“Adorable”:cuando el amor aprende a respirar por sí mismo.
Hay películas que no se ven, se sienten como una respiración entrecortada. Adorable pertenece a ese tipo de cine que no busca argumentos ni giros, sino verdad. Desde los primeros minutos, Lilja Ingolfsdottir nos deja dentro de una cocina donde la vida cotidiana se ha vuelto insoportable. Una madre agotada, un marido ausente, una casa que parece hablar por sí sola. No hay prisa, no hay banda sonora que nos diga qué sentir: solo la vibración muda de algo que se está rompiendo muy despacio.
Lilja Ingolfsdottir debuta con la serenidad de quien ha observado mucho antes de rodar. Su mirada no viene del artificio, viene de la experiencia, y se nota en la manera en que filma la soledad. No hay planos de postal, ni frases de guion que busquen el aplauso. Hay cuerpos que respiran mal, miradas que no se atreven a sostenerse, silencios que son una forma de defensa. Su cámara no juzga, escucha. Y esa escucha es lo que convierte a Adorable en algo más que un drama de pareja: es una radiografía del desgaste emocional y de la necesidad de volver a reconocerse después de años de fingir normalidad.
Helga Guren, en el papel de María, sostiene la película como si cada gesto pesara. No interpreta: se desnuda. Hay algo en su presencia que recuerda a Liv Ullmann, pero sin el eco teatral; es pura realidad, sin filtros. Oddgeir Thune, en cambio, encarna a Sigmund desde la contención, desde la fatiga de quien ya no sabe cómo comunicarse. No hay culpables, solo dos personas atrapadas en el ruido de lo cotidiano. Esa ausencia de juicio es lo que hace que la película duela: porque todos hemos estado ahí, intentando sostener lo insostenible con ternura y torpeza.
La luz es fría, pero no distante. Øystein Mamen, marido de la directora y responsable de la fotografía, construye un universo visual donde cada habitación se siente habitada por la memoria. Los interiores parecen respirar el aire del invierno noruego, pero entre las sombras se cuela siempre una calidez tenue, como si el amor siguiera escondido detrás del cansancio. La cámara se mueve con suavidad, sin invadir, y esa delicadeza es una forma de respeto.
El guion no busca moralejas. Ingolfsdottir no quiere contarte cómo salvar un matrimonio, sino cómo sobrevivir a la pérdida de uno sin dejar de amarse. La ruptura no es un fracaso, es un espejo. En él, María empieza a ver su propio rostro sin la máscara del deber. Hay escenas de terapia que cortan el aliento no por lo que se dice, sino por lo que no se puede decir. En cada silencio, el espectador reconoce algo propio: el miedo a ser visto, la culpa de no ser suficiente, la ternura que aún queda después del daño.
Todo en Adorable respira verdad: los juguetes esparcidos, la ropa sin doblar, los platos apilados. Nada parece diseñado para la cámara y, sin embargo, cada detalle cuenta algo. Es una película que mira la maternidad sin edulcorarla, que entiende que amar a los hijos no siempre significa poder con todo. María no es heroína ni víctima, es alguien agotada que intenta aprender a quererse sin desaparecer. Y eso la hace inmensamente humana.
Hay ecos de Bergman, de Trier, de Baumbach, pero también algo que es solo de Lilja: una fe callada en la posibilidad de seguir adelante. No hay redención total, no hay abrazos finales, solo un pequeño movimiento interior, casi imperceptible, que cambia todo. Cuando María respira al final, el aire parece nuevo. No porque su vida haya mejorado, sino porque por fin se ha permitido sentirla sin miedo.
Adorable no busca gustar. Busca quedarse dentro. Su fuerza no está en el drama, sino en la quietud. En la manera en que filma el cansancio, la ternura, la rendición. Es cine sin artificio, sin concesiones, sin trampas emocionales. Y al mismo tiempo, es profundamente conmovedor. Hay una belleza inmensa en su honestidad.
Lilja Ingolfsdottir ha hecho una película sobre la fragilidad como forma de resistencia. Sobre el amor que no se demuestra, sino que se respira. Sobre el dolor que no se grita, sino que se comprende. Al salir, uno no piensa en el divorcio ni en la maternidad, sino en la necesidad urgente de volver a escucharse.
Porque a veces, amar significa dejar de fingir. Y Adorable es, sobre todo, eso: un acto de sinceridad.
Xabier Garzarain

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