“Los Tigres:”hermanos en la frontera del mar y del crimen.

 Alberto Rodríguez, uno de los grandes narradores del cine español contemporáneo, vuelve a las aguas turbias de la moral y el poder. Desde 7 vírgenes hasta La isla mínima y Modelo 77, ha construido un territorio inconfundible: personajes atrapados por las circunstancias, historias que laten entre lo íntimo y lo político, una tensión constante entre la supervivencia y la dignidad. Con Los Tigres, rodada junto a su inseparable Rafael Cobos en el guion, prolonga esa indagación en un escenario nuevo pero reconocible: el mar de Huelva convertido en escenario de una tragedia moral.


La historia de Antonio y Estrella, hermanos unidos por la sangre y el agua, se despliega desde lo cotidiano: trabajos precarios, rutinas de riesgo, la esperanza de un futuro mejor que nunca termina de llegar. Antonio (Antonio de la Torre) se sumerge cada día en las profundidades, mientras Estrella (Bárbara Lennie) estudia el fondo marino y le asiste en la barcaza. Ambos viven al límite, pero mantienen intacto un vínculo hecho de sacrificio y confianza. Todo se quiebra cuando descubren un carguero hundido que esconde un alijo de cocaína. Lo que parecía un hallazgo fortuito se transforma en la llave hacia un destino cargado de dilemas: ¿la salida a sus problemas económicos o el descenso a un abismo sin retorno?


Rodríguez filma con su habitual pulso narrativo: sobrio, envolvente, incapaz de dar respiro. El guion construye la tensión desde lo mínimo, como ya hacía en La isla mínima: un paisaje convertido en personaje, un contexto social que condiciona cada decisión. La cocaína no es solo un botín, es una metáfora de la corrupción que todo lo toca, un espejo de la fragilidad de quienes, por necesidad, se acercan demasiado al filo. El ritmo es impecable: pausado en los instantes de rutina y relación fraterna, acelerado y casi asfixiante cuando el hallazgo abre la puerta al crimen organizado.


Antonio de la Torre, en su enésima colaboración con Rodríguez, vuelve a demostrar por qué es uno de los actores más sólidos de su generación. Su Antonio es un hombre herido, marcado por la dureza del trabajo y la obsesión por sostener a su familia. De la Torre sabe cargar cada gesto de densidad, desde una mirada agotada hasta un estallido de rabia. Bárbara Lennie, magnética como siempre, compone una Estrella llena de matices: inteligencia, vulnerabilidad y una fuerza contenida que poco a poco se revela esencial en la trama. Su relación con el hermano es el corazón de la película, más poderosa incluso que la intriga criminal. Joaquín Núñez aporta verdad y naturalidad a cada aparición, mientras Skone y Silvia Acosta suman frescura y dureza al retrato coral.


La fotografía de Pau Esteve Birba convierte el mar en un personaje central: oscuro, denso, ambiguo. Las secuencias submarinas poseen un realismo brutal, casi documental, y a la vez transmiten una sensación de amenaza constante, como si cada inmersión fuese una metáfora de hundirse en la propia conciencia. En contraste, los paisajes onubenses muestran la belleza áspera de un territorio marcado por la precariedad y la dureza del trabajo portuario.


El atrezo y el diseño de producción hacen de cada objeto un recordatorio de la frontera entre lo legal y lo ilegal: la barcaza que se convierte en cárcel flotante, los cascos de buzo, las cuerdas y anclas, los paquetes de droga húmedos que parecen restos de un naufragio moral. Todo en pantalla respira verosimilitud y a la vez carga simbólica.


La música de Julio de la Rosa acompaña como un rumor inquietante: cuerdas graves, percusiones mínimas, melodías que insinúan fatalidad sin caer en lo obvio. Es un trabajo que recuerda al de La isla mínima, donde la partitura era parte del suspense, no un acompañamiento.


Los Tigres dialoga con el cine negro andaluz que Rodríguez ha cultivado, pero también con referentes internacionales: desde el realismo áspero de Un prophète hasta la tragedia familiar de La noche es nuestra de James Gray. Como aquellas, plantea que el crimen no es tanto una opción personal como un contexto que se infiltra en lo íntimo, que obliga a elegir entre la lealtad y la supervivencia.


Lo que Rodríguez quiere transmitir en última instancia es claro: la familia y la dignidad se convierten en campo de batalla cuando el sistema económico y social te empuja a la orilla del crimen. El mar, metáfora de vida y sustento, se transforma en tumba moral cuando lo que emerge de él no es alimento, sino corrupción. Los hermanos, como tigres acorralados, descubren que la verdadera lucha no es contra la policía ni contra los narcos, sino contra la erosión de sus propios principios.


En definitiva, Los Tigres es un thriller poderoso, sobrio y profundamente humano. Alberto Rodríguez confirma que es uno de los grandes cronistas del sur, capaz de entrelazar lo íntimo y lo social en un relato donde cada plano respira verdad. Su cine es memoria, advertencia y espejo: nos recuerda que la frontera entre sobrevivir y perderse está siempre a un paso, y que a veces basta con un hallazgo bajo el agua para que toda una vida se hunda.


Xabier Garzarain 

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