“Decorado”: cuando el telon cae y empieza la verdad.
La trayectoria cinematográfica de Alberto Vázquez es la de un artista que ha aprendido a convertir la oscuridad en espejo. Nació en La Coruña en 1980 y desde que estudió Bellas Artes supo que el dibujo no era una frontera sino una manera de comprender el mundo. Su carrera comenzó entre fanzines y cómics donde ya respiraban las semillas de su universo. Psiconautas Alter Ego Sangre de Unicornio Birdboy todos eran ensayos de una misma verdad. El deseo de mirar el dolor sin miedo de aceptar la contradicción de lo bello y lo terrible. Cuando dio el salto al cine con Psiconautas los niños olvidados descubrió que la animación podía contener la misma densidad emocional que el drama humano. Que los animales podían hablarnos de nosotros sin filtros ni mentiras. Esa película lo consolidó como una de las voces más singulares de la animación europea. Después con Unicorn Wars llevó esa mirada a su extremo la guerra como rito infantil la inocencia como arma la fe convertida en violencia. Y ahora con Decorado retoma su corto de 2016 para mirarlo desde otro punto de vista. El del hombre que ya ha vivido demasiado y empieza a sospechar que todo lo que lo rodea es una gran escenografía un escenario construido para mantenerlo tranquilo.
Arnold el ratón protagonista es la encarnación de ese cansancio universal. El hombre medio que despierta un día y comprende que su vida no le pertenece que repite frases gestos horarios que no ha elegido que ama porque debe amar trabaja porque debe trabajar y sonríe porque así lo exige el guion. Su mirada se enturbia y empieza a ver las costuras del mundo. Los paneles de cartón las luces que parpadean los techos falsos. La muerte de su amigo en circunstancias absurdas lo impulsa a buscar la verdad. Y la verdad es insoportable porque lo que encuentra no es un enemigo exterior sino una trampa interior una rutina aceptada un miedo heredado. El viaje de Arnold es la historia de todos los que alguna vez han sentido que algo no encaja pero no saben por dónde empezar a romperlo.
El ritmo de la película es un reloj que respira. Al principio avanza con la calma engañosa de lo cotidiano, pero algo en su cadencia comienza a torcerse. El montaje alterna silencios largos con ráfagas de acción que descolocan. La música se adelanta o se retrasa como si el corazón del film no quisiera marcar el compás exacto. No hay prisa, pero tampoco reposo. Decorado avanza con la cadencia de un sueño que se desmorona poco a poco, y cuando quieres darte cuenta ya estás dentro del delirio. Ese control del tempo es una de las virtudes más sutiles de Vázquez: su montaje no empuja, hipnotiza.
La trama se desarrolla como una espiral. Arnold empieza su jornada laboral y su vida parece normal, pero el espectador pronto percibe que algo vibra de forma extraña. Un amigo muere, un vecino repite las mismas frases, la esposa parece leer un guion invisible. El protagonista descubre una puerta que no debería existir, un muro que suena hueco, una conversación que se repite palabra por palabra. Todo se deshace como un decorado mal fijado. Esa progresiva descomposición es la verdadera acción de la película: la demolición del mundo falso. No hay héroes ni villanos, solo la lucidez como castigo.
La animación de Alberto Vázquez es hipnótica y precisa. Cada línea respira y sangra a la vez. Los fondos parecen grabados antiguos los colores se apagan como si la realidad perdiera pigmento y solo quedara una escala de grises que nos hace sospechar que el mundo no se ha muerto pero ha dejado de soñar. El movimiento es lento pero constante. La cámara imaginaria se desliza como una mirada cansada y cada sombra es una caricia que duele.
El guion que escribe junto a Francesc Xavier Manuel Ruiz tiene un filo invisible que corta sin alzar la voz. Mezcla el humor negro con la poesía con la filosofía y con el absurdo. El texto parece reírse de sí mismo y sin embargo cada frase se queda flotando en la mente como una verdad incómoda. Hay ecos de Kafka y de Beckett pero filtrados por la ternura gallega por la ironía de quien ama lo que critica. La estructura narrativa se mueve entre la comedia existencial y la tragedia lenta pero nunca cae en la desesperanza. Porque incluso en sus momentos más oscuros Decorado conserva una especie de inocencia extraña como si el propio director siguiera creyendo que dentro de la mentira puede nacer una chispa de verdad.
La música de Joseba Beristain acompaña con delicadeza el derrumbe y el renacimiento. Suena como un reloj roto que sigue marcando las horas del alma. Hay notas que parecen recuerdos hay silencios que pesan como montañas y cada tema se desliza sobre las imágenes con una elegancia casi religiosa. La banda sonora no busca emocionar busca revelar lo que la imagen calla.
Las anécdotas del rodaje revelan la dedicación obsesiva de Alberto Vázquez y su equipo. Decorado fue animada a mano, plano a plano, durante tres años, con un pequeño grupo de artistas gallegos que trabajaron entre A Coruña y Santiago. Se dice que Vázquez pasaba horas ajustando los tonos de gris para que la atmósfera resultara más orgánica, más triste, más real. La producción contó con la colaboración de Uniko, Abano Producciones, Glow y Sardinha em Lata, y parte del equipo de Unicorn Wars repitió para mantener la coherencia estética. El propio director afirmó en Sitges que Decorado es su película más personal y que la animación le permitió hablar de la mentira social sin usar carne ni sangre, solo tinta y movimiento.
La fotografía es una catedral de sombras. Martín Romero, colaborador habitual de Vázquez, convierte cada plano en un grabado melancólico. El trazo de la línea vibra como si respirara. La luz no ilumina, revela. La cámara imaginaria no se mueve porque no hace falta: todo el movimiento nace dentro del plano. La textura es de papel gastado, de sueño antiguo, de mundo en descomposición.
El atrezo tiene alma. Los objetos están dibujados con tanto cuidado que parecen conscientes de su destino. La taza rota, la lámpara parpadeante, la puerta que nunca se abre del todo, la ciudad vacía. Cada elemento tiene su propio eco emocional. No hay nada accesorio. Todo participa del engaño que sostiene la realidad del protagonista.
La relación con otras películas del género es evidente pero nunca imitativa. Hay ecos de El show de Truman, de Anomalisa, de Synecdoche New York, de Bojack Horseman, incluso de la distopía elegante de Terry Gilliam. Pero Vázquez va más allá de todos ellos. Mientras esos relatos miran el artificio desde la culpa o el miedo, Decorado lo hace desde la compasión. No hay rencor contra el engaño, hay ternura por los que siguen creyendo en él. En el cine de animación europeo apenas existe algo comparable, salvo quizá la poesía muda de Svankmajer o la melancolía visual de Marjane Satrapi. Decorado se instala en esa tradición para ampliarla, demostrando que la animación puede ser un territorio moral.
Y cuando llega el final no hay una explosión ni una moraleja. Hay un despertar un silencio nuevo. Arnold mira el horizonte y ya no sabe si todo era mentira o si la mentira era necesaria para aprender a mirar. Y es en ese instante cuando la película se vuelve universal. Porque todos hemos vivido ahí todos hemos sentido que el suelo se deshace bajo los pies y que solo queda seguir caminando aunque el decorado se caiga a pedazos.
La conclusión final de Decorado es mucho más que el cierre de una historia. Es una invitación. Alberto Vázquez no quiere que salgas del cine triste quiere que salgas despierto. Porque la película no habla de lo que se derrumba sino de lo que permanece cuando el humo se disipa. Decorado te dice que incluso si el mundo es una farsa aún puedes elegir la verdad. Aún puedes mirar con tus propios ojos y construir sentido en medio del ruido. Te dice que la autenticidad no está en destruirlo todo sino en descubrir qué parte de ti sigue viva debajo del disfraz que el sistema te puso. Te dice que el amor no se mide en promesas ni en guiones sino en la capacidad de mirar al otro y reconocerte en su vulnerabilidad. Te dice que la libertad no es un regalo sino una tarea diaria que consiste en despojarte de la mentira con la que aprendiste a sobrevivir.
Y al final queda algo hermoso una sensación de paz que nace del cansancio de haber comprendido. Decorado no busca desesperarte sino liberarte. No quiere que huyas del teatro sino que bajes del escenario y te sientes en la platea para ver con calma lo que has estado fingiendo durante años. Quiere que rías con ternura de tu propio papel que aceptes que también tú has recitado frases ajenas y que esa aceptación te devuelva una libertad nueva. Cuando Arnold se aleja y el mundo que lo rodea empieza a caerse no hay tragedia hay claridad. Lo que se derrumba no es la vida sino el engaño de creer que la vida tiene que ser perfecta. El decorado cae para dejar ver el cielo detrás. Un cielo imperfecto con grietas y polvo pero real.
Esa es la enseñanza profunda y luminosa de Alberto Vázquez. Que la belleza puede nacer de la ruina. Que el sentido puede brotar del desconcierto. Que incluso en los mundos más falsos hay una chispa de verdad esperando a ser vista. Que no hay que destruir el decorado para ser libres basta con reconocerlo como lo que es y caminar más allá de él. La película termina pero lo que deja no se apaga. Lo llevas contigo como una certeza suave como una respiración nueva. Todo lo que parecía absurdo cobra sentido en silencio. El arte de Vázquez te acompaña como un susurro que dice No estás solo. El mundo puede ser una farsa pero tú sigues siendo real. Y mientras lo recuerdes habrá esperanza.
Vista en la Semana de Terror de Donostia 2025 donde el decorado se cayó y quedó la verdad.
Xabier Garzarain

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