“Couture”:El arte de habitar la fragilidad.

 Alice Winocour siempre ha hecho cine sobre cuerpos bajo presión, sobre cicatrices invisibles y sobre la fuerza que invocamos cuando nadie nos mira. Desde Augustine hasta Disorder, de Proxima a Revoir Paris, ha levantado un cine que escucha los silencios, que mira de frente el trauma, la resistencia y los pequeños gestos que sostienen a los personajes. Con Couture lleva esa mirada a un territorio que parece, a simple vista, ajeno a la fragilidad: la Semana de la Moda de París, con sus focos, su perfección, su brillo instantáneo. Y sin embargo, ahí encuentra lo mismo que siempre ha marcado su obra: cuerpos que resisten, mujeres que cargan sueños y heridas, un latido frágil que sobrevive bajo el espectáculo.

Tres mujeres sostienen la película como tres hilos que mantienen unido un mismo tejido. Ada, una joven modelo de Sudán del Sur, que huye de un destino marcado solo para enfrentarse a otro laberinto en París. Angèle, maquilladora francesa que trabaja entre bastidores, soñando con cambiar su propia vida mientras ayuda a otros a brillar un instante. Y Maxime, una directora estadounidense que, en pleno caos de la moda, recibe un diagnóstico que altera su cuerpo y sus planes. Winocour filma a todas con la misma delicadeza con que se cose una puntada fina: sin jerarquías, sin caricaturas, con la dignidad callada de quienes se mantienen en pie aunque todo alrededor les exija no tambalearse.


La revelación es Angelina Jolie. No entra en esta historia como estrella ni como mito, sino como una mujer que se atreve a despojarse de toda máscara. Su Maxime no es heroica en el sentido convencional; lo es en su vulnerabilidad, en su decisión de seguir trabajando, respirando y existiendo mientras su propio cuerpo se le resiste. Jolie habita los silencios con una honestidad rara en el cine contemporáneo. Una mano en el costado, una mirada perdida antes de salir a escena: gestos que dicen más que cualquier discurso. Hay un coraje inmenso en esta interpretación, el coraje de quien sabe que la fragilidad puede ser la verdad más poderosa.


Louis Garrel, tantas veces el parisino irónico y encantador, hace aquí algo distinto. Se suaviza, se aparta, ofrece presencia sin dominar. Su humor melancólico y su ironía ligera aportan un equilibrio que protege a la película de la gravedad excesiva. No orbita como estrella alrededor de las mujeres: se convierte en una luz constante que las deja brillar aún más.


Anyier Anei, como Ada, encarna una verdad que no necesita subrayados. Camina, respira, atiende una llamada familiar en un rincón, y de pronto sentimos el peso del mundo sobre sus hombros jóvenes. Adèle Montebourg, como Angèle, completa el trío con una precisión delicada: la trabajadora invisible, la soñadora tras el espejo, la que nos recuerda que vidas enteras se consumen en la sombra de los instantes de gloria de otros.


La película se mueve como una tela que se cose: los flashes frenéticos de la pasarela, la respiración lenta de las salas de espera, el ritmo nervioso de los pasillos. No hay cortes bruscos; el tiempo fluye como puntadas que entrelazan tensión y ternura. La moda aparece no como glamour ni como burla, sino como espejo de cualquier industria cultural —también el cine—, donde los cuerpos se exigen invencibles mientras se desgastan. Winocour nunca explota ni ridiculiza: observa, y en esa observación hay una dignidad inmensa.


La cámara de André Chemetoff acaricia texturas y colores: ocres y marfiles en los talleres, verdes estériles en los hospitales, azules eléctricos bajo los focos de la pasarela. Los espejos multiplican a los personajes, obligándolos a enfrentarse a sí mismos: quién soy cuando me miro, quién soy cuando nadie me mira. La música de Anna von Hausswolff y Filip Leyman funciona como un pulso, casi una respiración, que sostiene sin invadir; un hilo invisible que evita que la tela se deshaga.


Couture recuerda a Cléo de 5 a 7, a Phantom Thread, a All That Jazz o Personal Shopper, pero no se parece del todo a ninguna. Lo que hace Winocour es continuar su propio camino: reafirmar que el realismo, lejos de ser frío, es la vía más honesta hacia la emoción. Y aquí supera una dificultad extraordinaria: filmar la enfermedad sin convertirla en espectáculo, filmar la moda sin reducirla a cliché, reunir a Hollywood, al cine europeo y al trabajo invisible entre bastidores, y hacer que todo respire como un único tejido, frágil pero luminoso.


El resultado es una película que parece ligera pero es densa, que parece callada pero está llena de murmullos. No es un desfile de imágenes hermosas, sino un tapiz de vidas que se sostienen unas a otras en secreto. Sin grandes discursos, nos recuerda que la belleza no salva, pero puede ser refugio; que el cuidado es una forma radical de resistencia; que elegir la propia vida, aun desfigurada, es un acto de estilo más profundo que cualquier vestido.


Couture no nos habla solo de fragilidad, sino de la fuerza que nace cuando se comparte. La belleza más profunda surge en comunidad, en la capacidad de sostenernos unos a otros. Ojalá sepamos mirarnos así, con ternura y valentía, porque ahí empieza la verdadera sanación: en esa comunidad que convierte la vulnerabilidad en fuerza y la herida en un espacio de sanación compartida.


Xabier Garzarain 

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