“Coartadas”: la verdad que duele mas que la mentira.
La trayectoria cinematográfica del director Martín Cuervo ha seguido un camino discreto pero firme a través de una comedia española que buscaba un tono más sofisticado que ruidoso. Desde Con quien viajas (2021)donde ya exploraba la comedia sustentada en personajes atrapados en sus propias versiones de la verdad hasta Todos lo hacen (2022)donde jugaba con el enredo como detonante moral y La bandera (2024)donde daba un paso más hacia la madurez narrativa se intuía que Cuervo buscaba una escritura cómica más fina más precisa más dependiente del ritmo interno del gag que del golpe externo. Coartadas(2025) confirma esa búsqueda y le añade algo que hasta ahora no había podido desplegar del todo una mirada emocional que se filtra entre las líneas de la farsa.
La interpretación de los personajes sostiene toda la estructura como si cada actor comprendiera exactamente qué tipo de humor exige la película y dónde están los límites de la caricatura. Jaime Lorente entrega una de sus composiciones más simpáticas sin necesidad de subrayados es un mentiroso profesional que no sabe mentirse a sí mismo alguien que improvisa su vida en tiempo real y que se desmorona con la mínima presión. Adriana Torrebejano aporta una luz cálida una inteligencia emocional que desarma y convierte su personaje en el núcleo ético de la historia sin caer jamás en el cliché de la mujer engañada. Leo Harlem mueve el humor como si respirara con él y construye un padre tan patético como entrañable mientras Llum Barrera añade un contrapunto afilado que evita que la comedia se vuelva complaciente. El reparto funciona como un reloj donde cada gesto alimenta al siguiente sin fricción.
El ritmo de la película es tan fundamental como invisible. Cuervo entiende que el éxito de una comedia no depende solo de la velocidad sino de la respiración interna del relato. Coartadas avanza con una cadencia que alterna situaciones desbordadas con pausas que permiten escuchar lo que sucede bajo la risa. No corre pero tampoco se abandona. Tiene el tempo de una coreografía diseñada para que cada giro sorprenda incluso cuando parece que ya conocemos el camino. Esa construcción convierte el enredo en algo más que trama lo convierte en estado emocional.
La trama parte de una premisa irresistible un hombre que vive de fabricar mentiras se enamora de la única persona a la que no puede mentir y descubre que el mundo que ha construido empieza a desmoronarse cuando su pasado llama a la puerta con la forma del padre de ella. Lo que podría haber sido una comedia ligera se convierte en una reflexión amable pero incisiva sobre la identidad la necesidad de ser querido y el miedo a mostrarse tal cual uno es. El conflicto entre lo que mostramos y lo que ocultamos sostiene cada escena como una cuerda floja.
El guion de Curro Velázquez y Benjamín Herranz trabaja con una precisión notable evita los chistes fáciles y busca siempre la emoción que se esconde detrás de la broma. Cada diálogo parece construido para revelar una grieta un anhelo una duda aunque todo se diga con humor. La mentira no es aquí un truco es un mecanismo de supervivencia y también un síntoma de una sociedad donde la sinceridad se cotiza al alza porque cada vez es más rara. El guion entiende que la comedia que perdura es aquella que retrata algo verdadero bajo la superficie del gag.
El ritmo interno refuerza esa sensación de fluidez íntima. La película no necesita sobresaltos constantes para mantener la atención. Juega con la repetición con la escalada con la incomodidad dulce de las situaciones que se enredan hasta volverse inevitables. Es una comedia que respira en lugar de acelerar y ese respirar es lo que le permite conectar emocionalmente con el espectador.
Las anécdotas del rodaje hablan de una producción muy consciente de que la comedia exige una naturalidad que solo surge cuando los actores se sienten libres. Muchas escenas se ensayaron con margen para que el reparto aportara ideas se modificaran frases y se encontrara la temperatura exacta del humor. El rodaje con coches fúnebres y exteriores hospitalarios requirió coordinación milimétrica pero también espontaneidad para capturar esa energía un poco caótica que pide la historia. La química entre Lorente y Torrebejano surgió desde el primer ensayo y eso permitió que Cuervo bajara aún más el tono apostando por una comedia basada en la conexión y no en el estrépito.
La fotografía de Pablo Burmann aporta una limpidez que no suele encontrarse en las comedias españolas recientes. No busca la postal pero sí un equilibrio que permite que el humor respire sin parecer televisivo. Los interiores están iluminados con una calidez que subraya la ternura del relato mientras que los exteriores urbanos utilizan una luz más directa que refuerza el contraste entre el caos de la vida profesional del protagonista y la serenidad que encuentra en la relación con Blanca. La cámara no exagera no invade no grita se coloca donde debe para dejar que los actores trabajen.
El atrezo juega un papel importante en la identidad de Coartadas porque la propia empresa del protagonista es un escenario perpetuo de mentiras organizadas. Desde los dossiers falsos hasta los objetos diseñados para crear excusas la película construye un pequeño universo de artificio que refleja la mente del personaje principal. Todo parece real pero está diseñado para ocultar. Ese equilibrio entre apariencia y verdad forma parte del discurso emocional del film.
La música funciona como un subrayado emocional muy discreto que aparece en los momentos de duda o transparencia para acompañar al personaje en su despertar afectivo. La banda sonora nunca interfiere con el humor ni interrumpe el silencio que a veces resulta más cómico que cualquier partitura.
La relación con otras películas del género conecta Coartadas con la tradición de la comedia francesa de enredo que ya estaba presente en la obra original Alibi com y también con las screwball americanas donde el caos revela siempre un fondo vulnerable. A la vez la película dialoga con la nueva comedia española que intenta recuperar una mirada más elegante más emocional más cercana al cine europeo que al sketch televisivo. Esa hibridación genera una personalidad propia que la distingue de sus referentes sin negar su genealogía.
La conclusión final es la auténtica médula de la película porque lo que Martín Cuervo quiere transmitir no es una lección moral ni una celebración romántica sino una certeza íntima que atraviesa todo el metraje que la mentira no destruye por su contenido sino por su acumulación que el amor verdadero no exige perfección pero sí transparencia y que la identidad no se construye inventando historias perfectas sino aceptando la imperfección propia. Coartadas no habla de engaños habla de miedo a ser visto tal cual uno es habla del vértigo de la sinceridad y de la belleza inesperada que aparece cuando alguien decide dejar de actuar. Lo que queda es una comedia humana que se mueve entre la risa y la ternura y que recuerda que a veces la verdad duele pero siempre libera. Esa es la emoción profunda que Cuervo persigue y que la película consigue entregar con una delicadeza que sorprende en un remake y que convierte esta historia en algo más que entretenimiento en un pequeño gesto de honestidad.
Xabier Garzarain

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