paso del tiempo. Mouret parece recordarnos que el amor no siempre salva, que la sinceridad puede doler más que la mentira y que, a veces, ser honesto es apenas el principio de una pérdida más profunda.


Tres amigas es una obra contenida, madura y profundamente humana. Una película que duele no por lo que grita, sino por lo que calla. Un paso más en la consolidación de Emmanuel Mouret como uno de los grandes narradores de las relaciones contemporáneas, capaz de encontrar belleza incluso en la descomposición de los vínculos.


Xabier Garzarain 

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